Santiago Bilinkis, un tecnólogo que desenmascara los efectos adictivos de las redes sociales- RED/ACCIÓN

Santiago Bilinkis, un tecnólogo que desenmascara los efectos adictivos de las redes sociales

 Una iniciativa de Dircoms + RED/ACCION

El autor de "Guía para sobrevivir al presente" (y uno de los introductores de las charlas TEDx en la Argentina) dice que Instagram, Facebook, Twitter y compañía necesitan de nuestra ingenuidad. “Cada segundo que no estás ahí hipnotizado es tiempo que ellos no pueden vender a sus anunciantes”, explica.

Santiago Bilinkis, un tecnólogo que desenmascara los efectos adictivos de las redes sociales

Intervención: Pablo Domrose

Este contenido contó con la participación de lectores y lectoras de RED/ACCIÓN

Hace tres años, Santiago Bilinkis, emprendedor y tecnólogo, fundador de Officenet y de otras empresas tech, idealizaba a las plataformas y a las redes sociales. Pero hace poco más de un mes, en una charla TED titulada “Cómo nos manipulan en las redes sociales”, Bilinkis se refirió al “efecto adictivo” de Instagram, Facebook, Twitter y compañía. “Necesitan de nuestra ingenuidad”, dijo sobre el escenario. “Cada segundo que no estás ahí hipnotizado es tiempo que ellos no pueden vender a sus anunciantes”.

“Todo este movimiento de discutir la ética de las plataformas es de los últimos dos años, desde que un par de personas empezaron a sonar la alarma”, dice ahora sobre su despertar crítico. Pero Bilinkis, que es autor de Guía para sobrevivir al presente (se puede descargar aquí), que fue uno de los introductores de las charlas TEDx en la Argentina y que es columnista en el programa de radio Basta y de la revista de La Nación, no cree que haya pasado de tecnofílico a tecnofóbico.

“Para mí hay que ser protecnología, no tiene sentido renegar de la tecnología”, sigue. “El problema es que en este momento hay una asimetría enorme entre cómo los usuarios entendemos la tecnología y cómo la entienden quienes diseñan las plataformas. Y hay que trabajar sobre la regulación”.

En tu charla TED hablás sobre las “vulnerabilidades de la mente”, de las cuales las redes se aprovechan. ¿Cuáles son?
—Son muchísimas, pero entre la neurociencia, la economía del comportamiento y la piscología experimental se viene descubriendo que nuestra mente está fantásticamente adaptada, a través de un proceso evolutivo de miles de años, a un mundo que no tiene nada que ver con este. Poner a nuestros cerebros a operar en el mundo presente genera un montón de problemas, que conocemos como “sesgos cognitivos” y que son errores en el programa: siempre que enfrentes a tu mente a determinadas situaciones, tu mente decidirá predeciblemente mal.

¿Estos sesgos cognitivos son parte de las decisiones de la gente?
—Sí. Hace varios años que muchos científicos, entre ellos el Premio Nobel Daniel Kahneman, vienen investigando cuáles son esos problemas y qué dificultades generan. Recientemente nos empezamos a dar cuenta de que esos mismos sesgos cognitivos pueden usarse para influenciar las decisiones de la gente. Por ejemplo, vos podés determinar si la enorme mayoría de la gente será donante de órganos o no simplemente según cómo se diseñe el formulario. Si ponés: “Si desea donar sus órganos, marque aquí”, la gente no va a marcar. Si, por el contrario, hay un formulario que diga: “Para no donar sus órganos marque aquí”, la gente no va a marcar y sí va a donar. Está estudiado que en decisiones tan dramáticas como esa, la gente no decide si donar o no, sino si marcar o no. Y la decisión por defecto es no marcar. Eso se vio en montones de países, y funciona así en todos lados. En Argentina se cambió y ni siquiera tenés que marcar: si no decís explícitamente que no sos donante, lo sos.

¿Cuál es la principal vulnerabilidad de la mente que aprovechan las redes sociales?
—No hay una principal, pero por cómo funcionan las redes, la fragilidad de nuestra autoestima nos lleva a estar queriendo ver cómo es la vida de los demás e impactando a los demás con nuestra imagen. Así nos la pasamos horas y horas en las redes. No es un invento nuevo: que a la gente le interesaba la vida de las celebrities ya lo sabía la revista ¡Hola! hace 50 años. Pero el acceso a una revista era más limitado y además, la revista se terminaba. Ahora el flujo es infinito y martilla ahí donde tu sesgo martilla más y más y más.

Bilinkis refiere a un experimento interesante: en un laboratorio pusieron gente a comer sopa y algunos platos recibían más sopa por abajo imperceptiblemente. Al final de la comida, se vio que los que tenían esos platos habían comido hasta un 60% más, pero creyeron haber comido lo mismo que los demás. “De alguna manera, Instagram y Facebook son platos sin fondo”, dice Bilinkis, “siempre podés dar otra refrescada más y ver otra tanda de fotos. A diferencia de la revista ¡Hola!, no se acaba nunca y nosotros estamos muy mal preparados para lidiar con situaciones donde el contexto no nos pone límites”.

Para esta entrevista, pedimos a nuestra comunidad su participación con preguntas. Javier Martínez, uno de nuestros lectores, preguntó: “¿Qué es lo que la redes dejan de lado dentro de su ‘libertad ilimitada’ que aparentan ofrecer?”. Y Bilinkis respondió: “Las redes limitan y direccionan tu uso y tu consumo. Por ejemplo, una red selecciona a través de un algoritmo qué posts te muestra o qué personas te ofrece como amigos recomendados para que agregues o qué videos te recomienda ver después. Son cosas que direccionan tu uso y tu consumo, y donde te da de todo, menos libertad. Los algoritmos buscan maximizar tu tiempo en la plataforma y así dejás de elegir con libertad lo que estás mirando”.

David Busto, otro lector, quiso saber: “¿Hay que cambiar a las redes o primero necesitamos alfabetizarnos digitalmente?”. Según Bilinkis, hay que hacer las dos cosas. “Pero cambiar las redes no está a nuestro alcance”, explica. “Entendiendo mejor cómo funcionan, dónde los intereses de una red están alineados con los nuestros y dónde no, como usuarios podemos aprovechar lo que cada plataforma ofrece, evitando las situaciones en las cuales las redes nos llevan a hacer cosas que nos gustan pero no nos convienen”.

¿En qué medida influye en nuestro uso que las redes sociales no te muestren a las celebrities de ¡Hola!, sino a gente anónima?
—En el origen de Facebook, el objetivo era conectarte con tus amigos, pero hoy es más que sigas páginas de compañías o celebridades: se volvió asimétrico. Cristiano Ronaldo tiene 150 millones de likes. Instagram nace olvidándose de la amistad, es no bidireccional y te recomienda más celebridades que amigos para seguir: Instagram es para espiarle la vida a los famosos y a los influencers. Esa dinámica se monta sobre la fragilidad de nuestra autoestima. 

¿O sea que Instagram está más cerca de la revista ¡Hola! de lo que parece?
—Mucho más, y con este ingrediente extra de que no tiene límite. Podés pasarte el doble de tiempo de lo que hubieras querido, sin siquiera darte cuenta. Hay otra categoría, más allá de las redes, que son los videojuegos. Está muy estudiado cómo actúan las drogas sobre los neurotransmisores y cómo provocan sensaciones, euforia y desvarío. Entendiendo cómo diferentes estados químicos generan adictividad, hoy muchos videojuegos, como el Fortnite, trabajados para generar descargas de adrenalina y dopamina a intervalos regulares, y producir un efecto cuasiadictivo.

Las fake news no son ajenas a esta discusión. Nuestro lector Kiko J. Sánchez preguntó: “¿Realmente quien recibe una fake news por WhatsApp, Twitter o donde sea está dispuesto a rectificar y cambiar la opinión que esa información falsa le ha ayudado a formar? O sea ¿lo importante es la realidad o aquello que, verdadero o falso, nos permite darle forma a una opinión preconcebida en la que militamos ciegamente?”.

Y Bilinkis responde: “Un tema clave en la proliferación de noticias falsas es que la mayoría de las personas, como resultado de un sesgo cognitivo que se llama ‘sesgo de confirmación’, tiende a considerar verdadero aquello que coincide con su opinión previa. Por eso comparte la noticia falsa convencido de que es verdadera, sin ninguna verificación previa. Las noticias falsas, que en general están diseñadas para coincidir con la opinión de un grupo grande, tienden a esparcirse muy velozmente. Diseñando las noticias, prescindiendo del rigor de la verdad, es fácil hacerlas coincidir con una opinión fuerte de un grupo grande y lograr una viralización muy rápida y muy amplia. Eso es gran parte del problema. Y se combate concientizando a la gente acerca de que el hecho de coincidir o no con una noticia no tiene nada que ver con su veracidad o falsedad, y que uno no debiera compartir cosas sin antes verificar que sean como dicen ser, independientemente de la opinión que uno tenga”.

Las redes sociales se pelean por nuestra atención. ¿Cómo llegamos a esto? ¿Se podría hacer una genealogía de la atención?
—Por nuestro origen evolutivo, el ser humano no está hecho para concentrarse. Si en el mundo prehistórico te concentrabas demasiado en algo, llegaba un predador y te comía. Los que tenían un estado de alerta más profundo sobrevivieron. La selección natural seleccionó a favor de la no concentración. Concentrarnos es una invención reciente y se originó con un invento: el espacio entre las palabras. Los primeros sistemas de escritura eran de corrido porque se leía de corrido y en voz alta. Cuando las palabras comenzaron a ser separadas, apareció la lectura introspectiva. Fue una revolución que significó desarrollar la concentración. Las redes se montan sobre nuestra tendencia natural de distraernos. Cuando empecé a organizar TEDx Río de la Plata, el hallazgo de TED era que hacía charlas cortas de 18 minutos. Ahora, la charla que yo di dura 17 y me quiero morir porque debería haber durado 10. Mucha gente no la va a mirar porque dura 17. Las charlas TED pasaron de 18 a un promedio de entre 10 y 12.

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