Postguerra, comentado por Alejandro Bianchi- RED/ACCIÓN

Postguerra, comentado por Alejandro Bianchi

 Una iniciativa de Dircoms + RED/ACCION

Cada día, un especialista invitado comenta un libro de no ficción y elije los seis párrafos de ese libro que más le hayan llamado la atención.

Postguerra, comentado por Alejandro Bianchi

Postguerra
Tony Judt
Taurus

Uno (mi comentario)

“Postguerra, Una historia de Europa desde 1945”, de Tony Judt no es un libro para leer en la cama ni en el subte. Este historiador inglés escribió 1183 páginas que además la editorial Taurus se esmeró en publicar con una hermosa tapa dura. Sin embargo, el relato de Judt sobre el mundo que vivió luego de 1945 es realmente una obra maestra y es seguramente uno de los mejores libros de historia moderna que se hayan escrito.

Lo más impactante que tiene es un ritmo de novela que atrapa al lector a pesar de que cuenta hechos con infinidad de datos y análisis del pasado. La lectura es completamente adictiva, de esas que sólo el cansancio extremo nos lleva a cerrar el libro hasta el día siguiente. Asimismo, Judt describe el fenómeno postguerra en detalle, desde EEUU deteniéndose generosamente en cada país de Europa Occidental y Oriental llegando hasta la antigua Unión Soviética. Su análisis nos permite entender muchos sucesos del presente aún indefinidos o irresueltos.

Postguerra fue considerado en 2005 uno de los 10 mejores libros por la New York Times Book Review y fue finalista del Premio Pulitzer. Es un libro para atesorar, para tenerlo de consulta, para apreciarlo cuando pasa algo en el mundo y necesitamos una explicación para entender las raíces del conflicto.

Dos (la selección)

“Sin la amnesia colectiva, la recuperación de Europa no habría sido posible. Indudablemente gran parte de lo que se apartó de la mente volvería posteriormente a incomodarla de diversas  maneras. Pero sólo mucho más tarde llegaría a estar claro hasta qué punto la Europa de la postguerra había descansado sobre unos mitos fundacionales que se fracturarían y cambiarían con el paso de los años. En las circunstancias de 1945, en un continente cubierto de escombros, ofrecía muchas ventajas actuar como si el pasado estuviera de hecho muerto y enterrado y una nueva era estuviera a punto de comenzar. El precio que hubo que pagar, especialmente en Alemania, fue una cierta cantidad de olvido selectivo y colectivo. Pues al fin y al cabo, y sobre todo en Alemania, había mucho que olvidar.” (página 104)

Tres

“El estancamiento económico desdecía constantemente la presunción de que el comunismo era superior al capitalismo. Y aunque no fuera un estímulo para la oposición, no cabía duda de que era una fuente de desafección. Para la mayoría de la gente que experimentó el comunismo de la era de Breznev, desde finales de los sesenta a comienzos de los ochenta, la vida ya no estaba determinada por el terror y la represión. Pero era gris y monótona. Los adultos cada vez tenían menos hijos; bebían más –el consumo de bebidas alcohólicas en la Unión Soviética se cuadruplicó por esos años- y morían jóvenes. La arquitectura pública de las sociedades comunistas no sólo era poco atractiva  sino que era de poca calidad e incómoda, retratando fielmente el raído autoritarismo del propio sistema. Como un taxista de Budapest le comentó en una ocasión a este autor, señalando la apretada sucesión de inhóspitos y mugrientos bloques de pisos que desfiguran el extrarradio de las ciudades: ´Ahí vivimos. En los típicos edificios comunistas: mucho calor en verano, mucho frío en invierno´”. (página 836)

Cuatro

“Cuando cayó el comunismo y la Unión Soviética se derrumbó, los dos se llevaron consigo no sólo un sistema ideológico sino las coordenadas políticas y geográficas de todo un continente. Durante cuarenta y cinco años –más allá de la memoria viva de gran parte de los europeos- pervivió el incómodo resultado de la Segunda Guerra Mundial. La división accidental de Europa, con todo lo que comportaba, parecía ya algo inevitable. Sin embargo, de repente, había cambiado por completo. Con el tiempo, las décadas de la postguerra cobraron una importancia radicalmente diferente. Cuando se comprendió que había sido el inicio de una nueva era de polarización ideológica permanente, se convirtieron en lo que realmente eran: el prolongado epílogo de una guerra civil europea iniciada en 1914, un interregno de cuarenta años que iba desde la derrota de Adolf Hitler hasta la resolución definitiva de los asuntos que la guerra de este dictador había dejado pendientes”. (página 1071).

Cinco

“Los años que mediaron entre 1945 y 1989 fueron una especie de paréntesis. La guerra abierta entre los Estados, un rasgo inherente a la forma de vida europea durante 300 años, había alcanzado niveles apocalípticos entre 1913 y 1945: unos sesenta millones de europeos murieron en las guerras o en los asesinatos de Estado de la primera mitad del siglo XX. Pero entre 1945 y 1989 este tipo de contiendas desaparecieron del continente europeo. Dos generaciones de europeos crecieron con la hasta entonces inconcebible impresión de que la paz era el orden natural de las cosas. Como prolongación de la política, la guerra y también la confrontación ideológica fueron diferidas al llamado Tercer Mundo”. (página 1072/1073)

Seis

“Porque la verdad auténticamente incómoda de la Segunda Guerra Mundial era que lo que les había ocurrido a los judíos entre 1939 y 1945 no eran ni por asomo tan importante para la mayoría de sus protagonistas como las sensibilidades posteriores podrían desear. Si muchos europeos habían logrado durante décadas dejar de lado la suerte de sus vecinos judíos, no era porque les consumiera la culpa y la represión de recuerdos insoportables. Era porque la Segunda Guerra Mundial –salvo para un puñado de altos cargos nazis- no tenía que ver con los judíos. Hasta para los nazis, su exterminio formaba parte de un proyecto de limpieza y reasentamientos raciales más ambicioso. (página 1170)

Siete

“Sólo la historia podrá ayudarnos a recordar en los años venideros por qué parecía tan importante erigir cierta clase de Europa a partir de los crematorios de Auschwitz. La nueva Europa, unida por los símbolos y signos de su terrible pasado, constituye un éxito notable; pero seguirá estando siempre hipotecada a ese pasado. Para que los europeos conserven ese vínculo vital – para que el pasado del continente siga proporcionando al presente de Europa un contenido reprobatorio y un objetivo moral- habrá que enseñárselo de nuevo a cada generación. Puede que la “Unión Europea” sea una respuesta a la historia, pero nunca podrá sustituirla”. (página 1183)

Alejandro Bianchi tiene 47 años, de los cuales dedicó 23 al periodismo económico, especializándose en temas de infraestructura, servicios públicos, transporte y energía. Trabajó en las secciones de Economía de los diarios La Nación, El Cronista, The Wall Street Journal y Crítica de la Argentina. Fue colaborador del Huffington Post en español. Fue además editor de Infobae América y columnista de los canales C5N y TN. En paralelo, también hizo carrera en radio: trabajó 10 años en Radio América como productor, columnista de Economía y corresponsal en Nueva York. Fue conductor de sus propios programas en FM Blue (Suplemento Blue) y FM Milenium (Suplemento de Domingo).


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