El Nobel de Economía de este año fue otorgado a Abhijit Banerjee, Esther Duflo y Michael Kremer por su aproximación experimental a la reducción de la pobreza.
En el comunicado del Comité del Premio Nobel, el uso por parte de estos economistas de ensayos aleatorios controlados (RCT, por sus siglas en inglés), un método adaptado de las ciencias médicas, para comprobar al funcionamiento de intervenciones específicas “ha mejorado considerablemente nuestra capacidad de combatir la pobreza global”.
Pero, mientras algunos celebran el reconocimiento a una nueva forma de abordar un viejo problema, otros dudan de que “dividir este asunto en preguntas más pequeñas y manejables”, como lo expresa el Comité del Nobel, realmente pueda reducir la pobreza a gran escala.
Resulta reveladora la ausencia en el debate de la experiencia de China, que representa más del 70% de la reducción global de la pobreza global desde la década de los 80, en lo que constituye el caso más exitoso de la historia moderna.
En las últimas cuatro décadas más de 850 millones de chinos han salido de la pobreza. Y, sin embargo, como observa Yao Yang de la Universidad de Pekín, eso “no tuvo nada que ver con los RCT”, ni implicó conceder dádivas a los pobres. En lugar de ello, fue el resultado de un veloz desarrollo nacional.
Desde que Deng Xiaoping iniciara el plan de “reforma y apertura” en 1978, China ha impulsado una industrialización basada en las exportaciones, ha liberalizado el sector privado, se ha abierto a la inversión extranjera y ha abrazado el comercio global.
A medida que millones de campesinos migraban del campo a las fábricas, fueron ganando sus salarios, ahorrando y enviando a sus hijos a la escuela. Esto, junto con un gran aumento del espíritu de emprendimiento, ayudó a forjar la mayor clase media del planeta.
Pero lo que Yao no reconoce es que el impresionante récord de reducción de la pobreza de China ha estado acompañado por dos graves problemas: la desigualdad y la corrupción.
Cuando el Presidente Xi Jinping asumió el cargo en 2012, el coeficiente Gini (la medida estándar de desigualdad del ingreso, en que el cero representa la máxima igualdad y el uno representa la máxima desigualdad) de China era un 0,47, mayor que el del Reino Unido o los Estados Unidos. Un estudio de los hogares chinos reveló un coeficiente incluso más alto (0,61) casi al nivel que el de Sudáfrica.
Una marea en ascenso eleva a muchos barcos, a algunos de ellos más alto que a otros. Así, mientras millones de chinos se elevaron justo por encima del umbral de pobreza, unas cuantas personas fueron catapultadas a las alturas de la opulencia.
No solo por suerte o incluso por espíritu de emprendimiento: si bien algunos de los ricos de China amasaron sus fortunas con trabajo duro y toma de riesgos, muchos otros lo hicieron acomodándose a autoridades de gobierno dispuestas a conceder lucrativos privilegios a cambio de sobornos.
Reconociendo los riesgos que plantean una alta desigualdad y un favoritismo enraizado, Xi ha lanzado dos campañas en simultáneo. Una se propone eliminar la pobreza rural para 2020, mediante medidas de alivio de la pobreza orientadas a “objetivos específicos”, como asignación de empleos y subsidios para prestaciones sociales.
La otra apunta a acabar con la corrupción. En el gobierno de Xi se han aplicado medidas disciplinarias a más de 1,5 millón de autoridades estatales, incluidos algunos de los más antiguos miembros del Partido Comunista de China (PCC).
La experiencia de China tiene lecciones importantes para la economía del desarrollo. Para comenzar, si bien los RCT y los programas enfocados que evalúan pueden desempeñar un papel en la reducción de la pobreza, la manera más potente de hacerlo a gran escala es el crecimiento económico.
Como plantea el profesor Lant Pritchett de Oxford, ningún país ha llegado al punto en que más de un 75% de los hogares viven con más de $5,50 por día sin haber alcanzado un ingreso medio superior a los $1,045 anuales.
Considerando esto, cualquiera que tenga interés en la reducción de la pobreza a gran escala debería tratar de comprender lo que impulsa un crecimiento económico sostenido, estudiando historia, economía política, comercio internacional y pensamiento sistémico (es decir, conectar partes de una estrategia de desarrollo). Si los RCT son equivalentes a la “fontanería”, como describen Duflo y Banerjee, entonces el pensamiento sistémico es distinguir y reparar la red completa de cañerías. En pocas palabras, no podemos perder de vista la imagen panorámica.
La segunda lección de la experiencia de desarrollo de China es que el crecimiento no siempre es igualitario. Se necesitan programas de bienestar y la prestación de servicios públicos como educación y salud para distribuir mejor los ingresos resultantes del crecimiento económico. En este punto puede ser de ayuda el trabajo de los laureados con el Nobel de este año, ya que los RCT se podrían usar para evaluar intervenciones con objetivos específicos.
Por último, es esencial la gobernanza adaptativa. Contrariamente al argumento de Yao de que China debe su éxito a seguir “el consejo de los economistas clásicos”, en realidad el país se ha alejado de muchas recetas de políticas estándar, la más notable de las cuales es la creencia de que para el desarrollo es necesaria una democratización al estilo occidental.
Eso no quiere decir que el régimen autoritario hizo posible la prosperidad china, como creen algunos. Bajo la dictadura de Mao, China sufrió resultados desastrosos, como la hambruna masiva del Gran Salto hacia Adelante. El verdadero secreto tras el dinamismo económico de China ha sido la “improvisación dirigida”: experimentación local de políticas guiada por directivas del gobierno central.
En resumen, la clave para la erradicación de la pobreza es un crecimiento inclusivo. Para lograrlo se requiere una combinación de medidas macro para impulsar el desarrollo nacional y microprogramas que aborden debilidades específicas. Las economías emergentes también tienen que adaptar sus estrategias de desarrollo a los retos del siglo veintiuno, en particular la transformación tecnológica y los efectos del cambio climático. Para ello son necesarias diversos estudios y herramientas. No hay curas milagrosas.
Yuen Ang, profesora de ciencias políticas de la Universidad de Michigan, Ann Arbor, es autora de How China Escaped the Poverty Trap (Cómo China salió de la trampa de la pobreza) y de China’s Gilded Age, de próxima publicación.
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