Reflexiones en cuarentena: mi abuelo salvó a una niña en Hungría y así creó su destino- RED/ACCIÓN

Reflexiones en cuarentena: mi abuelo salvó a una niña en Hungría y así creó su destino

 Una iniciativa de Dircoms + RED/ACCION

Hay decisiones que pueden torcer las dificultades del contexto. Mi abuelo, con un acto heroico luego de la Segunda Guerra Mundial, reunió la historia de dos vidas.

Reflexiones en cuarentena: mi abuelo salvó a una niña en Hungría y así creó su destino

En general, nos contamos dos historias. Una de esperanza y otra de desesperanza. Una de creatividad y otra de control. Una expansiva, otra contractiva. Una del sí, otra del no. Con la mirada del “no” esperamos que la respuesta venga de afuera, con la mirada del “sí” buscamos la respuesta adentro. El “sí” abre posibilidades. El “no” las cierra. 

Para ilustrar esta idea, quiero compartir una historia que me contó mi abuelo más de 25 años atrás. 

Egon y Andrea eran mis abuelos maternos. Ambos húngaros, nacidos en 1920 y 1927 en Budapest. Llegaron en 1948 a la Argentina, en el barco Campana, habiendo zarpado de Cannes, Francia. Se escaparon del régimen soviético al poco tiempo de que Hungría quedara detrás de la cortina de hierro. 

La segunda guerra mundial fue para Hungría devastadora. Su capital quedó destrozada luego de la Batalla de Budapest, un cruce sangriento entre nazis, soviéticos y fuerzas internas de Hungría. 

Es abril de 1947. Budapest está hecha trizas, no hay abastecimiento, la esperanza es una idea vacía. Dormir en un cuarto caliente y comer dos veces al día es para mis abuelos un sueño, no una realidad. Egon, mi abuelo, no soporta la idea de vivir en el régimen ruso, que cerró las fronteras, así que comienza a diseñar su escapada. Tiene 24 años, es ingeniero civil y su padre, también ingeniero, es dueño de una compañía constructora. Han construido tres aeropuertos militares durante la guerra. Por esta razón, él cuenta con documentación militar que le permite andar por la calle.

El plan es fugarse por Checoslovaquia, porque en Austria hay todavía rusos dando vueltas, y el régimen de Tito en Yugoslavia es muy hostil con los húngaros. Quiere llegar a Francia, para luego partir a otro lugar del mundo. La vida está primero. Como dice Edith Eger en su libro La bailarina de Auschwitz, “existir es una obligación.” 

Para juntar provisiones y dinero, mi abuelo recorre Hungría con una moto personal y su sidecar, buscando recuperar el saldo de herramientas “útiles” que hayan quedado de su compañía constructora. Su tío de Londres le envía un pre-visado, lo que junto con algunas provisiones permite a mis abuelos pensar en una posible salida. Pero solo lo pueden hacer en un auto “en tránsito” sin patente húngara. Consigue un BMW 127 Cabriolet sport, del séquito del Rey Michael de Rumania. Hará efectivo su plan en pocos meses. 

Egon Landesz en su moto con sidecar, recorriendo Hungría en busca de herramientas de su compañía constructora.

Un año y medio antes, en plena invasión nazi, muchas mujeres con sus niños fueron llevadas a campos de concentración. Fue un proceso inhumano y desordenado, por lo que una buena cantidad de niños quedaron solos, huérfanos. 

En una de las recorridas con su moto, mi abuelo observa una niña sentada en el borde de la calle con sus ojos perdidos, en medio del desolador y oscuro invierno en el pueblo de Kunmadaras. Ante la pregunta, la niña responde que sus padres no están, que a su madre se la llevaron unos militares, y que ella está viviendo con unos vecinos. En ese momento, mi abuelo cree que es bueno que esté en un campamento que aún existe de la Cruz Roja en Austria, cerca de la frontera, para que no quede allí sola sin su familia. Para esto, pide una camioneta prestada, carga a la niña con él y se dirige a cruzar la frontera para sacarla del país. Los elementos que lo ayudarán son dos: la documentación que lo habilita a salir y entrar del país dentro del mismo día y un encendedor de oro con el que sobornará al soldado de turno.

Con la niña escondida, y llegando al campamento de la Cruz Roja en un pueblo de Austria, se produce un hecho que transformará a mi abuelo de por vida. Al llegar, la niña se encuentra con su madre, que le da un abrazo infinito. Su madre había sido llevada a un campo de concentración un año antes, y en el momento en el que se reencuentra con su hija, estaba siendo liberada por los aliados. 

¿Quién hubiera imaginado este reencuentro? Mi abuelo me contaba esta historia, y sin alegrías me repetía “hice lo que había que hacer”. Adusto y con mal humor, las historias de guerra le habían producido heridas en el alma. Pero aún en el dolor parece haber una posibilidad de belleza. 

La llegada a Paris, el 9 de Enero de 1948. Mi abuela Andrea junto al BMW cabriolet sport

Hay algo de vida que podemos recuperar en un ambiente lleno de muerte. Mi abuelo llenó de vida un espacio desolado, sin esperanza. 

Sin negar la angustia y la incertidumbre del presente, yo me pregunto a diario, ¿cómo lleno de vida mi propia vida y la vida de los otros? Parados frente a preguntas para las que no tenemos respuestas, creo que la posibilidad de hacer algo está siempre latiendo frente a nosotros. 

La realidad nos invita a subirnos a dos historias, una del “sí”, otra del “no”. Una que enciende, otra que apaga. En pleno “no”, mi abuelo se contó a sí mismo una historia del “sí”. 

La historia que nos narramos sobre la realidad tiene una consecuencia directa en cómo materializamos la vida. Con esto no intento hacer una apología de la solidaridad, sino de la confianza y del coraje. Una invitación a creernos protagonistas de una historia de posibilidades, aun en la neblina de no saber lo que vendrá. Es creer que hay algo por hacer, por más pequeño que sea.

¿Qué nueva huella podemos sembrar en este momento, en nuestros equipos, en nuestras familias? Cuando este momento sea historia, ¿cómo queremos recordarlo? 

Cuando nos sentimos en una historia del “sí”, abrimos rendijas y portales al infinito. Emergen posibilidades impensadas. Nuestra vida “afuera” nos devuelve sorpresas gracias al coraje de habernos animado al “sí”. 

Hoy, cuando pienso en mi abuelo, me doy cuenta de que él partió de este mundo cuando yo era muy joven y no le dije “gracias por tu nobleza”. Esta reflexión es, de algún modo, un homenaje a él y a la memoria de todos los guerreros que han protagonizado historias de “sí” cuando el mundo les gritaba un rotundo “no”. 

Como dice Rudolf Steiner: “Lo que antes era llamado amor, ahora es responsabilidad por los otros. Lo que antes era llamado humildad, ahora significa coraje ante el destino.”

El autor es especialista en cambio e innovación, cofundador de Neelus, Innovación Aplicada. Además es miembro de RED/ACCIÓN.