La conmemoración del primer aniversario del ataque al Capitolio estadounidense el 6 de enero de 2021 por los partidarios del expresidente Donald Trump dejó en claro que la extrema polarización política que condujo a los desmanes también enmarca la manera en que los estadounidenses lo interpretan. Sería, de todas formas, un grave error pensar que lo ocurrido es únicamente un fenómeno estadounidense con causas exclusivamente estadounidenses. Los trastornos en la transición pacífica del poder ese día fueron parte de algo mucho mayor.
Como parte de la conmemoración, el presidente Joe Biden dijo que se está dando una batalla por «el alma de EE. UU.». Lo que queda cada vez más claro es que esto también ocurre en el orden internacional: su propia alma está en juego. China asciende, y se hace valer; el populismo se ha difundido por Occidente y las principales economías emergentes; y el nacionalismo chauvinista resurgió en partes de Europa. Todas las señales indican el aumento del iliberalismo y el sentimiento antidemocrático en todo el mundo.
Con este telón de fondo, EE. UU. fue el anfitrión de una «Cumbre para la Democracia» (virtual) en diciembre, a la que asistieron cientos de líderes nacionales y de la sociedad civil. El mensaje de la reunión fue claro: las democracias deben hacerse valer de manera firme y proactiva. Con ese objetivo, la cumbre dedicó numerosas sesiones al estudio de la revolución digital y sus implicaciones potencialmente perjudiciales para nuestros sistemas políticos.
Las tecnologías emergentes presentan al menos tres grandes riesgos para las democracias. El primero está relacionado con la manera en que estructuran el debate público. Las redes sociales balcanizan el discurso público porque segmentan a los usuarios en comunidades cada vez más pequeñas con ideas similares. Las cajas de resonancia impulsadas por los algoritmos dificultan la construcción del consenso social. Peor aún es que las redes sociales no son responsables por los contenidos que distribuyen, lo que significa que pueden difundir impunemente desinformación en sus plataformas.
Además, como los modelos de negocios de los nuevos competidores digitales dependen de la publicidad y compiten directamente con los de las organizaciones informativas tradicionales, debilitaron la arquitectura que alguna vez permitió un periodismo y debate público de alta calidad. Y su naturaleza abierta y digital las deja vulnerables a la interferencia externa y al abuso por actores nefandos, entre ellos, quienes buscan perturbar las elecciones y otros procesos democráticos.
El segundo de los grandes riesgos que plantean las nuevas tecnologías es para la privacidad. Debido a las tecnologías de monitoreo y vigilancia avanzadas, tanto los actores públicos como los privados pueden acceder a información detallada sobre los ciudadanos y el comportamiento de los consumidores. Con la convergencia de los macrodatos y la inteligencia artificial, la información sobre el comportamiento colectivo e individual es cada vez más predictiva.
Las violaciones sistemáticas de la privacidad podrían ser el preludio de al menos dos escenarios diferentes en los que la libertad personal se vería gravemente restringida. El primero es el capitalismo de vigilancia: las corporaciones usan su conocimiento de los consumidores para manipularlos y aumentar su rentabilidad. El segundo escenario es el estado de vigilancia: las autoridades públicas usan su conocimiento del comportamiento más privado e íntimo de los ciudadanos para reprimir el disenso.
Un tercer gran riesgo afecta a la capacidad de acción política independiente. Una democracia es básicamente un gran sistema de información. La libertad de expresión y asociación, junto con la emancipación universal, permiten que los ciudadanos hagan saber sus opiniones, y ofrezcan o nieguen su consentimiento a las iniciativas políticas. Sin embargo, las tecnologías actuales de vigilancia y minería de datos crearon las condiciones para un sistema político alternativo en el cual ya no es necesario entender las preferencias expresadas libremente por los ciudadanos, porque sus preferencias se pueden inferir del comportamiento monitoreado.
En ese tipo de escenario, la agencia y libertad individuales dejan de ser las bases del sistema político, porque se las reemplaza por datos y control público. Y gracias a los avances en neurología y las ciencias del comportamiento que están desdibujando los límites entre saber cómo se comporta una persona y poder moldear ese comportamiento, es fácil ver que podría surgir un sistema político extremadamente represivo: un Leviatán tecnológico. China ya parece estar implementando lo que algunos llaman un «mandarinato tecnológico».
Aunque esos riesgos son reales, no tienen por qué convertirse en nuestra nueva realidad. La democracia es perfectamente capaz de adoptar ciertos avances tecnológicos y restringir otros. En la Cumbre de la Democracia, los asistentes acordaron lanzar una gran iniciativa para identificar y apoyar el desarrollo de tecnologías que promuevan los principios y valores democráticos.
En estrecha colaboración con la Casa Blanca y el Departamento de Estado de EE. UU., la universidad IE University —donde trabajo— y otros participantes de la Cumbre llevarán a cabo una serie de competencias para empresas emergentes y empresas que desean ampliar su escala, para identificar a los emprendedores que estén trabajando en nuevas y prometedoras «tecnologías favorables a la democracia». El proyecto se centrará en cinco áreas principales: tecnologías de verificación diseñadas para combatir la desinformación y fortalecer el debate público; herramientas de análisis de datos que respeten la privacidad; sistemas de identidad digital y redes de confianza para gestionar los datos públicos y personales; tecnologías de transparencia para mejorar los servicios públicos; y sistemas de IA libres de sesgos.
Esta colaboración con participantes diversos es un ejemplo perfecto de la capacidad única de las sociedades democráticas para unirse e innovar. También nos recuerda que, a pesar del tono de nuestros debates públicos, el mundo democrático no está indefenso frente al cambio tecnológico. Los países que participaron en la cumbre representan el 70 % del PBI mundial y albergan a las instituciones regulatorias más desarrolladas del mundo.
Si la tecnología es un nuevo dominio para las relaciones internacionales y la competencia, el mundo democrático está equipado para el éxito. Según Freedom House, 8 de los 10 mayores mercados minoristas están en países «libres», y esos mismos países albergan a 85 de las 100 principales universidades del mundo. En los mercados de capital de riesgo, el liderazgo de los países democráticos es abrumador: representó más del 80 % de las actividades de inversión durante el año pasado. El mundo democrático domina en términos de capacidad investigativa, capacidad regulatoria y tamaño de mercado, todas cuestiones clave para la innovación y la escalabilidad de los negocios.
La Cumbre para la Democracia puso de relieve la urgencia de estudiar tanto las fortalezas como las vulnerabilidades de los sistemas democráticos en el siglo XXI y mostró que el análisis del papel de las nuevas tecnologías debe estar en el centro de la escena. La conmemoración de los eventos del 6 de enero en Washington D. C., a su vez, es una buena manera de ayudarnos a recordar cuán urgente es que dirijamos nuestro potencial innovador a reforzar la salud de nuestras democracias. El alma de nuestros sistemas políticos y del orden internacional están en juego.
Manuel Muñiz es rector de la IE University y decano de la Escuela de Asuntos Mundiales y Públicos de la IE.
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