La disminución del poder de los políticos no se ha traducido en una mayor satisfacción de
los votantes. Por el contrario, la débil gobernanza ha resultado en una política cada vez más caótica,
políticas públicas mediocres, pobres resultados en lo social y lo económico (el épico fracaso en el control
del Covid-19 es solo el último ejemplo) y una ciudadanía cada vez más frustrada. En América Latina la combinación de un presidente con un período fijo y un sistema electoral proporcional nunca fue una buena idea. Y se ha vuelto aún peor debido al declive de otra institución crucial para la democracia: los partidos políticos.