Teoría King Kong, comentado por Santiago Giralt- RED/ACCIÓN

Teoría King Kong, comentado por Santiago Giralt

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Teoría King Kong, comentado por Santiago Giralt

Teoría King Kong
Virginie Despentes
Random House

Uno (mi comentario)

En tiempos de pañuelos verdes, de masificación local del término feminismo, el texto de Virginie Despentes resulta esclarecedor. Desde los orígenes del feminismo (cuyos primeros textos datan de fines del siglo XVIII), la línea que une las conquistas alcanzadas hasta el presente se dibuja en un campo de batalla de triunfos y derrotas. Los movimientos sufragistas de fines del siglo XIX y comienzos del XX, las corrientes intelectuales posteriores a los movimientos sociales de las décadas de 1960 y 1970, encuentran un eco que actualiza las problemáticas del feminismo en el capitalismo tardío actual.

Despentes patea el tablero de algunos conceptos y pone el eje en una forma transversal del feminismo donde toda forma de disidencia (sexual, económica, intelectual) puede incluirse dentro del término, como forma también de pensar el capitalismo como construcción. Cada capítulo hace foco en un punto central de la construcción capitalista de lo femenino: el vivir cada instante el riesgo de violación, la prostitución -descrita como una forma transversal de pensar el trabajo, el uso del cuerpo y sus beneficios económicos. Sucesora de grandes escritoras como Simone de Beauvoir, Judith Butler, Angela Davis, Camille Paglia, Beatriz Preciado, Virginia Wolf, Virginie Despentes utiliza la autoficción y la reflexión para poner en crisis las formas políticamente correctas del feminismo que se asimila como parte del sistema y, en ese gesto, vuelve a ponerlo en su lugar: el feminismo es a la política de identidad de género lo que el marxismo al capitalismo: una herramienta vital, punzante, para desarmar las ideas preconcebidas de cuáles son los mentiras y verdades de los roles masculinos y femeninos y su utilización por parte del capitalismo para generar consumidores insatisfechos perfectos para la reproducción de las condiciones de producción del sistema de clases y para entender el funcionamiento del sistema completo. Como varón homosexual, le agradezco a Virginie que nos incluya en su versión del feminismo. Varias veces en reuniones de trabajo con hombres heterosexuales he tenido que quedarme discretamente callado frente a los chistes homofóbicos o a la utilización de las palabras puto o puta como forma de descalificar a una persona. La mayoría de mis protagonistas, tanto en cine como en teatro o en mis novelas, son mujeres; el resto de los personajes de mis textos suelen ser seres de sexualidades disidentes al canon heterosexual. Esos personajes surgen de las mujeres que me criaron, mujeres atrapadas por el sistema hetero-patriarcal pero incómodas en ese lugar, que me hicieron orgullosamente feminista desde la cuna, criado junto a mis hermanas y lejos de los privilegios de mi hermano varón. A pesar de que muchas mujeres digan que no hay hombres feministas, desde temprana edad me he sentido uno de ellas.

Dos (la selección)

Escribo desde la fealdad, y para las feas, las viejas, las camioneras, las frígidas, las mal folladas, las infollable, las histéricas, las taradas, todas las excluidas del gran mercado de la buena chica. Y empiezo por aquí para que las cosas queden claras: no me disculpo de nada, ni vengo a quejarme. No cambiaría mi lugar por ningún otro, porque ser Virginie Despentes me parece un asunto más interesante que ningún otro.

Tres

Me parece formidable que haya también mujeres a las que les guste seducir, que sepan seducir, y otras que sepan casarse, que haya mujeres que huelan a sexo y otras a la merienda de los niños que salen del colegio. Formidable que las haya muy dulces, otras contentas en su feminidad, que las haya jóvenes, muy guapas, otras coquetas y radiantes. Francamente, me alegro por todas a las que les convienen las cosas tal y como son. Lo digo sin la menor ironía. Simplemente, yo no formo parte de ellas. Seguramente yo no escribiría lo que escribo si fuera guapa, tan guapa como para cambiar la actitud de todos los hombres con los que me cruzo. Yo hablo como proletaria de la feminidad: desde aquí hablé hasta ahora y desde aquí vuelvo a empezar hoy. Cuando estaba en el paro no sentía vergüenza alguna de ser una paria, sólo rabia. Siento lo mismo como mujer: no siento ninguna vergüenza de no ser una tía buena. Sin embargo, como chica por la que los hombres se interesan poco estoy rabiosa, mientras todos me explican que ni siquiera debería estar ahí. Pero siempre hemos existido. Aunque nunca se habla de nosotras en las novelas de hombres, que sólo imaginan mujeres con las que querrían acostarse. Siempre hemos existido, pero nunca hemos hablado. Incluso hoy que las mujeres publican muchas novelas, raramente encontramos personajes femeninos cuyo aspecto físico sea desagradable o mediocre, incapaces de amar a los hombres o de ser amadas. Por el contrario, a las heroínas de la literatura contemporánea les gustan los hombres, los encuentran fácilmente, se acuestan con ellos en dos capítulos, se corren en cuatro líneas y a todas les gusta el sexo. La figura de la pringada de la feminidad me resulta más que simpática: es esencial. Del mismo modo que la figura del perdedor social, económico o político. Prefiero los que no consiguen lo que quieren, por la  buena y simple razón de que yo misma tampoco lo logro. Y porque, en general, el humor y la invención están de nuestro lado. Cuando no se tiene lo que hay que tener para chulearse, se es a menudo más creativo. Yo, como chica, soy más bien King Kong que Kate Moss. Yo soy ese tipo de mujer con la que no se casan, con la que no tienen hijos, hablo de mi lugar como mujer siempre excesiva, demasiado agresiva, demasiado ruidosa, demasiado gorda, demasiado brutal, demasiado hirsuta, demasiado viril, me dicen. Son, sin embargo, mis cualidades viriles las que hacen de mí algo distinto de un caso social entre otros. Todo lo que me gusta de mi vida, todo lo que me ha salvado, lo debo a mi virilidad. Así que escribo aquí como mujer incapaz de llamar la atención masculina, de satisfacer el deseo masculino y de contentarme con un lugar en la sombra. Escribo desde aquí, como mujer poco seductora pero ambiciosa, atraída por el dinero que gano yo misma, atraída por el poder de hacer y de rechazar, atraída por la ciudad más que por el interior, siempre excitada por las experiencias e incapaz de contentarme con la narración que otros me harán de ellas. No me interesa ponérsela dura a hombres que no me hace soñar. Nunca me han parecido evidente que las chicas seductoras se lo pasen bien. Siempre me he sentido fea, pero tanto mejor porque esto me ha servido para librarme de una vida de mierda junto a mis tíos amables que nunca me habrían llevado más allá de la puerta de mi casa. Me alegro de lo que soy, de cómo soy, más deseante que deseable. Escribo desde aquí, desde las invendible, las torcidas, las que llevan la cabeza rapada, las que no saben vestirse, las que tienen miedo de oler mal, las que tienen los dientes podridos, las que no saben cómo montárselo, ésas a las que los hombres no les hacen regalos, ésas que follarían con cualquiera que quisiera hacérselo con ellas, las más zorras, las putitas, las mujeres que siempre tienen el coño seco, las que tienen tripa, las que querrían ser hombres, las que se creen hombres, las que sueñan con ser actrices porno, a las que les dan igual los hombres pero a las que sus amigas interesan, las que tienen el culo gordo, las que tienen vello duro y negro que no se depilan, las mujeres brutales, ruidosas, las que lo rompen todo cuando pasan, a las que no les gustan las perfumerías, las que llevan los labios demasiado rojos, las que están demasiado mal hechas como para poder vestirse como perritas calentonas pero que se mueren de ganas, las que quieren vestirse como hombres y llevar barba por la calle, las que quieren enseñarlo todo, las que son púdicas porque están acomplejadas, las que no saben decir que no, a las que se encierra para poder domesticarlas, las que dan miedo, las que dan pena, las que no dan ganas, las que tienen la piel flácida, la cara llena de arrugas, las que sueñan con hacerse un lifting, una liposucción, con cambiar de nariz pero que no tienen dinero para hacerlo, las que están desgastadas, las que no tienen a nadie que las proteja excepto ellas mismas, las que no saben proteger, esas a las que sus hijos les dan igual, esas a las que les gusta beber en los bares hasta caerse de al suelo, las que no saben guardar las apariencias; pero también escribo para los hombres que no tienen ganas de proteger, para los que querrían hacerlo pero no saben cómo, los que no saben pelearse, los que lloran con facilidad, los que no son ambiciosos, ni competitivos, los que no la tienen grande ni son agresivos, los que tienen miedo, los que son tímidos, vulnerables, los que prefieren ocuparse de la casa que ir a trabajar, los que son delicados, calvos, demasiado pobres como para gustar, los que tienen ganas de que les den por el culo, los que no quieren que nadie cuente con ellos, los que tienen miedo por la noche cuando están solos.

Cuatro

La violación es lo propio del hombre; ni la guerra, ni la caza, ni el deseo crudo, ni la violencia o la barbarie, la violaciónes lo único que las mujeres -hasta ahora- no se han re-apropiado. La mística masculina debe construirse como si fuera peligrosa, criminal e incontrolable por naturaleza. Por ello, debe ser rigurosamente vigilada por la ley, gobernada por el grupo. Detrás del velo de control de la sexualidad femenina aparece el objetivo principal de lo político: formar el carácter viril como asocial, pulsional, brutal. La violación sirve como medio para afirmar esta constatación: el deseo del hombre es más fuerte que él, no puede dominarlo. Oímos todavía decir «gracias a las putas, hay menos violaciones», como si los varones no pudieran contenerse y tuvieran que descargarse en alguna parte. Creencia política construida y no evidencia natural -pulsional- como nos quieren hacer creer. Si la testosterona hiciera de ellos animales de pulsiones indomables; entonces matarían tan fácilmente como violan. Y éste no es el caso. Los discursos sobre la cuestión de la masculinidad están esmaltados con residuos de oscurantismo. La violación, el acto condenado del que no se debe hablar, sintetiza un conjunto de creencias fundamentales sobre la virilidad.

Cinco

Aún no veo bien la diferencia entre la prostitución y el trabajo asalariado legal, entre la prostitución y la seducción femenina, entre el sexo pagado y el sexo interesado, entre lo que conocí durante aquellos años y lo que he visto después. Lo que las mujeres hacen con su cuerpo, desde el momento en que hay hombres que tienen pasta y poder alrededor, me parece todo bastante parecido al final. Entre la feminidad tal y como se nos vende en las revistas y la de la puta, se me escapa siempre el matiz de diferencia. Porque aunque algunas no digan claramente cuáles son sus honorarios, tengo la impresión de haber conocido a muchas putas. Muchas mujeres a las que el sexo no les interesa pero que saben sacar beneficios de él. Que se acuestan con hombres viejos, feos, muermos, idiotas hasta la depresión, pero socialmente poderosos. Que se casan con ellos y que luchan por sacar un máximo de dinero en el momento del divorcio. Que les parece normal que una mujer sea una mantenida, que se la lleve de viaje, que se la mime. Que incluso piensan que eso es un éxito. Es triste escuchar a algunas mujeres hablar del amor como de un contrato económico implícito. Que esperan que los hombres paguen por acostarse con ellas. Eso me parece los más cutre, en su caso, que renuncien a toda independencia -al menos la puta, una vez  que ha satisfecho a su cliente, puede largarse tranquila- y en el caso de los hombres, que sólo puedan acceder a la sexualidad si tienen un modo de apoquinar. Es mi lado clase media: hay evidencias que no puedo digerir y respecto a las cuales me falta sutileza. Pero si tuviera que dar consejo a una chavalita, le diría que hiciera las cosas sin tapujos, que guardara su independencia, y que si quiere, saque provecho de sus encantos en lugar de casarse, encerrarse, parir y dejar que un tipo al que ella no soporta y que no la lleva de viaje le pongo un cerrojo.

Seis

Son aquellas de entre nosotras que ocupan las mejores posiciones las que han firmado una alianza con los más poderosos. Son las más capaces de callarse cuando se las engaña, de aguantar cuando se mofan de ellas, de adular el ego de los hombres. Las más capaces de adaptarse a la dominación masculina son evidentemente aquellas que ocupan los mejores puestos, ya que siguen siendo ellos los que aceptan o no a las mujeres en posiciones de poder. Las más coquetas, las más bellas, las que se muestran más amables con los hombres. Las mujeres que se expresan son aquellas que saben acomodarse a ellos. Preferiblemente, aquellas para quienes el feminismo es una causa secundaria, un lujo. Las que no se rompen la cabeza con la cuestión. Y más bien las mujeres más presentables, puesto que nuestra cualidad primordial sigue siendo ser agradables. Las mujeres de poder son las aliadas de los hombres, aquellas de entre nosotras que saben mejor doblar la rodilla y sonreír bajo la dominación. Las que hacen como si eso no doliera. A las otras, a las furiosas, las feas, las bocazas, se las asfixia, se las aleja, se las extermina. Persona non grata para la flor y nata.

Siete

El feminismo es una revolución no un reordenamiento de consignas de marketing, ni una ola de promoción de la felación o del intercambio de parejas, ni tampoco una cuestión de aumentar el segundo sueldo. El feminismo es una aventura colectiva, para las mujeres pero también para los hombres y para todos los demás. Una revolución que ya ha comenzado. Una visión del mundo, una opción. No se trata de oponer las pequeñas ventajas de las mujeres a los pequeños derechos adquiridos de los hombres, sino de dinamitarlo todo.

Santiago Giralt es escritor de novelas, teatro y cine. Es también actor, productor y director de cine y teatro


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