En los años 1956 y 1957, 12 prisioneros de guerra norcoreanos llegaron a la Argentina. Kim Kwan Ok fue uno de ellos: tenía 27 años cuando arribó sin conocer el idioma español ni casi nada sobre la Argentina. “¡Únicamente la vi en el mapa!”, dice hoy, a punto de cumplir 89 años. “Nunca pensé en llegar acá... ¡Corea del Norte, usted sabe qué lejos está!”.
Como él, también los otros 11 norcoreanos eran muy jóvenes y venían de pasar un tiempo en el frente de batalla de la Guerra de Corea (1950-1953) y otro en el enorme campo de prisioneros de Geoje-do, en las inmediaciones de la ciudad de Busan.
La paz nunca se acordó y técnicamente las dos Coreas siguen en guerra hasta hoy, pero cuando se firmó un cese de fuego, la repatriación de miles de prisioneros (entre los que también había soldados chinos) fue uno de los puntos más delicados. Una comisión formada por naciones neutrales, con India a la cabeza, supervisó el regreso de 83.000 norcoreanos hacia el Norte y el asentamiento de otros 22.000 en el Sur. Una minoría de 88, compuesta por 76 norcoreanos y 12 chinos, prefirió emigrar. Muchos quisieron ir a Estados Unidos, pero como no era un país neutral, no pudieron. Quisieron probar en México, para viajar luego hacia el norte. Pero México no abrió sus puertas.
En cambio, Argentina y Brasil sí lo hicieron.
“Brasil me parecía muy caluroso y por eso elegí Argentina”, dice el señor Kim.
Antes de llegar a la Argentina, él y los demás fueron enviados a la India, adonde pasaron otros tres años en un nuevo campo de prisioneros en Madras (ahora Chennai); sin embargo, podían deambular por la ciudad con menos restricciones que en Geoje-do. Allí el señor Kim aprendió el oficio de criador de pollos y el de fotógrafo.
“El viaje a la Argentina fue en avión”, dice. “En ese momento, era un avión de cuatro motores a hélice. India, Suiza, Francia, España, África, Montevideo, Buenos Aires: bastante largo el viaje. La única parada de varios días fue en Francia, pero como éramos de un país comunista no nos dejaron salir. Tres días vivimos en el aeropuerto. Ni siquiera en un hotel”.
Venir a Argentina fue una odisea para esos 12 emigrantes que ya nunca más volvieron a ver a su familia. Corea del Norte se convirtió en el territorio más cerrado del mundo: sus fronteras están ultravigiladas.
Ese país está tan lejos de Argentina que en 2017, cuando parecía que el líder Kim Jong-un y el Presidente Donald Trump desatarían una guerra nuclear, Mar del Plata fue señalada como el sitio más seguro del planeta porque era el más apartado de Pyongyang.
La comunidad coreana en Argentina
Como sea, los 12 prisioneros aquí se convirtieron en pioneros de una comunidad que comenzaría a formarse oficialmente casi diez años más tarde, cuando Argentina y Corea del Sur firmaron un acuerdo intergubernamental para promover la inmigración. En 1965, un grupo de trece familias se asentó en Choele Choel, en la provincia de Río Negro, y se convirtió en el primer contingente. El señor Kim, que las recibió, fue también el primer director de la Asociación Coreana Argentina.
La comunidad coreana alcanzó un máximo de unas 50.000 personas en 1996; desde entonces, mucha gente se ha ido. Hoy hay 20.000 personas: muchas se destacan en el comercio, en la industria, en la cultura y en la gastronomía.
Contar el cuento
Conocemos la historia del señor Kim gracias a Lee Kyo Bum, otro inmigrante como él, que la escribió en La historia de la emigración coreana en la Argentina, un libro publicado por la editorial Sunyoungsa en Seúl, en 1990 (su título original, en coreano, es levemente distinto y podría traducirse como “La inmigración coreana en Argentina”). Allí se cuenta la odisea, hoy casi olvidada, de los doce prisioneros norcoreanos que llegaron a Argentina luego de la guerra.
“En la Argentina, Lee Kyo Bum escribía todos los días”, dice Christina H. Lee, que se crio con él y con su familia en el barrio de Flores, y que ahora es una profesora de la Universidad de Princeton. “Estaba muy preocupado por legar al futuro la historia de la inmigración coreana y le interesaba mucho la cuestión de la integración”.
Lee Kyo Bum nació en 1922 cerca de Seúl y estudió Historia en una universidad de Tokio, aunque nunca se graduó. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, fue reclutado en el ejército japonés y enviado a combatir a Manchuria. En algún momento, escapó del ejército. Como los japoneses habían ocupado cruelmente Corea durante varias décadas, Lee Kyo Bum se unió a los chinos.
“Luego de la victoria, pensó que los chinos lo dejarían regresar a Corea, pero, en cambio, fue enviado a un campo de reeducación comunista donde vio unas matanzas y una crueldad que en la guerra no había conocido”, dice su nieta, Christina H. Lee. También escapó de ese campo de reeducación: Lee Kyo Bum atravesó varias provincias y por fin volvió a Seúl. La Guerra de Corea comenzaría en poco tiempo, pero esta vez él no lucharía.
Los años pasaron y en agosto de 1977 emigró a la Argentina. Dejó Corea del Sur porque uno de sus cuatro hijos estaba participando demasiado activamente en la nueva política progresista que se oponía al Presidente Park Chung-hee, el hombre que dirigía el despegue económico del lado capitalista coreano. Oponerse a Park no era algo gratuito en los años setenta, cuando las dos Coreas vivían bajo la tensa influencia de Estados Unidos, la Unión Soviética y China. El padre consideró que existía un peligro real de que su hijo fuera encarcelado o incluso asesinado. Y como en los años setenta la comunidad coreana ya estaba organizada en la Argentina y había facilidades para la inmigración, Lee Kyo Bum decidió que viviría aquí con su familia.
“En esa época, los coreanos que venían a la Argentina eran gente que buscaba más oportunidades; sabía que éste era un país con mucha tierra, y no más”, dice Christina H. Lee.
Su abuelo se pasaba el día escribiendo y pensando, y tenía discípulos entre los coreanos en la Argentina. “Su libro sobre la comunidad coreana le llevó mucho tiempo: unos cinco años”, dice su nieta. “Viajó también a Brasil y a Japón para buscar precedentes de la inmigración coreana”. Lee Kyo Bum, que también fue director de la Asociación Coreana Argentina, tenía la idea de que la inmigración coreana debía llegar a integrarse tanto como la italiana.
Pero con los años, la familia Lee se dispersó y uno solo de los cuatro hijos vive aún en la Argentina. Los demás están repartidos entre Corea y Estados Unidos. Él mismo volvió a Seúl, adonde quería morir. Su nieta lo visitó allí y luego viajó en 2011 a su funeral, que fue al estilo tradicional y duró varios días. Ella cree que si no fuera por todo lo que su abuelo la estimuló, jamás habría llegado a Princeton.
Adenda: en busca de los 12 prisioneros
La Guerra de Corea es un problema en tiempo presente: las familias divididas, como la del señor Kim, se han repartido a lo largo del mundo. Y mientras no puedan recuperar contacto, el crimen de su partición continúa vivo.
Los 12 prisioneros coreanos que llegaron a Argentina en 1956 y en 1957 son:
- Lim Ik Kan
- Han Yong Mo
- Park Chang Kun
- Park Sang Shin
- Hong Il Sob
- Jang Ki Doo
- Jung Jung Hee
- Kim Kwan Ok
- Jung Choo Won
- Cho Chol Hee
- Son Jae Ha
- Lee Cho Kyun
Contar la historia completa de ellos nos permitirá comprender mejor de qué se trata el conflicto que protagoniza Kim Jong-un, que nos puede parecer extraño o lejano, pero que en realidad está mucho más cerca de lo que creemos.
Ayudanos a encontrar a los 12 inmigrantes coreanos, aquellos hombres que cambiaron su destino de prisioneros y que en Argentina se convirtieron en pioneros de una comunidad esforzada y pujante.
Si sabés algo de ellos o de sus descendientes, por favor escribinos a javiersinay@redaccion.com.ar
Queremos saber más.
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Ésta es la segunda nota sobre los prisioneros norcoreanos que llegaron a la Argentina en 1956 y 1957. Leé aquí la historia completa de Kim Kwan Ok.