¿Qué tienen en común la ciudad de Brasilia, la Iglesia Mayor de Ulm (una iglesia del siglo XIV que fue terminada en el siglo XIX y que hoy es la más alta del mundo), los planes quinquenales de la Unión Soviética, la creación de la Unión Europea, la política del hijo único en China, el canal de Panamá y el programa de la NASA de exploración de Marte? Probablemente nada… salvo que todos estos hitos son ejemplos de planificación en el largo plazo, o larguísimo.
Mencionados por el filósofo Roman Krznaric en su libro The Good Ancestor (El buen ancestro), reflejan que podemos pensar sin deadlines si nos lo proponemos, aun inmersos en la necesidad del cortoplacismo. Hacerlo quizás no nos traiga un beneficio a nosotros, pero seguro que lo hará para las generaciones del futuro.
Todo esto ha recibido el nombre de “pensamiento catedral” (por las centurias que pasaban hasta el final de la construcción de una catedral medieval) y la pandemia, con su manto de incertidumbre, podría ser una gran excusa para aplicar más de este tipo de desarrollo. Desafíos a largo plazo no nos faltan: cambio climático, pérdida de biodiversidad, inteligencia artificial, bioterrorismo, diversidades sexuales y más. Algunas naciones indígenas, como la onondaga, toman responsabilidad incluso sobre las próximas siete generaciones.
“La pandemia nos ofrece una oportunidad para pensar cómo queremos enfocar el futuro”, escribe en un artículo Naomi Stanford, “ya sea que queramos tomar una perspectiva de resultados trimestrales o una perspectiva más larga, más ‘catedral’, con una brújula moral que apunte a lo que sea bueno para la sociedad y lo que sea correcto hacer”.
Stanford es experta en diseño de organizaciones, profesora, autora de seis libros y conferencista (ésta es su TED Talk sobre el futuro del trabajo). Fue empleada corporativa de grandes empresas y ahora está en el sector gubernamental inglés. Su punto es: ¿de verdad somos capaces y estamos dispuestos a aplicar hoy un pensamiento catedral?
“Parece haber un reconocimiento de que las cosas no volverán a ser ‘como eran’”, explica, vía email. “Esto obliga a discutir: si no serán como eran, ¿entonces qué serán? Veo poca evidencia de que las discusiones sobre ‘entonces qué’ vayan hacia siete generaciones, pero eso no significa que no estén ocurriendo en algunos círculos. El pensamiento catedral se encuentra mucho más fácil ahora que hace unos 15 años, pero en organizaciones donde el dinero se valora por encima de otros valores, es menos probable”.
En el Reino Unido casi todo el mundo conoce a alguien que ha muerto de COVID-19, cree Stanford. “Esto nos ha hecho conscientes de la fragilidad de la vida”. Pero eso es a nivel personal. A nivel estatal y privado, es un poco distinto: “A nivel estatal, hay una oleada de cambios en torno a la sostenibilidad, la biodiversidad y la interdependencia de los sistemas. El gobierno del Reino Unido encargó un informe sobre biodiversidad y parece estar dando pasos hacia la reducción de emisiones de carbono. Para las organizaciones privadas, creo que es más complejo: ¡las organizaciones con fines de lucro se administran, por supuesto, con fines de lucro! Hasta que quienes persiguen el dinero y el poder no se interesen solo en el crecimiento sin fin, creo que no seremos conscientes de nuestro futuro”.
Por dónde empezar a aplicar el pensamiento catedral es una buena pregunta. En América Latina —donde el Mercosur es un ejemplo de pensamiento catedral—, el foco del largo plazo puede apuntar a un territorio históricamente en crisis: las ciudades.
“La pandemia afecta la psiquis de la ciudad como cuerpo vivo que se relaciona, tiene sentido, dirección y desarrollo”, dice José Darwin Lenis Mejía, PhD en Educación, desde la Secretaría de Cultura de la alcaldía de Cali. En un artículo sobre ciudad y pensamiento catedral, Lenis Mejía mencionó que difícilmente haya en Colombia un plan de gran envergadura que logre sobrepasar siquiera medio siglo de uso.
Sigue ahora: “Por eso ésta es una oportunidad de hacer proyectos de ciudades latinoamericanas más humanizadas, no centradas en los consumos y en la interiorización individualista que nos aleja de la razón de ser de cuidar: proteger y salvaguardar la vida. Es una gran oportunidad para hacer educación cultural con aprendizajes y experiencia disruptivas o cambios para cuidar el planeta, sensibilizar las relaciones humanas y todo lo que nos hace vivir dignamente”.
El largo plazo en la Argentina
En la Argentina, el CONICET creó recientemente la Red Institucional Orientada a la Solución de Problemas sobre la Dimensión Socioeconómica del Desarrollo Sostenible (DSDS). Busca, según un documento de presentación, “la articulación y transferencia del conocimiento existente en el Sector Científico y Tecnológico para el cumplimiento de objetivos, metas e indicadores de desarrollo sustentable aprobados por Naciones Unidas y adoptados por Argentina”. Estos son el fin la pobreza, hambre cero, trabajo decente y crecimiento económico, desigualdad y otros, hasta un total de 17 con meta en el año 2030.
“El desarrollo se construye con la mirada y el planeamiento a largo plazo”, dice Alberto D. Cimadamore, coordinador científico de la Red CONICET-DSDS. “Los altibajos del proceso de desarrollo argentino muestran inconsistencias y falta de continuidad. La combinación actual de desafíos ambientales, climáticos, sociales y epidemiológicos exige superar el pasado. Los objetivos de desarrollo sustentable son entonces, una oportunidad para la transición hacia la sostenibilidad económica, social y ambiental de la Argentina”.
Para Cimadamore, “la política y la ciencia orientada a la resolución de problemas son esenciales para articular e implementar proyectos de construcción de un futuro sostenible en el largo plazo”. Ciencia de la sostenibilidad, pobreza y desarrollo en la Argentina del siglo XXI, un libro que él coordinó y que está llegando a las librerías, examina la encrucijada actual.
Lo que no deberíamos perder de vista en la Argentina, para pensar el futuro a largo plazo, es la fuerza de los movimientos juveniles frente a las posibilidades que tienen de ser escuchados. “En nuestro país pensamos poco en las próximas generaciones”, dice Pablo Vommaro, historiador y doctor en Ciencias Sociales, co-coordinador del Grupo de Estudios de Políticas y Juventudes de la UBA.
“Eso tiene que ver con que hay mucha inmediatez y cierta cultura del parche y del cortísimo plazo. Se declama mucho que las juventudes son el futuro sin pensar siquiera su aquí y ahora. El diálogo intergeneracional, en todo el mundo, se da de una manera conflictiva. Hay mucha falta de comunicación y poco reconocimiento. Las juventudes son muy habladas y poco escuchadas”.
Pero… ¿qué es el futuro?
Vamos un poco más hondo. Cuando discutimos sobre pensamiento catedral, en realidad estamos preguntándonos por un concepto de futuro y varias preguntas. O sea, ¿qué futuro imaginamos? ¿Nos interesa el futuro? ¿Hay un futuro disponible? “La pandemia intensifica la dificultad de pensar el futuro en términos totales”, dice Ezequiel Gatto, un historiador y doctor en Ciencias Sociales que estudia las nociones de futuro y futuridades. “No sé si se puede seguir hablando de un futuro. Uno de los elementos fuertes de la pandemia es la inestabilidad de no poder hacerse una imagen de lo que va a venir”.
Ojo: el pensamiento catedral, además, podría estar lleno de salvedades. Al menos eso cree Gatto: “Es discutible que una generación deba legarle a otra un proyecto. ¿Cuáles son las modalidades deseables de orientación hacia el porvenir? Este pensamiento está moldeado por la generación que comienza la planificación: hay una primacía del pasado. Suena a las lógicas de proyecto de la primera modernidad, que están en crisis. Es la crisis de la autoridad de los mayores, de la autoridad de la experiencia, de la relación entre generaciones, de la educación… La discusión sobre el largo plazo es interesante y hay que considerar qué campo de posibilidades le dejamos a las generaciones por venir para que ellas también puedan inventar”.
Entonces, ¿qué es “planificar” en el siglo XXI? Responde Gatto: “La discusión tiene que ir por las planificaciones más democráticas y más diseminadas, y encontrar las herramientas institucionales para una planificación eficaz. La digitalización del mundo también podría aportar”.
El largo plazo en tu vida
Por último, y en un nivel más reducido, el pensamiento catedral también puede aplicarse a la vida personal. Preguntamos a nuestra comunidad de lectores si cree que se puede vivir el ahora, pero con la mente en el futuro…
¿Qué sensación te trae el futuro?
— RED/ACCIÓN (@redaccioncomar) February 8, 2021
? Buscamos? testimonios para una nota ? sobre esto de ✍️ @sinaysinay. Podes contarnos acá ? o por MD ?. https://t.co/IntpKjHBJl
… y las respuestas fueron variadas y elocuentes:
- “Mi único plan a largo plazo es mi hija. Todo lo que siembro en ella es con la esperanza de que sea parte de construir una sociedad mejor. El cortoplacismo lo veo también como la necesidad de vivir el presente por si el futuro nunca llega” (Noel Yolis).
- “¡Estas preguntas dan para escribir un ensayo! Empezando porque nuestra mente dialoga todo el tiempo entre lo que es, lo que fue, lo que podría haber sido y lo que será. Pensar que se habita sólo el ahora sin ninguna idea de futuro es una idea loca, enloquecedora. El pasado nos da un refugio y el futuro, la posibilidad de levantarnos todos los días de la cama para algo, por pequeño o insignificante que eso sea. No tuve hijos, pero mis sobrinos, su día a día y lo por venir, me interesa siempre, y a veces me preocupa. Deseo lo mejor para quienes amo, pero la definición de ‘mejor’ y lo que hacen con eso, les pertenece a ellos” (Paula Aramburu).
- “Siempre me ocupé más de lo que será de mí en un tiempo: estudiar aquello de lo que me gustaría trabajar, ahorrar para hacer eso que sueño hacer. Desde muy chica tuve ahorros por si se me rompían los anteojos (me daba miedo que mi mamá no me compre otros y tener que estar con los anteojos pegados con cinta, como Alfredo el almacenero). Pero ahora que tengo hijas me preocupa más su futuro y lo que mi futuro pueda significar para ellas, por ejemplo, mantener un trabajo del que sé que podré obtener una jubilación para no ser una carga para ellas. Falta mucho para eso pero nunca, jamás, pude relajarme y pensar solo en hoy. Siempre lo consideré un defecto pero ahora, en mis 40, creo que está bien ser organizado con el futuro” (Araceli Yada).
- “Trato de vivir más en el presente. Tengo hijos de veititantos y otros adolescentes, sin embargo la mirada está siempre más en el hoy. Mi marido, en cambio, tiene mas la mirada de acá a su jubilación” (Lorena Triaca).
- “Tiendo a enfocarme mucho más en el aquí y ahora, sin dejar de lado que mi ser presente sea amable con la sociedad y las generaciones venideras, generando cultura, transmitiendo conocimientos e intentando adoptar hábitos sustentables” (Regina).