Lynch por Lynch
David Lynch
El cuenco de plata
Uno (mi comentario)
Lo único comparable a las películas de Lynch es su conversación. Es la amabilidad de alguien que no esta en guardia y que cree, sinceramente cree (o nos hace creer que cree), que no tiene mucho para decir, pero que si el interlocutor insiste y le pide encontrar razones y escarbar, él con mucho gusto colabora. Habla, y en los recuerdos y las explicaciones van sedimentando los climas de las películas, de las series, de sus cuadros: la normalidad de un universo paralelo en el que está comodísimo y en el que hay lugar. Lynch es el hijo sano del suburbio. Por eso solo puede pensar en monstruos, en cuerpos que se deforman, en los bichos que vive debajo de las piedras de jardines primorosos. La única manera de tener una cabeza deforme es haber vivido una infancia feliz y él la vivió, dice en alguna de las cientos de horas de entrevistas que deben haber sido decididamente caóticas. Pero en ese caos lo que hay es virtud del absurdo (claro) lyncheano en la vida real: el joven Lynch, boy scout, escoltando la llegada de Kennedy y Eisenhower a un evento cívico importante; el pintor que dejó de recibir dinero de su familia porque ese había sido el acuerdo y entonces vivía de la familia de un amigo; el casi recién casado que para espantar a un ladrón esgrimió una espada Samurai una noche en una casa de ¡doce! habitaciones que él y su esposa habían comprado en un barrio picante; el que propuso a un amigo, productor, hacer una comedia para televisión, y vio cómo la aventura derivaba en un clásico freak del mainstream audiovisual. Sabemos que es director, que pinta, que se interesa por la música, el café y el pronóstico del tiempo (todavía están en youtube sus microreportes del clima en California), que creó un club nocturno en París. Ahora también sabemos que es un charlatán del bien.
Dos (la selección)
Desde Terciopelo azul, mi agente, Tony Krantz, se había obsesionado con tratar que hiciésemos algo para la televisión. Y nosotros le decíamos: “Bueno, sí, tal vez”. Así que, un día, Mark y yo estábamos charlando en Du-par’s, el café que está en la esquina de Laurel Canyon y Ventura, y, de repente, Mark y yo vimos la imagen de un cuerpo que aparecía en la orilla de un lago, arrastrando por la marea.
Tres
El misterio de quién mató a Laura Palmer era lo principal, pero la idea era que disminuyera un poco a medida que los espectadores empezaran a conocer a los otros habitantes del pueblo y los problemas que tenían. Y cada semana se tratarían en detalle algunas cosas. El proyecto se basaba en mezclar una investigación policial con las vidas normales de los personajes. Habíamos dibujado un mapa del pueblo. Sabíamos dónde se encontraba todo y eso nos ayudó a determinar el ambiente predominante y qué podía suceder en el lugar. Supongo que es difícil hablar de qué hizo que Twin Peaks fuera Twin Peaks. Creo que ni siquiera nosotros sabíamos qué era. Pero la ABC dijo que quería encargar el piloto.
Cuatro
Las verjas se abrieron de golpe y aparecieron dos automóviles, que comenzaron a avanzar lentamente en mi dirección. El vidrio estaba a treinta centímetros de mi cara. Y, mientras me pasaron, vi, en el primer auto, al presidente Eisenhower y al próximo presidente, Kennedy. Tenían sombreros de copa e iban hablando. Ike era el que estaba más cerca de mí; Kennedy estaba como a uno o dos metros de distancia. Y luego pasó el siguiente auto, y adentro se encontraban Johnson y Nixon, que no iban hablando. Años después, me di cuenta de que vi a cuatro presidentes consecutivos en ese breve lapso de tiempo, de pie en medio de dos agentes del Servicio Secreto.
Cinco
Aprendí que justo debajo de la superficie hay otro mundo y que, cuanto más se cava, aparecen más y más mundos distintos. Lo sabía de chico, pero no había podido encontrar las pruebas. Era sólo una sensación. Hay algo bueno en el cielo azul y las flores, pero otra fuerza -un dolor salvaje, un deterioro- también lo acompaña todo. Es como el caso de los científicos: comienzan por la superficie de algo y luego empiezan a escarbar. Llegan a las partículas subatómicas y entonces su mundo se vuelve muy abstracto. De algún modo, son como pintores abstractos. Sería difícil hablar con ellos porque están allá abajo, en las profundidades.
Seis
No. Pero tuve una infancia idílica. Lo único que me inquieta es que muchos psicópatas dicen que fueron muy felices de niños. A raíz de eso, me pregunto: “Un momento, ¿de verdad tuve una infancia muy feliz?”. Y la respuesta es bastante sencilla: tuve una infancia muy feliz. Tengo grato recuerdos de mi niñez. Una vez leí algo sobre la nostalgia de la euforia de los sueños olvidados de la infancia. Y sí era como un sueño, porque el mundo era muy pequeño. Recuerdo que no podía ver más allá de un par de cuadras. Lo que sucedía más allá de esas cuadras no formaba parte de mi vida en absoluto. Y ese par de cuadras son enormes.
Siete
Vivíamos sin mucho dinero, pero la ciudad rebosaba de miedo. Mataron a tiros a un chico en la calle, y la forma dibujada con tiza permaneció en la vereda durante cinco días. Nos robaron dos veces, dispararon contra las ventanas y se llevaron un auto. Entraron a robar en la casa apenas tres días después de que nos mudamos, pero tenía una espada que me había dado el padre de Peggy. No sé de qué época era la espada, pero la guardaba debajo de la cama. Me desperté una noche y la cara de Peggy estaba a dos centímetros de la mía, y sólo espero no volver a ver nunca un rostro tan atemorizado. “¡Hay alguien en la casa!”. Me levanté de un salto, me puse los calzoncillos al revés, agarré la espada y empecé a gritar: “¡Largo de aquí!”. Caminé a las escaleras con la espada en alto y seguí gritando. Las personas que habían allanado la casa estaban confundidas porque, debido a que había estado vacía tanto tiempo, estaban acostumbradas a entrar. De repente se dieron cuenta de que alguien vivía ahí y se fueron. No hubo ningún problema. Los vecinos se despertaron, pero ¡pensaron que le estaba gritando a Peggy que se fuera!
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