El desarrollo social y económico, desde mediados del pasado siglo, se ha ido consolidando como el emprendimiento multidisciplinar más ambicioso que se ha impuesto la humanidad a sí misma, ya que tiene por fin la erradicación de la pobreza, en todas sus dimensiones, y el avance hacia un mundo próspero, justo, sostenible y pacífico para todos.
Esta afirmación inicial parece una evocación poética, mística, metafórica; sin embargo, constituye un enunciado descriptivo del significado de un campo de acción y de estudio que no puede condensarse en una sola disciplina.
Esta esfera de empeño, que tras 70 años ha traído múltiples mejoras al mundo pero que no ha logrado sus fines –a pesar del ingente número de recursos humanos y financieros dedicados a la tarea–, vuelve a ser vital, puesto que la pandemia amenaza, según los cálculos de la misma ONU, con un resurgimiento de la pobreza extrema en zonas donde ya había desaparecido.
El recientemente fallecido Dr. Farzam Arbab, bahaísta de origen iraní pero formado en física de partículas en Estados Unidos, dedicó gran parte de su vida en Colombia, a través de la Fundación para la Aplicación y Enseñanza de las Ciencias que instituyó, tanto al empoderamiento de los campesinos y de la gente común para hacerse cargo de su desarrollo como al pensamiento del desarrollo como área interdisciplinar.
Con motivo del lanzamiento de un documental titulado Labradores de esperanza, que pretende honrar su legado, este artículo explora brevemente algunas de las que pueden ser consideradas sus principales contribuciones y que parecen ser cruciales para avanzar inexorablemente hacia el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Un marco que guíe el aprendizaje, el discurso y la acción
El mundo del desarrollo, desde sus orígenes, a fin de dotar de coherencia y rigor a sus propuestas, se fundamentó, en primer lugar, en teorías descriptivas de cómo se produce el desarrollo —modernización, dependencia, sistemas mundiales— que también prescribían las políticas para lograrlo y, en segundo, en ideologías totalizantes que aspiraban a transformar integralmente la vida política, económica y social. Los científicos sociales también buscaban modelos rigurosos.
El Dr. Arbab, consciente de la necesidad de aprender sistemáticamente de la acción, por un lado, de recurrir a la ciencia, por el otro, y de no caer presos de modelos cuantitativos que parecen precisos, pero que en realidad esconden rigidez, planteó la necesidad de que los actores del desarrollo operaran bajo un marco conceptual evolutivo, donde los enfoques y métodos, convicciones, valores y principios que resultasen más efectivos en la práctica pudieran acumularse y orientar a todos los protagonistas de esta empresa mundial con anclaje local.
La generación del conocimiento, eje del desarrollo
Un elemento fundamental del marco conceptual reside en la noción de que la generación de conocimiento –así como su aprendizaje, aplicación y difusión– ha de ser el principio motriz del desarrollo.
En otras palabras, se debe reemplazar a la economía como proceso central de la existencia social por la generación de conocimiento y el aprendizaje acerca del desarrollo. De este modo, la economía en sí se volvería un ámbito de aprendizaje y se podría abordar como un tema de estudio y acción transformadora, como lo son la salud, la educación y la producción agropecuaria.
Esto implica ir más allá de las modas, los paquetes y las fórmulas simplistas de desarrollo que plantean que este puede ser algo que se entrega a los necesitados, por muy importantes que sean: infraestructuras, tecnología, educación, salud…
Además, requiere la democratización de la ciencia, la apertura de espacios, no necesariamente de investigación vanguardista, donde las masas pudieran participar en cierto grado en la producción científica sobre el desarrollo.
Las fuentes del conocimiento
Otra cuestión clave del pensamiento del Dr. Farzam Arbab, relacionada con la noción anterior, es la idea de que el conocimiento necesario para forjar el desarrollo, además de proceder de la experiencia práctica por propiciar el progreso social, debe proceder de tres fuentes en interacción: la ciencia, el conocimiento tradicional de la población local o regional que asume su sendero de desarrollo y el acervo moral y espiritual de la humanidad –la religión–.
Sin esta interacción, se erosiona el conocimiento tradicional, no se logra conectar con la población local donde se suele concentrar la acción, se puede llegar a romantizar el conocimiento autóctono desacreditando a la ciencia o se pueden asumir inconscientemente nociones perjudiciales para fomentar actitudes proclives al desarrollo relacionadas con la naturaleza humana, los fines y los medios y el progreso.
La visión que se tiene de los campesinos y de los pobres es uno de esos temas a los que le dio la mayor relevancia, puesto que, tanto el programa de modernización, como la revolución verde, el enfoque de las necesidades básicas e incluso el marco del desarrollo humano, solían pecar del mismo defecto: ver a las personas a quienes supuestamente se ha de empoderar como vagos e improductivos, en el peor de los casos, o conglomerados problemas a resolver y de necesidades a satisfacer, en el mejor.
Al igual que encontrar formas de producción más eficientes y ecológicas –por poner un ejemplo– debía ser el objeto de un escrutinio científico riguroso, identificar nociones sobre el ser humano que induzcan confianza en su potencial también debería ser estudiado en profundidad.
La participación y el empoderamiento
Ante la moda de la participación, ya sea en los servicios que se ofrecen, en los proyectos o en los procesos de toma de decisiones, el Dr. Arbab desde el inicio consideraba que la gente debía ser la protagonista del desarrollo. Sin embargo, muchas fuerzas sociales impiden que el potencial humano se libere.
La plétora de programas políticos así como de iniciativas civiles de cooperación, muchas veces iban acompañadas de estilos de liderazgo paternalistas y de intereses demasiado estrechos que, en ningún caso, lograban colocar a las personas en el medio.
En línea con la perspectiva de la concienciación de Freire, pero probablemente llevando el principio de participación a un nivel de radicalidad mayor, veía a la humanidad entera como protagonista irreemplazable de la empresa global del desarrollo. Sin el concierto de todos, no se podrían superar los desafíos históricos.
En las localidades menos favorecidas, donde la mayoría ve dolor, pobreza y sufrimiento, se ha de aprender a identificar, por encima de todo, el potencial, a fin de que este, mediante la educación, pueda ser cultivado.
Además, la separación entre ellos (quienes sufren) y nosotros (quienes ayudamos) se debería disolver, puesto que todos somos los partícipes de un camino que ha de conducir a un modelo de desarrollo y organización social que genere bienestar para todos.
La educación integradora
Lo anterior se vincula con la convicción que tenía el Dr. Arbab de que la educación era una de las claves para el desarrollo; la cantidad de materiales educativos, la innovación pedagógica que gestó y los programas de educación para el desarrollo que cuajaron bajo su guía, lo acreditan.
Se adelantó a la idea de competencias y de interdisciplinariedad con la herramienta de desarrollo curricular que diseñó: la noción de capacidad, entendida como un entramado de cualidades y actitudes, conceptos e información, herramientas y habilidades para emprender acciones transformadoras y que se agrupan en capacidades científicas, tecnológicas, matemáticas, del lenguaje y la comunicación y del servicio comunitario. Aquí también fue pionero.
Hoy se habla de aprendizaje y servicio como uno de los enfoques más innovadores y los trabajadores sociales lo estudian con entusiasmo. En los años 70 ya lo aplicaba este visionario, puesto que los programas de FUNDAEC colocan a la acción en el centro y empoderan, a través del estudio, la conversación y la actividad intensa para servir a la comunidad con creciente efectividad.
Algunos de estos programas de educación para el desarrollo, como el SAT –también impulsó, entre otros, dos licenciaturas, dos posgrados y diversos programas informales como el Preparación para la Acción Social extendida por casi todos los continentes hoy día–, han sido reconocidos por diferentes gobiernos como currículos oficiales y sistemas alternativos que se han extendido masivamente para ofrecer una educación de alta calidad a zonas donde no llega el sistema formal.
Este apartado de la visión de la educación que el Dr. Arbab poseía y de los logros cosechados en este campo se prestaría para un libro extenso.
Las estructuras locales y la creación de capacidad
De todo lo propuesto hasta ahora, se puede observar que la creación de capacidad representa el rasgo central del enfoque para el desarrollo del Dr. Farzam Arbab.
En última instancia, consideraba que la creación de capacidad en los individuos, en la comunidad y en las instituciones –al mismo tiempo– debía ser la preocupación central de todo esfuerzo por lograr la prosperidad y ayudar a una población a adueñarse de su progreso. La modernización había erosionado las estructuras tradicionales sin reemplazarlas por otras, lo que había sido una de las principales causas de la desolación de esos territorios.
Sin estructuras pertenecientes a la gente que puedan impulsar procesos de aprendizaje y de investigación-acción, que permitan la interacción del conocimiento científico y del tradicional, que faciliten la introducción de programas educativos que empoderen sin dividir, la sistematización de los aprendizajes y la difusión del conocimiento generado a través de la misma población, lograr el desarrollo es solo una utopía, una quimera.
Esta perspectiva condujo al Dr. Arbab a la creación de la Universidad Rural, una institución que ha permitido vertebrar los objetivos recién señalados.
Desde ella, la población del Norte del Cauca, por ejemplo, ha podido emprender, y sigue emprendiendo –aspirando a la sostenibilidad y al crecimiento en escala–, múltiples proyectos, programas e investigaciones sobre los distintos procesos de vida –agricultura, ganadería, procesamiento, comercialización, transformación industrial, educación, socialización y comunicación…– que, cuando logran un éxito relativo, se sistematizan y documentan para incorporarse a los nuevos materiales educativos, a fin de formar a la misma población y diseminar el conocimiento.
Integración, complejidad y sentido de misión histórica
A pesar de la magnitud de la tarea, el desarrollo ha de comenzar de manera sencilla, con una o dos líneas de acción que, a medida que se crea mayor capacidad, se logra implicar a más gente local y se consiguen más recursos, se complementan con otras líneas de acción que se van integrando en un enfoque holístico coherente que, a toda costa, evita la fragmentación tal prevalente en la vida moderna.
Por último, el Dr. Arbab veía al desarrollo dentro de un proceso histórico mundial de transformaciones que parecían estar forzando a la humanidad a repensar los fundamentos últimos sobre los que se erige la civilización.
El reconocimiento de la unicidad del género humano alcanzado por la antropología y la genética a principios del siglo XX –un principio también presente en las diferentes tradiciones indígenas, religiosas y espirituales de la mayoría de los pueblos–, la justa distribución de recursos entre individuos, grupos y naciones y el respeto y fortalecimiento de la diversidad cultural de la especie debían imprimir la motivación, constituir la visión de futuro e informar los medios y los enfoques para una movilización masiva de alcance glocal que permitiera alcanzar dicho estado de prosperidad y justicia colectiva sin precedentes.
Aunque no existan, el Dr. Arbab fue un gigante, un genio invisible entre la gente que pasó desapercibido, aunque no su legado… porque así él lo decidió.
Sergio García Magariño, investigador de I-Communitas, Institute for Advanced Social Research, Universidad Pública de Navarra.
© The Conversation. Republicado con permiso.