Tomás Pavone trabaja en una herrería y estudia Trabajo Social en la Universidad de Buenos Aires (UBA). También se congrega en la parroquia Asunción de la Virgen. Desde allí, a principios de 2020, surgió Puentes, un grupo de acción que trabajaba en un proyecto social para atender a personas en situación de vulnerabilidad económica y social. El proyecto iba a comenzar en marzo de 2020, pero…
“Con la pandemia y el aislamiento social tuvimos que rediseñar todo el proyecto y le pudimos dar inicio en junio del 2020. Hoy Puentes trabaja con personas en situación de calle y familias en situación de vulnerabilidad social. Salimos dos veces por semana llevando viandas, cajas de alimentos, abrigo y distintas necesidades materiales que vayan surgiendo. Además, trabajamos distintas problemáticas ligadas a las adicciones, documentación, salud y pensiones, entre otras.”
Tomás cuenta que este grupo de acción “surge como respuesta a una inquietud de muchos de poder crear una iglesia en salida, y poder estar donde creemos que la iglesia tiene que estar, en la calle acompañando y transformando las distintas realidades injustas”. Él participa de las recorridas nocturnas de los martes y sábado, además de colaborar en el equipo de logística y en el equipo social de la organización.
“De alguna u otra forma como voluntarixs estamos interpelados por una realidad, que concebimos como injusta o que queremos transformar”, opina.
A la hora de analizar qué es lo más difícil de ser voluntario, dice: “La búsqueda de la trasformación de esa realidad, para un mundo más fraterno e igualitario, nos hace muchas veces adentrarnos en un proceso de acción que no siempre tiene los resultados que esperamos. Las realidades son muy fuertes y los procesos son largos, los cambios a veces no son de un día para el otro y las frustraciones son constantes. El gran desafío del voluntarix, que creo que es lo más difícil, es mantener la constancia en un proceso que está minado de caídas y levantadas, de frustraciones y batallas ganadas”.
Claro que su rol de voluntario también tiene su lado positivo: “Lo más lindo es el proceso de apertura, en el que uno rompe con su burbuja de lo cotidiano, para entender con mayor profundidad la realidad que nos rodea. El proceso por el cual como voluntarixs nos adentramos en las distintas realidades, que nos hacen más conscientes y fraternos. Lo más lindo es la pasión por utopías compartidas con la que se vive en un espacio común de voluntariado”.
Tomás considera que para quienes son voluntarios, “la pandemia fue un giro total: creo que hubo un proceso de concientización que pocas veces se vivió, se hicieron visibles muchísimas problemáticas que ya existían antes de la pandemia, pero que se profundizaban por el contexto que vivíamos”. Y dice: “Si podemos sacar algo positivo de estos dos años es este proceso de concientización, que nos lleva a salir a las calles y accionar en busca de una transformación real y fraterna”.