"1988. El fin de la ilusión", comentado por Mauro Libertella- RED/ACCIÓN

"1988. El fin de la ilusión", comentado por Mauro Libertella

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"1988. El fin de la ilusión", comentado por Mauro Libertella

1988. El fin de la ilusión
Martín Zariello
Sudamericana

Uno (mi comentario)

Hay gente que dice que los ensayos tienen que ser como conversaciones: alguien le cuenta a otro algo que sabe, algo que entendió, algo que descubrió. Lo mismo se podría decir de la narrativa y prácticamente de cualquier libro, pero el ensayo tiene, a diferencia de la novela, una vocación clara de transmitir algo. Sin embargo, hay autores que transmiten desde distintos puntos de la sala: algunos desde arriba de una mesa, otros –los más tímidos, los apocados– en voz baja, escondidos en el placard o abajo de la cama. Martín Zariello nos habla en la mesa del café, contra la ventana, mientras tomamos un té negro y vemos cómo la calle se desplaza y el día se convierte en noche.

En 1988. El fin de la ilusión nos habla de sus temas de siempre –rock, literatura, política, fútbol, cultura mainstream mezclada con relámpagos de culto– pero se autoimpone una restricción que podría limitarlo y que sin embargo parece terminar estimulándolo. Ese perimetro es el año 1988 completo. Así, cada capítulo de su libro aborda algo “que pasó” ese año: un disco, un libro, un recital, un discurso presidencial, una muerte. Cuando lo terminamos de leer, embriagados aún por el tono cercano, empezamos a imaginar otros libros posibles, una saga infinita en la que Zariello escribe un libro para cada año. Quizás, en una de esas, si tenemos suerte...  

Dos (la selección)

Como todo lo que publicaba Asís en esa época, en 1988 Cuaderno del acostado pasó sin pena ni gloria. El 3 de marzo de ese mismo año, mientras festejaba su cumpleaños en la embajada de Marruecos, se cruzó con su amigo Carlos Menem, a quien conocía desde la década del setenta. Atacado, al igual que él, por izquierda y por derecha, se sintió identificado con el otro Turco y, aunque era más amigo de Antonio Cafiero, rival en la interna, prometió respaldarlo. Durante la década de los noventa, ejerció como embajador de la Unesco, secretario de cultura de la nación, embajador en Portugal y hasta como candidato a vicepresidente de Adolfo Rodríguez Saa en una fórmula que desde el principio era un invento de Menem para joder a Duhalde. Pero esa ya es otra historia.

Tres

Hay varias muertes dolorosas en el rock argentino pero una de las más irreparables es simbólica: la de la amistad entre el Indio y Skay. Sin embargo, se pueden adquirir enseñanzas de aquel ideario que el grupo sostenía a través del Indio, junto antes de que los ochenta se convirtieran en los noventa. En época en que las corporaciones, aliadas a los medios, manejan nuestra agenda en forma explícita y, en vez de encontrar algún tipo de resistencia, reciben un clamoroso sometimiento basado en el temor a no estar adaptado (a la nueva serie, a la nueva red social, a la nueva app, a la nueva forma de opinar), es necesario recordar al Indio hablando de manera incansable sobre proteger al máximo nuestro estado de ánimo. No vaya a ser cosa que nos lo secuestren.

Cuatro

Más que ningún otro presidente de la democracia posterior a 1983, Alfonsín es recordado por una serie de frases dichas en el marco de discursos públicos multitudinarios. En ese sentido puede compararse a aquellas bandas que, antes de escucharlas en un disco de estudio, es mejor ver en vivo. Alfonsín Live On Tour sería, sin duda, el título del hipotético disco que recopilaa sus momentos más encendidos.

Cinco

Hay algo de genocidio aleatorio que subyace detrás de los femicidios, como si se tratara de un exterminio que no necesita adoctrinamiento alguno porque ya se encuentra internalizado en la mente de todos los hombres que somos criados en esta sociedad. La condena por axhibir debilidad en público, una tácita proscripción de la sensibilidad, el temor a salirse de la “norma” sexual, la subestimación interlectual de la mujer, entre otros, son preceptos explícitos que el varón recibe desde chico y que, de no adveritrse, pueden generar serios problemas.

Seis

Prescindiendo de la música, pocas cosas otorgan más mística a una banda de rock que la tendencia al bardo en recitales en vivo. Para un fan no hay nada mejor que decir: “Yo estuve esa vez que hubo bardo”. A continuación, es usual que se incline a narrar anécdotas de las que probablemente el setenta y cinco por ciento del contenido sea falso. El que presenció el bardo de cerca tiene un plus de autoridad que no te da ni saber el orden cronológico de la discografía de Zappa.

Siete

Luca decía que el rock argentino era una mala copia del anglosajón y se cansó de hacerle bullying verbal a algunos de los tipos más geniales de esa corriente. ¿Spinetta? Toca muchos acordes, sus canciones tienen demasiados arreglos y sus letras no se entienden. ¿Charly García? Es muy débil, es muy Charly. ¿Cerati, Moura y Melero? Descartados, por supuesto, por obvias razones: si les das una guitarra criolla no pueden tocar una canzonetta italiana ni un blues. ¿Fito Páez? Es el hijo de Charly García y Nito Mestre.

Mauro Libertella nació en México en 1983. Creció y vive en buenos aires. Es periodista cultural. Publicó los libros "Mi libro enterrado", "El invierno con mi generación" y "Un reino demasiado breve".


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