¡Hola! Los japoneses tienen un problema: cientos de miles de jóvenes, asustados ante las exigencias opresivas de la sociedad, no quieren salir de sus habitaciones. A nosotros la cuarentena parece habernos llevado a vivir una vida parecida. Pero la creación no para. Y nunca lo hizo.
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El regreso de los ermitaños. La semana pasada, cuando buscábamos los títulos más vendidos de la cuarentena, nos enteramos de que en España, hace unos meses, las ventas de un libro inesperado se habían disparado al principio sin mucho sentido (su lanzamiento, hacía algún tiempo, no había sido especialmente exitoso, pero de repente trepó en las listas).
Le llamé Corbata es una novela sobre dos japoneses que se hacen amigos en el banco de una plaza: un salaryman, un oficinista como otros miles, y un hikikomori; es decir, un chico que ha vivido en su habitación recluido los últimos años. Fuera de sus habituales refugios, día tras día van contándose sus vidas el uno al otro: los dos son marginados que no soportan la presión de una sociedad ultraproductiva.
Acá la cuarentena, que fue bastante dura y que aún sigue siendo una cosa seria, nos ha llevado a enfrascarnos. Algunos quedamos en familia; otros, solos. Pero todos perdimos en un grado importante la libertad de salir a la calle cuando y como quisiéramos: en este 2020 todos nos convertimos un poco en hikikomori.
En Japón los hikikomori son adolescentes retraídos que nunca se van de su habitación. Son los ermitaños de la era de las consolas de videojuegos en un sitio con una larga tradición de ermitaños famosos, como el monje zen Kamo no Chōmei, que en el siglo XIII escribió Hōjōki, un poema largo sobre algunas desgracias que sacudieron a la ciudad de Kioto. Los padres de los hikikomori, resignados, les dejan la comida en la puerta. Según cifras oficiales hay 1,15 millones.
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Literatura de encierro. Muchos escritores crearon sus mejores obras trabajando al estilo hikikomori. El clásico irónico Viaje alrededor de mi cuarto, de 1794, fue escrito por Xavier de Maistre en una reclusión de 42 días en su casa en Turín, castigado por haberse batido a duelo. “De Maistre defiende la figura del viajero sedentario”, escribió el editor Julio Villanueva Chang en la revista Etiqueta Negra, “aquel que aprende a explorar su propia habitación como un modo de conocer el mundo y a sí mismo”.
Más literatura de encierro, más literatura de hikikomori: Flannery O’Connor pasó sus últimos diez años de vida en una granja en Australia escribiendo y criando gansos; Emily Dickinson estuvo 30 años en su habitación de la Main Street en Amherst, Massachusetts, y sólo se iba para cocinar galletas de jengibre y cuidar las flores del jardín; Michel de Montaigne se encerró, en el siglo XVI, en la torre de un castillo: se llevó todos sus libros y un sirviente para que apuntara sus reflexiones en torno a la pregunta “¿Qué sé yo?”; Cervantes escribió una primera versión del Quijote en un calabozo sevillano; y el marxista italiano Antonio Gramsci dio la parte más importante de su obra en prisión, en unos 30 cuadernos más o menos clandestinos.
- ¿Se puede hablar de un miniclásico hipster? Tao Lin, un escritor de Estados Unidos que hace unos diez años encabezó la escena Alt-Lit, escribió junto a Ellen Kennedy un librito de intercambio de mails titulado Hikikomori que refleja su vida anodina. Léelo acá (y acá en español); no te va a llevar más de 7 minutos… quizás 9.
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Bedroom rocker. Mucha de la mejor música de los últimos años también salió de una habitación. Andrés Calamaro tuvo su era compositiva más frenética, narcótica y psicoactiva en un departamento de la calle Pacheco de Melo al que solía referirse como “Deep Camboya”. Hoy es mítico. “Acá pasaron cosas que ni los Rolling Stones se atreverían a contar… Ni Led Zeppelin”, le dijo a Rolling Stone en 2005. Fue la época de Honestidad brutal (37 canciones) y El salmón (103 canciones).
Según Olga Castreno, asistente de Calamaro, la policía siempre aparecía a las 4 de la madrugada por las denuncias de los vecinos. “¿Cómo mantenés a alguien que está componiendo las 24 horas, con gente llamando, entrando y saliendo las 24 horas?”, le dijo Castreno a Darío Manrique, autor del libro La huida hacia delante de Andrés Calamaro.
¿Cómo era Deep Camboya, esa cueva de hikikomori? Había dos parlantes Celstion RK1, un ecualizador ZOOM RFX-1000, tres bandejas TEAC, una Yamaha y un portastudio Kostex. Había marañas de cables y muchísimos discos con temas nuevos, viejos, instrumentales y cosas extrañas. En la sala había un piano rojo, una mesa sin sillas, una barra tipo americana con una Mac roja y un baño de visitas con quemaduras de cigarrillo. La fuente es el sitio web no oficial más completo de Calamaro: deepcamboya.com.
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Say No More. Pero el bedroom rocker definitivo es Charly García. Llegó a su famoso departamento de Coronel Díaz, casi Santa Fe, en 1982. El caos apareció en 1993, según Sergio Marchi, su biógrafo, y en 1998 el consorcio le ordenó que no hiciera música después de las 10 de la noche. Pero ese año salió El aguante.
“Al departamento de Santa Fe y Coronel Díaz”, escribió Mariana Enríquez en una nota en Rolling Stone, “se entra por la puerta de servicio, que hay que abrir a los empujones; la principal está cancelada porque se perdió la llave –y nadie la reemplaza– y además está rota de alguna forma que la inutiliza; aunque seguro es fácil repararla, el problema es quién podría hacerlo, porque a Charly qué le importa. Para amantes de las metáforas eficaces: la puerta principal no se puede abrir, la de servicio no se puede cerrar”.
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Discoteca domus. En esta cuarentena las cosas cambiaron para Villa Diamante, DJ y productor. “Lo que hacía yo no existe más”, dice, refiriéndose al cese de las discotecas. Por eso se metió de nuevo en casa a pasar música. “Cuando me mudé solo, mi mundo estaba en mi habitación: ahí estaban los parlantes, los discos, Internet, la computadora, los libros. Siempre trabajé en mi habitación”. Ahora, que tiene una compañera (Carla) y una hija (Uma), se movió al garage.
En la cuarentena lanzó Hasta la pista, un largo streaming de música desde su casa. Carla hace las visuales mientras con un baby call está atenta a su hija, que a esa hora ya duerme. Hicieron los primeros 30 envíos sin descansar ni un día, de lunes a lunes. Ahora los hacen los sábados y los domingos, y ya llevan 110 emisiones.
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Tres preguntas a Víctor Malumian. Con su sello Ediciones Godot encontró el equilibrio justo entre la solidez de los clásicos y la brisa fresca de los actuales. Además, organiza la Feria de Editores, que la semana pasada entregó por correo 8.000 libros vendidos.
- Con 12 años, Ediciones Godot se posicionó como un sello de calidad. Quiero armar mi propio sello indie (hipoteticemos) en un país de escenarios difíciles como el nuestro. ¿Qué me recomendarías?
Hay personas muy generosas en el rubro. Antes de comenzar intentaría charlar con ellas. Muchas veces se subestima la bibliografía que hay en edición, existen excelentes libros en la colección Libros sobre libros de FCE, Ampersand, etcétera. En la edición independiente editar es casi un modo de vida que implica una diversidad de actividades que rara vez condicen con lo que uno se imagina a priori, desde mover cajas y ordenar stock, hasta discutir la mejor forma de traducir un término o editar una oración.
- De Henry David Thoreau, un autor de culto que pregona la vida en contacto con la naturaleza, lanzaste Una vida sin principios y ahora La noche y la luz de la Luna. Thoreau murió en 1862 y es escasamente conocido en la Argentina. ¿Por qué lo publicaste dos veces?
Además publicamos una hermosa biografía sobre él que escribió [Michel] Onfray. Como todo pensador clásico refiere a problemas intrínsecos de las personas, como el uso del tiempo en la relación trabajo-hacer lo que nos gusta o nuestra forma de relacionarnos con la naturaleza. Creo que esos problemas persisten y cualquier texto que nos invite a reflexionar sobre nuestra sociedad y nuestras acciones no va a perder vigencia.
- ¿Qué fue lo mejor que leíste últimamente?
Confesión, de Martín Kohan, me gustó mucho.
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