Existe un amplio consenso en la idea de que el Producto Interior Bruto (PIB) es un indicador muy útil para medir el crecimiento económico. Sin embargo, presenta muchas limitaciones a la hora de determinar la calidad del crecimiento y medir el desarrollo económico. Reflexionemos sobre ello.
Los organismos estadísticos, a través de las cuentas nacionales, ofrecen la medición del Producto Interior Bruto. En España, el Instituto Nacional de Estadística tiene esta competencia, siguiendo la metodología de Eurostat.
El PIB mide el valor de mercado en unidades monetarias (euros, dólares, yenes, etcétera) de la producción de todos los bienes y servicios finales realizada por factores de producción nacionales y extranjeros en el interior de un país. Se calcula en un periodo de tiempo determinado (un trimestre, un año).
¿Qué información aporta?
El valor del PIB nos indica el tamaño de la economía. La tasa de variación del PIB muestra el crecimiento o decrecimiento económico. Es decir nos da la información sobre el ciclo económico. Por ejemplo, la economía española creció un 2,7 % en el tercer trimestre de 2021 respecto al mismo trimestre del año anterior.
El PIB nos permite contextualizar otras magnitudes económicas. Por ejemplo, no aporta mucho decir que la deuda pública española es de 1.345.800 millones de euros, pero sí saber que es de más del 120 % del PIB en 2020 según Eurostat.
Además, expresar los fenómenos económicos en términos de porcentaje sobre el PIB permite hacer comparaciones internacionales sin que se vean afectadas por el tamaño de los países. Por ejemplo, ¿cómo comparamos la deuda española y alemana? La deuda alemana es mayor en términos absolutos, pero ¿es un problema más acuciante para Alemania que para España? En este caso el tamaño de la economía sí importa. La deuda en Alemania supone el 69,7 % del PIB frente al 122,8 % de España.
¿Qué es lo que no mide el PIB?
El PIB no recoge las externalidades, ni las actividades económicas del mercado informal (por ejemplo, el servicio prestado y pagado sin factura), ni el trabajo no remunerado (con frecuencia ligado a los cuidados del hogar), ni el autoconsumo (en el caso de tener un huerto). Sin embargo, todo ello también es parte de la actividad económica de un país.
Desde 2014, siguiendo las directrices de Eurostat, el INE hace una estimación de actividades ilícitas como el juego, el contrabando, la prostitución o el tráfico de drogas.
El PIB tampoco recoge la distribución de la riqueza, ni la medición de la justicia social y ambiental, como se analiza más abajo.
El PIB es útil, pero sirve para lo que sirve
Su avanzada metodología permite conocer cómo se comporta la economía sin mucho retraso. A finales de enero ya se dispone de un avance de información sobre el PIB del último trimestre del año anterior y en septiembre se publican las estadísticas de la evolución de la economía en el año anterior.
Por otro lado, el PIB se ha convertido en una variable de referencia en las comparaciones internacionales debido a las grandes similitudes metodológicas en la forma de calcularlo.
Pero el PIB sirve para lo que sirve. No hay que cometer el error de extrapolar conclusiones que no se pueden extraer de él. No mide las transformaciones que afectan a la sociedad, al bienestar de las personas o su relación con el planeta. Por eso es necesario considerar otros indicadores que midan aquello que el PIB no alcanza a medir.
Hacia dónde caminamos
Tras la crisis financiera de 2008-2009 se fueron incrementando las presiones para avanzar más allá del PIB en la medición de la economía. En el mismo año 2008 se creó la Comisión sobre la Medición del Desarrollo Económico y del Progreso Social, encabezada por los economistas Joseph Stiglitz, Amartya Sen y Jean-Paul Fitoussi, cuya discusión continúa diez años después con el informe “Más allá del PIB”, de la OCDE.
La Agenda 2030 y el establecimiento de indicadores para medir cada una de las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible responden a esta inquietud de medir algo más que el mero crecimiento económico.
En Europa se está trabajando en un indicador multidimensional para medir la calidad de vida que recoge todas estas ideas aquí plasmadas.
¿Cómo medimos el desarrollo y la desigualdad?
El PIB, como la renta per cápita, facilita observar la acumulación de riqueza en la población. Sin embargo, no aporta información sobre la distribución de esa riqueza. Es necesario complementar este indicador con mediciones de igualdad como el Índice de Gini, el Coeficiente 80/20, y los cálculos de pobreza absoluta y relativa.
Por su parte, el Índice de Desarrollo Humano (IDH) del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) complementa al resto de indicadores. Incorpora al ingreso per cápita variables de salud y educación de la población. Por lo tanto, avanza hacia una medición y concepto del desarrollo y no solo del crecimiento económico. Sin embargo, también tiene críticas, como por ejemplo que invisibiliza el problema de la desigualdad. Por ello se calcula el IDH corregido por las desigualdades. Asimismo, hay otras variaciones para ver el desarrollo con perspectiva de género, el efecto del género sobre la desigualdad o la pobreza multidimensional.
La otra cuestión relevante que el PIB olvida es la sostenibilidad ambiental. Desde 2020, el IDH incorpora en la medición las emisiones y la huella ecológica.
Existe un amplio repertorio de indicadores que nos adentran en la medición del desarrollo y que complementan la visión dada por el PIB. Entre ellos se pueden destacar el Índice de Progreso Social, el Índice de Planeta Feliz o el Índice para una vida Mejor de la OCDE, entre muchos otros.
Reflexiones finales
Los referentes teóricos sobre los que se construye la medición de la economía están detrás de las carencias del PIB. La ortodoxia imperante en las últimas décadas ha ignorado que crecimiento y desarrollo no son sinónimos. El desarrollo incluye aspectos del bienestar humano, social y ambiental.
El valor del PIB como medidor de coyuntura es innegable. Pero los cambios estructurales de la economía y la sociedad en el tiempo son más complejos. Por eso, el análisis de los procesos económicos ha de apoyarse en una batería de indicadores que contemple aspectos sociales y ambientales.
En la actualidad parece lejano llegar a un consenso internacional sobre un indicador compuesto que incluya variables bajo los criterios de los objetivos de desarrollo sostenible. Pero no es imposible. En este sentido, los nuevos indicadores sobre calidad de vida, así como el Índice de Desarrollo Humano en sus versiones mejoradas, resultan opciones válidas. Es nuestra responsabilidad como economistas darles un mayor uso y difusión en sus diferentes versiones.
Laura Pérez Ortiz y Ana Isabel Viñas Apaolaza son profesoras titulares de Economía y Desarrollo de la Universidad Autónoma de Madrid.
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