El ataque a puñaladas a Salman Rushdie, el viernes pasado, fue el punto más resonante en una campaña que llevaba 33 años, pero quizás no haya sido el único muy dramático y muy violento. Ahora es momento de volver a leer a este escritor.
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Sospecho que cualquiera que alguna vez haya escuchado el nombre de Rushdie esperó que algo así ocurriera un día. Lo que es inverosímil, pero real, es que el muchacho de 24 años que quiso asesinar al escritor con 15 navajazos lleve por apellido Matar (su nombre de pila es Hadi; es un estadounidense de padres libaneses). “Estaba furioso, muy furioso. Se necesitaron cinco hombres para reducirlo mientras seguía apuñalando”, dijo una testigo entrevistada por The New York Times.
El 14 de febrero de 1989 el líder supremo de Irán, el Ayatolá Jomeini, había emitido una fatwa —sentencia religiosa— ordenando a los musulmanes del mundo matar a Rushdie allí donde lo encontraran por las blasfemias contenidas en Los versos satánicos, su cuarta novela, que se había publicado en 1988 y que casi inmediatamente había desencadenado protestas fuertes en todos lados. Los radicalizados la consideraron un insulto al Islam, entre otras cosas, porque los personajes de dos prostitutas tenían los nombres de dos de las esposas del profeta Mahoma. Quien asesinara al autor obtendría una recompensa oficial de tres millones de dólares (el gobierno iraní dejó de promover la fatwa en 1998, según la BBC, pero en 2016 la retomó y ofreció 600.000 dólares adicionales).
Rushdie pediría perdón a los ofendidos pero no se desdeciría de lo escrito. “[Los versos satánicos es] un libro en realidad más exploratorio que sacrílego, en ningún sentido una invectiva antimusulmana, sino una especie de meditación desde un realismo mágico sobre temas del Corán”, leo ahora en una columna de The New Yorker.
De cualquier manera, lo que siguió ya es parte de la cultura popular: Rushdie pasó a verse rodeado de un peligro tan amenazante que en el Reino Unido, donde él residía, solo podía compararse con el que sobrellevaba la Reina cada día por ser, precisamente, reina. Y su vida pasó a ser por años una sucesión de guardaespaldas, escondites y disfraces.
Los versos satánicos todavía está prohibido en varios países musulmanes. “Cuando alguien dice ‘creo en la libertad de expresión, pero…’, yo dejo de escuchar”: palabras de Rushdie en una charla en la Universidad de Vermont en 2015. Por entonces ya se había convertido en un ícono de la libertad de expresión en Occidente.
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Lo segundo que hice luego de enterarme del ataque —lo primero fue sumarme al frenesí hashtaguero de las redes— fue ir a Joseph Anton. Son las memorias de Rushdie, publicadas en 2012, que empiezan el día en que la sentencia de muerte es pronunciada y que cuentan cómo es vivir con la Espada de Damocles pendiendo sobre tu cabeza (Rushdie usó “Joseph Anton” como su nombre falso mientras se escondía, en honor a Joseph Conrad y a Anton Chejov).
Curiosamente, las memorias —en algunos pasajes muy íntimas— están escritas en tercera persona. Rushdie parece querer decirnos que, a pesar de todo, esta pesadilla no le pasó a él sino a otro: a su Mr. Hyde.
Pero primero lo primero. Cómo se enteró: fue a través de la llamada de una periodista que quería preguntarle por la fatwa recién lanzada. Rushdie escribe en Joseph Anton sobre sí mismo: “Esto fue lo que pensó: ‘Soy hombre muerto’. Se preguntó cuántos días de vida le quedaban y concluyó que la respuesta era probablemente un número de una sola cifra. Colgó el auricular y corrió escalera abajo desde su cuarto de trabajo en la estrecha casa adosada de Islington donde vivía. Las ventanas del salón tenían postigos y, absurdamente, los cerró y atrancó. Luego echó el cerrojo a la puerta de entrada”.
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Algunas páginas más adelante en Joseph Anton, leo que Anis, el padre de Salman Rushdie, se cambió el apellido y que hoy, luego de las 15 puñaladas, esa transformación tiene todo el sentido. “[E]l nombre de su propio padre era todo un trabalenguas, Khwaja Muhammad Din Khaliqi Dehlavi, un buen nombre de la Vieja Delhi”.
Sigue: “Anis adoptó el apellido ‘Rushdie’ por su admiración a Ibn Rushd (‘Averroes’ en Occidente), el filósofo cordobés hispano-árabe del siglo XII que llegó a ser qadi o juez de Sevilla, traductor y reconocido comentarista de las obras de Aristóteles. Su hijo [Salman Rushdie] llevó el apellido durante dos décadas sin comprender que su padre, un auténtico erudito del islam que a la vez carecía por completo de fe religiosa, lo había elegido en señal de respeto a Ibn Rushd por haber estado en su época a la vanguardia del argumento racionalista contra el literalismo islámico; y transcurrieron otras dos décadas hasta que la batalla por Los versos satánicos resonó en el siglo XX a modo de eco de esa discusión con ochocientos años de antigüedad. ‘Al menos’, se dijo cuando la tormenta se desencadenó sobre su cabeza, ‘entro en esta batalla llevando el apellido idóneo’”.
- Entre Matar, Joseph Anton y Rushdie, la historia adquiere capas y más capas de sentido, y se me aparece aquel dicho inglés... What’s in a name?
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Las protestas y la fatwa mojaron con otras sangres, antes que la de Rushdie, los suelos de al menos 6️⃣ países.
En enero de 1989, cerca de 8.000 musulmanes se reunieron en contra de Los versos satánicos y quemaron ejemplares en Hyde Park. También exigieron que el libro se retirara de las librerías. Rushdie había nacido en Bombay en 1947, dos meses antes de la independencia, y por lo tanto era un ciudadano británico. Se educó en Cambridge y se asentó en Inglaterra. Por ser un británico, el asunto llevó a que Londres y Teherán rompieran relaciones diplomáticas durante casi dos años.
El 12 de febrero de 1989, 2.000 personas atacaron el centro cultural de Estados Unidos en Islamabad gritando “¡Hay que colgar a Rushdie!”. Cinco murieron por disparos de la policía. En esos días, otros mil protestaron en Bombay: el enfrentamiento con la policía dejó doce muertos y 40 heridos.
En julio de 1991, Hitoshi Igarashi, el traductor japonés de Rushdie, fue apuñalado hasta la muerte afuera de su oficina en la Universidad Tsukuba, al norte de Tokio. Días antes, el traductor al italiano, Ettore Capriolo, había sido atacado por un desconocido con un cuchillo en Milán. El agresor le causó heridas en la cara, la nuca y el torso, pero Capriolo sobrevivió. En 1993, su editor noruego William Nygaard también fue agredido (a balazos). Más tarde, en Sivas (Turquía) murieron 37 personas cuando fue incendiado el hotel donde se encontraba el traductor turco, Aziz Nesin, que logró escapar. “Acepté traducir la novela porque considero que tiene un valor como obra de arte”, había dicho Igarashi cuando se puso en venta el libro.
- La suma de cadáveres de estos últimos tres párrafos: 4️⃣3️⃣.
El domingo pasado, la policía de Escocia anunció que estaba investigando una amenaza hecha a la autora J.K. Rowling después de que ella tweeteara su condena al ataque de Rushdie.
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De visita en Francia a fines de 2018, Rushdie dijo que se había relajado: “Pasaron 30 años. Ahora todo va bien. Tenía 41 años, ahora 71. Vivimos en un mundo en el que los asuntos que preocupan cambian muy rápidamente. Ahora hay otras razones para tener miedo, otras personas que matar…”.
Pero pasarían cuatro años más y llegaría 2022. Y todo iría mal.
“Lo que hace que la historia sea tan trágica es que Salman, para aquellos que lo conocieron, —no, que lo conocen— como un amigo, ha sido el más amable de los hombres, el menos conflictivo”, leo en este reciente perfil de The New Yorker.
“El tipo más racional y razonable que jamás conocerían. Lleno de tradición y vida, con gustos y temas amplios, durante la cena hablaba con tanta facilidad y habilidad de películas, series de televisión y música pop, como de literatura y religión. (Tampoco estaba dispuesto a dejar de ser autocrítico y cómico en una reunión social; lo recuerdo una vez haciendo una versión de karaoke de “I Will Survive” de Gloria Gaynor en una fiesta en Londres). En los más o menos 30 años que llevo de conocerlo, siempre me impresionó la naturalidad con la que, al menos en público, lidió con su extraño destino”.
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Cambiamos de tema. La semana pasada te contaba que, ampliado con 100 páginas nuevas, vuelve Sangre joven: Matar y morir antes de la adultez. Fue mi primer libro: un mosaico de seis crónicas de homicidios de adolescentes y veinteañeros, que en esa violencia buscaba encontrar algún sentido para retratar a una generación. Mi generación, tal vez también la tuya.
Podés leer un extracto en este link.
Presentaremos la reedición este jueves en la librería Eterna Cadencia. ¡Sería un gusto encontrarnos allá!
Bueno... por ahora lo dejamos acá. Podemos seguir la conversación por mail [sieteparrafos@redaccion.com.ar] o en las redes [@redaccioncomar]. Y también podés contactarme en Twitter [@sinaysinay].
- Si querés recomendarme libros, autores o temas para tratar, o contarme si leíste algo de lo que mencionamos, ¡adelante!
Nos vemos por ahí,
Javier