Es probable que todos podamos recordar alguna experiencia poco grata de nuestra infancia en un museo, cuando íbamos de excursión con el colegio, o nuestros padres nos arrastraban de una sala a otra. Hoy en día, sin embargo, las ventajas de visitar museos con niños, sea en familia o con sus docentes, no se ponen en duda.
Los museos son una parte importante de las ciudades, un elemento a descubrir e incluir en nuestra rutina escolar y familiar. En definitiva, algo que no sólo hay que ver, sino que hay que vivir.
Pero ¿qué es un museo en realidad? Según el DRAE, un museo puede ser varias cosas. Desde un lugar para “conservar y exponer” objetos artísticos o científicos a una institución que se dedica a la conservación, estudio y exposición de objetos de interés cultural, pasando por un lugar de exhibición de objetos que pueden atraer el interés turístico o uno destinado al estudio de las ciencias, letras humanas y artes liberales.
Además de todas estas acepciones, un museo es una parte importante de la cultura de una ciudad al alcance de todas las personas.
¿Un lugar solemne o un lugar divertido?
Hasta hace poco, la idea de museo estaba ligada a la conservación: parece que hasta nos huele a formol, todo es viejo, cubierto y protegido del polvo. Nada se puede tocar, no nos podemos acercar demasiado; en definitiva, no podemos hacer nada más que mirar. Así, no parece un sitio divertido para llevar a menores.
Pero ¿y si cambiamos esa idea y lo vemos como algo vivo, como una parte fundamental de una ciudad y algo que pertenece a las personas?
Para conseguirlo necesitamos incluirlo en el corazón de sus habitantes y así hacerlo visible, y para eso necesitamos empezar por la infancia. Si conseguimos que los recuerdos infantiles sean de haberlo pasado en grande en una visita al museo, no se olvidará esa sensación. El placer y disfrute acompañarán la idea de museo toda la vida: cuando de adultos visiten museos, volverán a sentir lo mismo. Al igual que a muchos nos acompaña, en cierta medida, esa sensación de disgusto y aburrimiento que tuvimos en nuestra infancia.
La ciudad y la educación
Las nuevas tendencias educativas y los futuros docentes se centran en incluir la ciudad como parte del bagaje cultural de su alumnado. Los colegios no están en el limbo, están integrados en una ciudad que tiene mucho que ofrecer al sistema educativo más allá del aula.
Los docentes preferimos dejar el pupitre en el aula y aprender viendo y viviendo los conceptos que queremos enseñar. En este contexto, el museo es un lugar ideal para muchas cosas.
En primer lugar, el alumnado puede aprender en cualquier sitio y de cualquier cosa. Llegar hasta el museo ya es una experiencia en sí misma. Hay que moverse por la ciudad y seguir unas normas.
Ya en el museo, es necesario entender que es un lugar en el que vamos a encontrar diferentes tipos de obras de personas que han invertido su tiempo y su entusiasmo en hacer algo. Que a lo mejor a nosotros no nos gusta, pero que tiene un trabajo y un mérito detrás. Es decir: aprendemos a valorar y respetar el esfuerzo de otros aunque a nosotros no nos guste. No es un ejercicio fácil para un menor, pero es una faceta que les será muy útil en la vida.
Aprender a mirar
Tenemos que saber respetar lo que encontremos y a los demás visitantes del museo y disfrutar sin hacer ruido para no molestar. También tenemos que aprender a mirar. ¿Cuántas veces tenemos algo delante y no lo vemos?
Hay que ver los detalles, los colores, sentir lo que te transmite y valorarlo según nuestros criterios. Podemos intentar entender qué sentía el autor cuando pintó tal obra o cuando esculpió tal escultura. Las personas muy jóvenes tienen un gran poder de percepción si les dejamos el tiempo necesario para entender lo que ven. A veces no hay ni que entenderlo, simplemente hay que sentirlo.
Los niños pueden expresarse por otros medios que no sean las palabras. A veces, un acto tan sencillo como representar un cuadro animado es un ejercicio fantástico. Observamos el cuadro y tratamos de darle vida con nuestros cuerpos y los objetos que tengamos a nuestra disposición.
No se trata solo de copiar lo que hay en el cuadro. Hay que transmitir sentimientos, y eso no es tan fácil. Es como traducir una obra a otro formato conservando la esencia de lo nos aporta esa obra.
Juegos posibles
En el museo también se puede jugar. Podemos encontrar la palabra del día entre los textos que describen los cuadros. Podemos identificar en los textos escritos las palabras que hemos aprendido esa semana en el aula.
O jugar a elegir el cuadro que más nos guste y tratar de explicar por qué nos gusta ese más que los demás. Es un ejercicio de crítica y defensa de las opiniones propias que viene muy bien desde pequeño, pero también nos dice mucho de cómo se encuentra esa persona. Podemos descubrir cosas de nuestros pequeños que no sabíamos a través de este ejercicio.
Podemos, tanto las familias como los docentes, sacarle todo el partido que queramos. Lo importante es que se encuentren a gusto y que disfruten de esa visita al museo.
El museo debe de ser una puerta abierta al conocimiento, guardián de la cultura que nos rodea y a veces escaparate a otras culturas. Es nuestra historia recogida entre paredes para preservarla y que no quede en el olvido.
Es, en resumen, un elemento más al que debemos recurrir en ese largo camino que es la educación.
*Inés Lareo Martín es profesora de didáctica de lenguas extranjeras, Universidade de Vigo.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.
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