WASHINGTON, DC – El 9 de diciembre de 2018, la Asamblea General de las Naciones Unidas votó para adoptar el Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular, con 152 votos a favor, 5 votos en contra y 12 abstenciones. Quienes están a favor calificaron al Pacto como un paso hacia una gestión más humana y ordenada de la migración; la oposición, sin embargo, sigue siendo importante.
El Pacto no es un tratado legalmente vinculante, ni tampoco garantiza nuevos derechos para los migrantes. En verdad, los 23 objetivos del Pacto se redactaron sobre la base de dos años de discusiones inclusivas y seis rondas de negociaciones, centradas específicamente en crear un marco para la cooperación internacional que no interfiera excesivamente en los asuntos domésticos de los países.
Debido a los malentendidos en torno al Pacto, vale la pena analizar más de cerca el desafío de la migración –y los enormes beneficios que un sistema bien gestionado puede aportar a los países receptores y a los países de origen por igual.
La migración está motivada, antes que nada, por la falta de oportunidades económicas en casa. Dado que el nivel de ingreso promedio en los países de ingresos altos es más de 70 veces superior al que se registra en los países de bajos ingresos, no sorprende que muchos en el mundo en desarrollo se sientan obligados a probar suerte en otra parte.
Esta tendencia se ve reforzada por los cambios demográficos. En tanto los países de altos ingresos enfrentan una población que envejece, muchos países de ingresos más bajos tienen poblaciones en edad laboral y juveniles crecientes. La disrupción tecnológica también está ejerciendo presión sobre los mercados laborales. Es más, el cambio climático, como indicó un informe reciente del Banco Mundial, acelerará la tendencia, al expulsar a unos 140 millones de personas de sus hogares en las próximas décadas.
Sin embargo, contrariamente a lo que se cree, casi la mitad de todos los migrantes no se desplazan de países en desarrollo a países desarrollados. Más bien, migran entre países en desarrollo, muchas veces dentro del mismo vecindario.
Es más, la migración de retorno está en aumento, un hecho que se suele pasar por alto, muchas veces porque a los migrantes se les negó el ingreso en el mercado laboral o porque sus contratos laborales terminaron. Por ejemplo, la cantidad de trabajadores del sur de Asia recientemente registrados en los estados del Golfo declinó marcadamente –entre el 12% y el 41%- en los dos últimos años. Entre 2011 y 2017, la cantidad de potenciales repatriados en Europa –las personas que buscan asilo cuyas solicitudes fueron rechazadas o que, según se pudo comprobar, eran indocumentadas- se cuadruplicó, llegando a 5,5 millones. En el mismo período, la cantidad de potenciales repatriados en Estados Unidos cuando menos se duplicó, a más de 3 millones. La migración de retorno de Arabia Saudita y Sudáfrica también ha aumentado.
Los migrantes que se quedan en sus países receptores hacen contribuciones sustanciales. Si bien los aproximadamente 266 millones de migrantes del mundo conforman apenas alrededor del 3,4% de la población global, aportan más del 9% del PIB.
Para lograrlo, los migrantes deben superar enormes barreras para su éxito económico. Por ejemplo, los trabajadores no calificados, especialmente los que provienen de países pobres, muchas veces pagan honorarios muy elevados –que pueden exceder el ingreso de todo un año para un trabajador migrante en algunos países de destino- a agentes laborales inescrupulosos para encontrar empleo fuera de sus países. Es por eso que los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) incluyen el objetivo de reducir los costos de contratación.
La migración también ofrece importantes beneficios económicos para los países de origen. Si bien los migrantes gastan gran parte de sus salarios en sus países receptores –impulsando la demanda allí-, también suelen enviar dinero para sustentar a sus familias en sus países de origen. El año pasado, las remesas a países de ingresos bajos y medios aumentaron el 11% y llegaron a 528.000 millones de dólares, superando los flujos de inversión extranjera directa de esos países.
A nivel global, el mayor receptor de remesas es la India (80.000 millones de dólares), seguida por China, Filipinas, México y Egipto. Como porcentaje del PIB, los mayores receptores fueron Tonga, Kirguizistán, Tayikistán y Nepal. El incremento en las remeses durante 2018 se debió a la mejora en el mercado laboral en Estados Unidos y a la recuperación de los flujos provenientes de Rusia y los estados del Golfo.
Pero el potencial de las remesas para respaldar el desarrollo sostenible no se cumple. Un obstáculo principal es el elevado costo de las transferencias de dinero.
Los migrantes que envían dinero a sus países pagan, en promedio, 7% del total de la transferencia, debido a una competencia endeble en el mercado de servicios de remesas –resultado de regulaciones estrictas destinadas a combatir los delitos financieros como el lavado de dinero-, así como a una dependencia de tecnología ineficiente. Lograr el objetivo ODS de reducir los costos de las transferencias por debajo del 3% -lo que respaldaría el avance hacia el objetivo de aumentar el volumen total de las remesas- requerirá que los países se ocupen de estas deficiencias.
Estamos monitoreando de cerca estas maneras, muchas veces ignoradas, en que la migración puede respaldar el desarrollo, debido a sus vinculaciones con los indicadores de los ODS. Pero la investigación reciente también destruye otros mitos en torno de la migración, al demostrar, por ejemplo, que los migrantes no imponen una carga fiscal significativa a los países receptores ni deprimen los salarios de los trabajadores nativos poco calificados.
Los flujos de migración están aumentando –una tendencia que va a continuar-. Las políticas de migración fragmentadas formadas en torno a mitos populares no pueden gestionar este proceso de manera efectiva, mucho menos aprovechar las oportunidades de fomentar el desarrollo que crea la migración. Sólo una estrategia coordinada, como la contemplada en el Pacto Mundial, puede lograrlo.
Mahmoud Mohieldin es vicepresidente sénior del Grupo Banco Mundial para la Agenda 2030 para el Desarrollo, Relaciones y Alianzas de las Naciones Unidas y fue ministro de Inversión de Egipto. Dilip Ratha, coautor de este texto, es director de la Unidad de Migración y Remesas del Banco Mundial y de la Alianza Mundial de Conocimiento sobre Migración y Desarrollo.
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