Explorar, conocer el mundo, compartir con otros, descubrir nuestro cuerpo y sus capacidades, desarrollar esas capacidades, regularnos emocionalmente. Estas son algunas de las cosas que hacíamos cuando éramos niños y jugábamos. En nuestro patio, en una plaza, en la casa de un amigo. Por eso es preocupante que cada vez más las pantallas desplacen al juego físico.
“El contacto es cada vez más precoz y mayor cantidad de horas”, advierte Milagros Oromí, terapista ocupacional y encargada del Programa de Estimulación en la Fundación Franciscana, que trabaja de manera integral con familias en situación de vulnerabilidad social en la zona oeste del Gran Buenos Aires. La especialista señala que el aumento del uso de pantallas se relaciona con “retrasos de desarrollo, lenguaje y motrices concomitantes” y con “mayores niveles de ansiedad y menor regulación emocional”.
En los últimos tres años, numerosos estudios señalaron una mayor exposición a las pantallas. Por ejemplo, uno del año pasado en Argentina señalaba que 1 de cada 4 niños mayores de 5 años pasaba más de 6 horas diarias frente a una pantalla (pese a que las recomendaciones oficiales de organismos como la Academia Americana de Pediatría y el Ministerio de Sanidad de España oscilan entre una y dos horas). La Organización Mundial de la Salud recomienda nulo acceso antes de los 2 años, y una hora desde los 2 a los 5 años.
En el momento de mayor confinamiento, Oromí dice que muchos niños llegaban a estar 12 horas frente al monitor de la tablet o el celular.
¿Qué pierde un niño o niña al dejar de jugar sin una pantalla de por medio? “Pierde interacción con el medio real —responde Oromí—. El aprendizaje en la primera infancia se da por experimentar en el mundo real, aprender cómo son las cosas, crecer en sus habilidades motrices, poder procesar lo que le sucede a través del juego y vincularse con el otro, creciendo en la afectividad. Las pantallas no los regulan emocionalmente, no tienen la capacidad de ayudar a codificar lo que le está sucediendo al niño, nutriendo su mundo interno”.
La especialista remarca que las pantallas “exponen al sedentarismo y retrasan la adquisición del lenguaje, porque está comprobado que el lenguaje se adquiere por la relación con otras personas”.
A su vez, Oromí aclara que “esta realidad es más preocupante en barrios atravesados por la vulnerabilidad social, donde por hacinamiento hay menos espacio para el juego y tienen menos acceso a espacios recreativos como plazas”.
¿Qué hacer ante este panorama?
Oromí recomienda a las familias “que se animen a superar los momentos de aburrimiento y berrinche que pueden venir al quitar o limitar el tiempo de los niños con las pantallas. Es difícil, pero tras una resistencia inicial aparecen opciones de juego”.
En ese sentido, la especialista destaca la importancia de que el adulto dedique un tiempo inicial. “Sentarnos al principio 20 minutos cerca y que sepan que hay espacio y posibilidad para que jueguen. Poder llevar la atención a lo que les interese y animarse a jugar con eso. Cualquier objeto puede ser una posibilidad de juego, pueden inventar un personaje o crear objetos: un papel puede ser un avioncito”.
“Al principio puede que necesiten un adulto o un otro que los afirma, que les diga frases como "qué buena idea tuviste, me encanta este avión, pero quizás este le gana, o le dibujamos algo en el ala". Poco a poco van a ir surgiendo los juegos en ellos, pero para eso hay que mostrarles la posibilidad de experimentar”, suma.
Y aclara que aunque los chicos tienden a jugar al aire libre, los juegos de mesa pueden ser una buena opción para que grandes y niños puedan compartir un momento. “A los adultos nos suele resultar más sencillo”, aclara.
La Fundación Franciscana realiza este mes una campaña de concientización sobre diversos aspectos de nuestra salud integral. En este marco, resumen la importancia del juego y la menor exposición a pantallas a través de este video: