El World Economic Forum celebrado en Davos hace unos días sirvió para hacer explícitos los desafíos que identifican los líderes mundiales para la economía global. Un escenario complejo, aunque menos dramático que el que se estimaba hace unos meses.
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Futuro. El World Economic Forum de Davos es sólo el pretexto. Terminó hace pocos días y los medios y blogs de todo el mundo sacaron ya sus propias conclusiones sobre los desafíos y las oportunidades que, según los grandes líderes, enfrentará en los próximos doce meses la economía global. Además de los más de 600 CEO de grandes multinacionales, había 51 jefes de Estado, 56 ministros de economía y 35 cancilleres. Más los directores del FMI, el Banco Mundial, el Banco Central Europeo, las Naciones Unidas y la OTAN. O sea, la crème de la crème.
Con o sin Davos, la humanidad transita la historia como lo hizo siempre: por una senda escarpada y con los ojos vendados, tanteando. Sin claridad sobre a dónde va y sin siquiera acuerdo sobre a dónde quiere ir. Por el momento, sólo parece haber cierto consenso sobre el diagnóstico: cambio climático, polarización social y política, demanda energética insatisfecha, desafíos migratorios, inequidad, inflación. Las siete plagas de Egipto potenciadas por la globalización. Y aun así, la humanidad avanza.
En ese contexto, y quizá aliviados por un invierno boreal razonablemente suave, los líderes mundiales reunidos en Davos llegaron a algunas conclusiones preliminares:
- Recesión atenuada. Hace meses se esperaba una gran depresión, como las de 1930 o 2009. En las últimas semanas aparecieron signos alentadores, en buena medida relacionados con una mayor apertura comercial de China. Se espera una reactivación del turismo y el consumo de productos de lujo, sobre todo a partir del segundo trimestre. A la vez, la inflación se desacelera y el mercado laboral se mantiene sólido, con tasas de desempleo bajas.
- Mayor incidencia de la inteligencia artificial. Sin claridad todavía sobre a qué ritmo se impondrá, crece el consenso sobre la necesidad de acelerar la capacitación de gente que quedará sin empleo por la transformación tecnológica. Los vehículos autoconducidos ya llegaron y los call centers empezarán a despoblarse a causa del ChatGPT, el chatbot especializado en diálogo que lanzó OpenAI en noviembre pasado.
- Dudas sobre la sustentabilidad. Ya no se discute el qué ni el por qué. El debate está en el cómo. Presionadas por sus stakeholders, son muchas las empresas que se embarcan en programas de emisión cero de carbono sin tener claro todavía de qué manera llegarán al objetivo. Hay expertos que arriesgan que, bajo el mantra del realismo, una tendencia a una gobernanza más estricta obligará a reformular las metas. Menos greenwashing.
- Volver a pensar la presencialidad en el trabajo. Comodidad, practicidad, acostumbramiento: buena parte de la fuerza laboral no está dispuesta a volver a la oficina todos los días. A la vez, se mantiene el interrogante sobre la productividad y la velocidad de aprendizaje, sobre todo cuando se inicia un nuevo empleo. Y en paralelo, espacios laborales urbanos empiezan a readaptarse con fines residenciales y se generan oportunidades para los negocios real estate, transporte y servicios.
Pandemias, guerras, hambre. Y a la vez, nuevos descubrimientos de la ciencia, procesos de paz, mejoras sociales. Avances y retrocesos. “Nada nuevo bajo el sol”, dice el libro del Eclesiastés, como si su autor, hace 2.300 años, hubiera conocido ya el futuro.
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Tres preguntas a Kate Raworth. Es una economista inglesa que trabaja para las universidades de Oxford y de Cambridge. Es conocida por su propuesta de un modelo de crecimiento económico alternativo que equilibre las necesidades humanas esenciales y los límites del planeta.
—¿Por qué nos obsesiona el crecimiento económico?
—Cuando un bebé aprende a caminar, se cae, se levanta, avanza, retrocede, se vuelve a caer y se vuelve a levantar. Y aplaudimos todo eso. Así también es la historia de la humanidad, desde nuestros ancestros primates hasta el homo sapiens. Por eso es inexplicable que a veces creamos que el progreso económico tiene que ser lineal, sin retrocesos. Tenemos que repensar eso. Tenemos economías que necesitan crecer, sin dudas, y en cambio lo que necesitamos en las economías avanzadas es otra cosa: prosperar, aunque no crezcamos. Esto parece un juego de palabras, pero en realidad implica un cambio radical de mentalidad. Esto es clave si dentro de un siglo queremos que la humanidad esté mejor. La obsesión de que crezca el PBI —que es el costo total de los bienes y servicios en un año en una determinada economía— se inventó en la década de 1930, y muy pronto se convirtió en una especie de mandato. Incluso en los países más ricos, los políticos creen que la solución a los problemas económicos depende del crecimiento, pero hay un error en esa creencia. La economía así se convierte en un avión que despega y gana altura, pero no tiene un plan sobre cómo aterrizar.
—¿Qué sucede cuando el crecimiento pierde su atractivo?
—Estamos viviendo en economías que dependen de un crecimiento constante, sin fin. Desde el punto de vista financiero, político y social, somos adictos al crecimiento. El sistema financiero está diseñado para alcanzar el máximo retorno, poniendo a las compañías que cotizan en bolsa bajo la presión pública de mostrar crecimiento constante. Políticamente también, porque los políticos quieren recaudar cada vez más sin subir los impuestos, y eso se logra sólo si la economía crece. Y no quieren ser reemplazados en las fotos de presidentes del G20... Socialmente también somos adictos al crecimiento, porque Edward Bernays, el padre de las relaciones públicas, que asesoraba a empresas de consumo masivo, nos convenció de que nos transformamos a nosotros mismos cada vez que compramos algo. Estas adicciones requieren de atención porque no nos están llevando a un buen lugar. El PBI mundial es 10 veces mayor que en 1950, y eso trajo prosperidad a billones de personas, pero la economía global se volvió increíblemente desigual, con un grupo pequeño de dueños del 90% de la riqueza, cada vez más separado del resto. También se volvió degenerativa, devastando este planeta, del que todos dependemos.
—¿Cuál es tu propuesta? ¿Dónde deberíamos enfocarnos?
—Los políticos se dan cuenta de los desafíos que enfrentamos y por eso nos ofrecen nuevas maneras de nombrar el crecimiento: verde, inteligente, resiliente, equilibrado… Elegí el futuro que quieras, siempre que incluya crecimiento. Yo creo que es momento de cambiar de ambición, de aspirar a algo mucho más elevado, porque el desafío de la humanidad para el siglo XXI es claro: satisfacer las necesidades básicas de todas las personas, sin destruir este extraordinario planeta, de modo que todos —nosotros y la naturaleza— podamos prosperar juntos. Los progresos para alcanzar esta meta no pueden medirse en dinero, necesitamos otro tipo de indicadores. Cuando pensamos en un nuevo dashboard para esto, podemos imaginar un círculo que tiene en el centro las necesidades básicas: agua, alimentos, salud, educación, vivienda, igualdad de género, voz como ciudadanos, etc. Pero no podemos buscar eso sin esa especie de techo de protección ecológica para todos, que incluye la lucha contra el cambio climático, la acidificación de los mares, la polución química, el adelgazamiento de la capa de ozono, la reducción de la biodiversidad, etc. Todo esto importa infinitamente más que el crecimiento de las economías que ya son ricas.
Las Tres preguntas a Kate Raworth se tomaron de la presentación “A healthy economy should be designed to thrive, not grow”, dada originalmente en el contexto de TEDxVancouverBC. Para acceder a la charla completa podés hacer click acá.
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WEF. Las conclusiones del Foro de Davos, siempre preliminares y discutibles, no suelen incluir una mención del elefante en medio de la sala: que la dirigencia global no está a la altura de los desafíos que enfrenta la humanidad. Este artículo de William I. Robinson pone el dedo en esa llaga. La “policrisis” que enfrenta el mundo —que incluye “inflación, guerras comerciales, salidas de capital de los mercados emergentes, malestar social generalizado, confrontación geopolítica y el espectro de una guerra nuclear”, según el mismo informe del WEF— nos ponen a las puertas de una “década única, incierta y turbulenta” que requiere de un tipo de liderazgo político y empresarial diferente: con una mirada holística y capacidad para distinguir lo urgente de lo importante. En el pasado, grandes desafíos engendraron grandes líderes. No hay razón para pensar que no volverá a ocurrir.
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Academia. La Inteligencia Artificial (IA) ya es parte de la comunicación corporativa y los asuntos públicos. Hay quien sabe usarla, quien se asoma con timidez a ese mundo que parece de ciencia ficción, y quien prefiere aferrarse a las viejas prácticas y resistir. Este artículo de Rabinder Henry explica de manera pedagógica el rol de la IA en los medios de comunicación: una parte clave del rompecabezas de las nuevas relaciones públicas.
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Oportunidades laborales
- La Machi Communication for Good Causes abrió la búsqueda de Digital Manager.
- Warner Music mantiene abierta la posición de Sr. Manager, International Marketing, Southern Cone.
- Grupo de Fundaciones y Empresas (GDFE) busca Posición Sr. de Comunicación y RRII.
Hasta acá llegamos esta semana. Todas tus ideas, propuestas o consultas son bienvenidas. Podés escribirme a comms@redaccion.com.ar
¡Hasta el miércoles que viene!
Juan
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