El desempeño de los mercados bursátiles, especialmente en Estados Unidos, durante la pandemia del coronavirus parece desafiar la lógica. Con un desplome de la demanda que arrastra hacia abajo la inversión y el empleo, ¿qué podría estar manteniendo los precios de las acciones a flote?
Cuanto más difieren los fundamentos económicos y los resultados de mercado, más profundo se vuelve el misterio, hasta que uno considera las posibles explicaciones basadas en la psicología multitudinaria, la viralidad de las ideas y la dinámica de la epidemia narrativa.
Después de todo, los movimientos de los mercados bursátiles están impulsados, en gran medida, por las evaluaciones que hacen los inversores de la reacción cambiante de otros inversores ante las noticias, más que por la noticia misma.
Esto es porque la mayoría de la gente no tiene manera de evaluar la importancia de las noticias económicas o científicas. Especialmente cuando la desconfianza en los medios de comunicación es alta, tiende a confiar en cómo la gente que conoce responde a las noticias.
Este proceso de evaluación lleva tiempo, razón por la cual los mercados bursátiles no responden a las noticias de manera repentina y absoluta, como sugeriría la teoría convencional. Las noticias dan inicio a una nueva tendencia en los mercados, pero son lo suficientemente ambiguas como para que la mayor parte del dinero inteligente tenga dificultades para sacar provecho de ellas.
Por supuesto, es difícil saber qué impulsa al mercado bursátil, pero podemos al menos conjeturar ex post, en base a la información disponible.
Existen tres fases diferentes en el enigma en Estados Unidos: el alza del 3% en el S&P 500 desde el comienzo de la crisis del coronavirus, el 30 de enero, hasta el 19 de febrero; la caída del 34% desde esa fecha hasta el 23 de marzo, y el rebote del 42% desde el 23 de marzo hasta el presente. Cada una de estas fases revela una asociación asombrosa con las noticias, ya que la reacción rezagada del mercado está filtrada por las reacciones e historias de los inversores.
La primera fase empezó cuando la Organización Mundial de la Salud declaró que el nuevo coronavirus era “una emergencia de salud pública de importancia internacional” el 30 de enero. En los 20 días posteriores, el S&P 500 subió 3%, alcanzando un pico récord sin precedentes el 19 de febrero. ¿Por qué los inversores les darían a las acciones su mayor valuación en la historia justo después del anuncio de una posible tragedia global? Las tasas de interés no cayeron durante este período. ¿Por qué el mercado bursátil no “predijo” la inminente recesión cayendo antes de que empezara la crisis?
Una conjetura es que una pandemia no era un episodio familiar y la mayoría de los inversores a comienzos de febrero no estaban convencidos de que otros inversores y consumidores prestaran alguna atención a estas cosas, hasta que vieron una mayor reacción ante las noticias y en los precios de mercado.
Su falta de experiencia pasada desde la pandemia de gripe de 1918-20 implicaba que no había ningún análisis estadístico del impacto de estos episodios en el mercado. El inicio de los confinamientos a fines de enero en China recibió escasa atención en la prensa mundial. La enfermedad causada por el nuevo coronavirus ni siquiera tuvo nombre hasta el 11 de febrero, cuando la OMS la bautizó COVID-19.
En las semanas previas al 19 de febrero, la atención pública a problemas de larga data como el calentamiento global, el estancamiento secular y los problemas de sobreendeudamiento estaba menguando. El juicio político del presidente Donald Trump, que terminó el 5 de febrero, todavía dominaba las conversaciones en Estados Unidos, y muchos políticos aparentemente seguían pensando que era contraproducente encender alarmas sobre una nueva tragedia hipotética de grandes dimensiones en el horizonte.
La segunda fase comenzó cuando el S&P 500 se desplomó 34% entre el 19 de febrero y el 23 de marzo, una caída similar a la crisis de la bolsa de 1929. Sin embargo, hasta el 19 de febrero, sólo se habían registrado un puñado de muertes a causa del COVID-19 fuera de China. Lo que cambió la manera de pensar de los inversores en ese intervalo no fue sólo una narrativa, sino una constelación de narrativas relacionadas.
Algunas de las noticias frescas eran ridículas. El 17 de febrero, se mencionó por primera vez una corrida por papel higiénico en Hong Kong, que terminó convirtiéndose en una historia sumamente contagiosa como una suerte de broma.
Por supuesto, la noticia sobre la propagación de la enfermedad se estaba volviendo más internacional. La OMS la calificó de pandemia el 11 de marzo. Las búsquedas de “pandemia” en Internet alcanzaron un pico en la semana del 8-14 de marzo, y las búsquedas de “coronavirus” se dispararon en la semana del 15-21 de marzo.
Parece que en la segunda fase la gente intentaba aprender lo básico sobre este evento extraño. La mayoría de la gente no podía hacerse una idea de lo que estaba sucediendo, mucho menos imaginar que otros que podían influir en los precios de mercado lo estaban haciendo.
Cuando empezó la caída del mercado bursátil, aparecieron historias vívidas de penuria y disrupción comercial causada por el confinamiento. Por ejemplo, se decía que algunas personas en la confinada China se veían obligadas a buscar pececillos y gusanos marinos para comer. En Italia, había historias de trabajadores médicos en hospitales desbordados frente a la disyuntiva de tener que elegir qué pacientes recibirían tratamiento. Florecían los relatos sobre la Gran Depresión de los años 1930.
El inicio de la tercera fase, cuando el mercado del S&P 500 comenzó su recuperación del 40%, estuvo marcado por algunas noticias genuinas sobre política tanto fiscal como monetaria. El 23 de marzo, después de que las tasas de interés ya habían sido recortadas prácticamente a cero, la Reserva Federal de Estados Unidos anunció un programa agresivo para establecer líneas de crédito innovadoras. Cuatro días más tarde, Trump firmó la Ley de Ayuda, Alivio y Seguridad Económica por Coronavirus (CARES por su sigla en inglés), prometiendo un estímulo fiscal agresivo.
Estas dos medidas, y acciones similares en otros países, fueron catalogadas como acciones semejantes a las tomadas para contrarrestar la Gran Recesión de 2008-09, a lo que siguió un incremento gradual, pero en definitiva enorme, de los precios de las acciones. El S&P 500 aumentó cinco veces desde su piso el 9 de marzo de 2009 hasta el 19 de febrero de 2020. La mayoría de la gente no tiene ni idea de cuál es el plan de la Fed o qué significa la Ley CARES, pero los inversores sí conocían un ejemplo reciente en el que esas medidas aparentemente funcionaron.
Enseguida se recordaron historias de colapsos y fuertes recuperaciones del mercado bursátil de menor envergadura, pero de todos modos significativos, algunos de ellos de 2018. Los comentarios de arrepentimientos por no comprar en los mínimos entonces, o en 2009, pueden haber dejado la impresión de que el mercado había caído lo suficiente en 2020. En ese momento, cundió el miedo a perder, lo que reforzó la idea de los inversores de que era seguro volver a entrar.
En las tres fases del mercado bursátil del COVID-19, los efectos de las noticias genuinas son evidentes. Pero los movimientos de los precios no necesariamente son una respuesta pronta y lógica. De hecho, rara vez lo son.
Robert J. Shiller, premio Nobel de Economía en 2013 y profesor de Economía en la Universidad de Yale, es el autor de Narrative Economics: How Stories Go Viral and Drive Major Economic Events.
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