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Salmonicultura: ¿oportunidad económica o amenaza ambiental?

La idea de producir salmones en la Patagonia genera rechazo de ambientalistas y científicos. Esta especie no es natural del hemisferio norte y por lo tanto significaría introducir un animal exótico, como ya ocurre en Chile. La iniciativa abrió un gran debate: ¿cuál es el impacto a la biodiversidad local y qué propiedades tiene el salmón chileno que se consume en la Argentina?

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Vos y yo vemos el salmón grillado, o mezclado en una ensalada directamente en nuestro plato. Pero detrás de este producto premium al que solo accede una pequeña parte de nosotros hay una industria con un impacto ambiental enorme para el lugar donde se desarrolla.

Nancy Fernández Marchesi, presidenta de la Asociación Manekenk, define a la salmonicultura como “una industria de alto impacto para producir grandes cantidades de salmónidos en el mar o en zonas de aguas tranquilas”.

Repasemos dos ejemplos recientes para dimensionar el impacto que genera esta actividad: 

“Las jaulas que están flotando en el mar a veces por eventos climatológicos o por falta de mantenimiento se rompen y hay fugas de miles de salmones”, dice David López Katz, de Sin azul no hay verde. Y agrega: “Esta es una especie introducida. No es del hemisferio sur, es del hemisferio norte. De la zona de Estados Unidos, Canadá, Alaska y Noruega. Genera un desequilibrio en el ecosistema. Y esto, sumado a lo dicho anteriormente, es irreversible".

Esta es solo una de las patas del problema, muchas ONGs también reclaman el tratamiento que se les da a estos peces. 

Para Fernández Marchesi, la salmonicultura genera una gran contaminación en el fondo submarino. Específicamente por los desechos que producen los animales, los restos de alimento, los antibióticos y los colorantes que se utilizan para su producción.

“Básicamente todas las especies se verían afectadas si se instalara la salmonicultura en el Canal de Beagle. Tanto la flora, como la fauna. Empezando por lobos marinos, aves y mamíferos como las ballenas”, afirma López Katz. 

Las voces en contra de la salmonicultura son muchas: desde ambientalistas de la patagonia argentina y chilena, hasta chefs internacionales como Germán Martitegui, Narda Lepes y Francis Mallman. 

En una charla con la radio Vorterix, Mallman aseguró que es “hora de que nosotros empecemos a cuidar nuestros recursos”. 

Por su parte, el chef de Ushuaia que fundó y lidera el restaurante Volver, Lino Adillón, dice: “En Argentina lo que se consigue de salmón es solamente lo que proviene de la salmonicultura. En el hemisferio norte, lo que se come son salmones salvajes. Es de ahí de dónde realmente son los salmones”. 

¿Qué alternativa tenemos si queremos dejar de comer salmón?

Una primera opción es seleccionar pescados del Mar Argentino como la merluza negra o austral, el besugo, el mero, la brótola o tantos otros.

“Muchísimo más sano es la trucha. La trucha de criadero, que se cría en Bariloche. No tiene la carga de antibióticos que tienen los salmones criados en Chile”, afirma Adillón. Y agrega: “Hay una gran cantidad de restaurantes en Buenos Aires que ya están sacando al salmón de su carta y está siendo reemplazado por esta trucha”.

Proyecto de acuicultura nacional

Hace pocas semanas y como muchas veces en los últimos años, activistas argentinos y chilenos se juntaron en el Canal de Beagle como una especie de unión simbólica en contra de esta actividad. 

El 12 de marzo de 2018, la corona noruega vino a Argentina para juntarse con el gobierno nacional, y firmar un acuerdo para el desarrollo de la actividad acuicultura en Tierra del Fuego.

Para el gobierno nacional estos proyectos con la corona noruega representaban una posibilidad de crecimiento económico. Y además, la posibilidad de desarrollar la producción sostenible de alimentos, con el fin de conservar nuestros recursos. 

“Este es un negocio para unos pocos. Para las empresas que lo producen y comercializan. Pero esto no genera un derrame en las comunidades, ya que desplaza a los productores locales y no genera empleo”, refutó el representante de Sin azul no hay verde.

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Ciudades de 15 minutos: una respuesta necesaria ante la crisis ambiental

El modelo propone que se pueda vivir, trabajar, hacer las compras, aprender y descansar, dentro de un radio máximo de 15 minutos a pie o en bicicleta.

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¿Te imaginás tener todo lo que necesitás para vivir a 15 minutos caminando o en bici?

Esto es lo que propone el modelo de la ciudad de los 15 minutos, una idea que están contemplando cada vez más ciudades alrededor del mundo, y que muchos ven también como una respuesta necesaria ante la crisis ambiental.

¿De qué se trata? 

Es una propuesta del urbanista colombiano Carlos Moreno, que tiene como objetivo ofrecer a los residentes una ciudad serena, con más proximidad, menos estresante y menos horas de transporte.

Básicamente, este modelo de ciudad propone que se pueda vivir, trabajar, hacer las compras, aprender y descansar, dentro de un radio máximo de 15 minutos a pie o en bicicleta.

¿Cuáles son los beneficios?

En lo ambiental, se promueve la movilidad a pie o en bicicleta y se desalienta el uso del vehículo particular, contribuyendo así a reducir la contaminación y las emisiones de gases de efecto invernadero.

Mientras tanto, en lo económico, se fomenta una distribución más equitativa y pareja dentro de las ciudades. La ciudad pasa de estar concentrada en un “centro” donde están todos los recursos, a ser una ciudad con multicentralidades, revitalizando los barrios y favoreciendo a los comercios locales.

Por último, en lo social, fomenta un mayor sentido de comunidad, garantiza una vida urbana más dinámica, inclusiva y, en consecuencia, más segura. 

Todos estos factores, además, promueven un estilo de vida más seguro y sano, especialmente ante el contexto de pandemia.

“Lo que ha dejado a luz esta pandemia es que las zonas en donde estas ciudades o barrios funcionan con estas características de cercanía, de diversidad, han sido las más vivibles, con más recursos en su entorno, las más seguras”, dice Carolina Huffmann, arquitecta y fundadora de Urbanismo Vivo.

París, un ejemplo modelo

Una de las ciudades que está liderando en este modelo urbanístico es París, donde la alcaldesa Anne Hidalgo tiene como una de sus prioridades transformar la capital francesa en “la ciudad del cuarto de hora”.

Según Hidalgo, crear este tipo de ciudad es posible, empezando por cambiar la manera en la que están diseñadas las ciudades, pasando de un modelo que prioriza autos, a uno que prioriza peatones, bicicletas y transporte público.

Hasta ahora, las políticas de Hidalgo han demostrado claros resultados. Solo en 2019, el tráfico de autos en París se redujo un 8%, y el objetivo es reducirlo aún más.

¿Es posible implementar un modelo así en América Latina?

“Las ciudades de América Latina tienen una expansión de superficie en territorio muy amplia, normalmente con densidades muy bajas”, explica Huffman. “Entonces, sí hay barrios que funcionan como estas ciudades de 15 minutos muy bien. Pero pensar en que toda la ciudad puede funcionar como ciudades de 15 minutos es muy ambicioso. La idea es ir en esa dirección, desde el planeamiento urbano, pero pensarlo quizás a largo plazo”.

¿Y vos qué pensas? ¿Te gustaría vivir en una ciudad de 15 minutos?

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