Como estudiantes de sexto año de una secundaria pública de Virrey del Pino (La Matanza, Buenos Aires) vemos que la institución educativa no genera las condiciones para un estudio que sea significativo en nuestras vidas. Esto lo vimos durante nuestra trayectoria de 6 años en la
escuela secundaria, donde fuimos testigos de una institución que no tiene herramientas concretas para hacerle frente a la deserción escolar, de la mala organización de contenidos educativos que están poco orientados a nuestros intereses de vida, de una deficiente infraestructura que no es adecuada para la práctica del estudio y de diferencias notorias
en el grado de compromiso de los docentes.
En estos 6 años que transcurrimos en el secundario, lamentablemente, no todos los que iniciaron el primer día de clases, con tantos sueños, llegaron a último año. Nuestra escuela no escapa a la realidad Argentina en la que la mitad de los chicos no puede terminar el secundario en el tiempo esperado. Muchos compañeros abandonaron porque tuvieron que salir a trabajar con sus familias, por ser madres adolescentes, por tener que quedarse en su casa cuidando a sus hermanos menores, o porque la escuela no genera un espacio de motivación e interés. Pero lo que más nos preocupa es que vemos a los docentes y directores sin herramientas para atender un problema tan grande. La escuela debería acompañar la historia de cada estudiante dado que cada uno tiene sus dificultades y que sus causas son diferentes.
Para los que estamos dentro, la educación no está orientada a nuestros intereses de vida. Lo que nos enseñan es anticuado y en la actualidad estos contenidos no nos posibilitan un aprendizaje para continuar un estudio superior o una inserción laboral desafiante que nos genere una mayor calidad de vida. En general, no sentimos estimulación a estudiar porque el modelo de enseñanza no tiene en cuenta nuestros gustos y motivaciones. En la actualidad, el contenido mayormente es teórico y no vemos cómo llevarlo a la práctica. Esto nos genera que la escuela se vuelva un peso y no un espacio de transformación.
Nuestra escuela, durante el 2018, estuvo cerrada 6 meses por remodelaciones, privándonos de días de asistencia a clase y generando dificultades de organización en nuestro hogar. Una vez abierta, no notamos cambios significativos en los problemas de deterioro de los salones, falta de calefacción y en el patio que persiste sin generar un espacio recreativo. Una infraestructura para una escuela abierta sería que haya un espacio para hacer deportes, bibliotecas y salas de estudio amplias. Consideramos que una infraestructura adecuada es fundamental para tener motivación y
ganas de habitar la escuela.
Los docentes son el tronco fundamental de nuestra enseñanza. Gracias a ellos podemos aprender, podemos debatir, se nos abren interrogantes y hasta algunos son un modelo a seguir. Pero notamos diferencias de calidad entre los docentes haciendo que nuestro aprendizaje este sujeto a la suerte de cuál te asignan. El docente debe estar en una posición de autoridad pero necesitamos que sean más actuales, que nos entiendan y que sepan ponerse en nuestro lugar. Que no se sobrepasen y que nosotros entendamos que sin ellos no hay educación.
Creemos y defendemos que la educación es nuestro futuro pero necesitamos tener voz y adaptar la escuela a nuestra realidad y a lo que deseamos. Tal como está organizada hoy en día hace que los que logran egresar no tengan la capacidad para integrarse al mundo actual ni poder desarrollar un proyecto de vida, por eso pedimos una escuela abierta a nuestras realidades, intereses y fundamentalmente a nuestros sueños.
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