“La vida solo dura lo que dura un pensamiento”, dice Borges en una nueva novela, una suerte de road movie que lo tiene por protagonista. Borges y yo, del escritor estadounidense Jay Parini, es para algunos el libro del año y cuenta un viaje que Parini hizo conduciendo a Borges a través de Escocia. “Borges era su propio universo”, afirma el autor en esta entrevista.
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No sé si alguna vez Borges fue el protagonista de una historia que no sea alguno de sus cuentos o una de las biografías que le han dedicado. Pero estoy seguro de que Borges nunca fue narrado de un modo tan vívido —cálido y a la vez provocador— como en Borges y yo, de Jay Parini (original del estado de Vermont; profesor de literatura, poeta, novelista, biógrafo de William Faulkner y de Gore Vidal). Escribe Parini: “Me gustaba la libertad con la que [Borges] asociaba, cómo saltaba, como un mono en la jungla, de una rama a otra de sus elevados pensamientos”.
La historia es así: Parini conoció a Borges en 1971, en Escocia; por entonces, él era un estudiante de posgrado que había dejado Estados Unidos para evitar ser reclutado y enviado a Vietnam. Borges ya era un escritor consagrado, y había ido a Edimburgo a hablar con su traductor, Alastair Reid, quien era el tutor académico del joven Parini. Y el asunto es que Reid tuvo que marcharse de la ciudad por una emergencia y dejó a Borges al cuidado de Parini, que no sabía nada de él.
“Era un hombre encantador”, me dice Parini ahora en una entrevista vía Zoom. “Le gustaba hacer chistes constantemente. Y citaba todo el tiempo, se citaba a sí mismo y a sus autores favoritos: Robert Louis Stevenson, Shakespeare, Burns, G.K. Chesterton, Kipling”.
A ese encuentro le siguió un viaje en un auto Mini Morris, con Parini al volante, hasta las Tierras Altas escocesas, que Borges insistía en conocer. Y, por supuesto, Borges —un hombre abstracto pero curioso, que se perdía, según escribe Parini, en “los amplios aposentos de su mente” y que a veces pasaba por ser “un literato chiflado”— hizo el papel de Sócrates y dejó una marca en la vida del otro. Una marca que ahora, 50 años más tarde, adquiere la forma de este libro, que es un libro sobre la juventud y la vejez, el amor y la melancolía, lo leído y lo vivido.
? María Kodama está que trina y envió una carta de lectores al Times Literary Supplement, donde salió una reseña que aporta polémica al libro.
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En Borges y yo, Borges le dice al joven Parini: “Qué íntimo es el beso en la boca. Qué actividad peculiar, aunque maravillosa. ¿No le parece? Tómelo como costumbre, es el único consejo que le puedo dar”. Creo que ningún argentino se hubiera animado a escribir que Borges era un consejero amoroso o también pudo ser, una noche en un motel de Escocia, “un hombre de ridículo piyama de satén amarillo y olor a sudor agrio, pis y lociones desconocidas”. Pero Jay Parini fue quien, de joven, recibió esos consejos.
¿Es real que te dio ese y otros consejos de amor?
¡Sí! [se ríe] Fue más que nada un chiste, pero me dio esos consejos. Me dijo: “Un hombre como usted debe tener una novia”, y yo le respondí: “Desearía tener una... aún soy virgen”. Dijo: “¡¿Qué?! Le daré algunos consejos”. “Bien”, respondí.
Este es un Borges absolutamente vivo. ¿Cuál fue tu técnica para construir el personaje?
Utilicé mis recuerdos, leí todas las biografías que hay en inglés, escuché muchas entrevistas de Borges y, por supuesto, leí sus libros muchas veces. El diálogo de él en el libro está inventado, recreado al estilo de como hablaba, por eso yo defino a este libro como una novela. Pero basada en mi encuentro con él.
Por cierto, ¿va a haber una película de Borges y yo?
Sí, primero yo escribí el guión y luego el libro, casi al mismo tiempo. La película aún no se rodó, está demorada por la pandemia. No hemos hecho el casting. Anthony Hopkins podría hacer de Borges, depende de su agenda, pero mi actor favorito para Borges sería Ricardo Darín. Sólo vi extractos de sus películas y me pareció muy bueno. Creo que él podría hacerlo mejor que Hopkins, pero bueno, no sé... Sería fantástico. Borges nunca fue actuado en el cine.
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“Lo de mear contra la rueda era un comportamiento habitual en Borges”. Este tipo de descripciones ha enfurecido a María Kodama, que dijo que tomará acciones…
Sí. No me interesa ni me preocupa. María Kodama puede tener sus recuerdos de Borges y yo los míos. Es gracioso que [en la carta de lectores] ella diga: “Este libro no es real, debe ser leído como ficción”, porque a eso yo le respondo: “Este libro es real, debe ser leído como ficción”.
Y se trata de un debate más amplio: qué es ficción, qué es no ficción, qué es memoria…
Borges fue el maestro del acto de teorizar acerca de qué es ficción y qué es no ficción. Él fue el escritor que cruzó primero aquella frontera, por eso en este libro yo quise ser borgeano, quise cruzar límites sin preocuparme por realidad o ficción, sino por contar una historia.
El mismo Borges te había puesto a vos como un personaje en un cuento. ¿Cómo fue eso?
Es verdad. Le envié a Borges mi primer libro de poemas luego de que volvió a la Argentina. Y él me respondió algún tiempo más tarde enviándome un libro suyo donde aparezco como un personaje en el cuento “Gradus Ad Parnassum” de Crónicas de Bustos Domecq. Era una nueva traducción al inglés en 1976, y en la historia me nombra y señala con ironía que soy “el eminente profesor de Dartmouth”, donde yo daba clases. Y me cita como autor de un artículo sobre Ginsberg en The New York Review of Books que, por supuesto, nunca escribí. Mis amigos se reían y me decían: “¡Borges te convirtió en un personaje de ficción!”. Él hizo eso conmigo mucho tiempo antes de que yo lo convirtiera a él, también, en un personaje de ficción. De muchas maneras, mi libro es una respuesta a su cuento. Es como un chiste entre nosotros.
Y el libro narra un viaje de una semana con Borges, pero eso no fue tan así. ¿Cuántos viajes en verdad hiciste con él?
Dos. El primero fue al sur de Saint Andrews, hacia el Lago Ness y la biblioteca Carnegie. Otro día lo llevé de ida y vuelta a Inverness. Yo soy el primero en admitir que mi conocimiento personal de Borges fue muy breve. Este libro no busca revelar a un Borges real... de alguna manera, es un libro más sobre mí que sobre Borges. Otra figura importante de mi libro es Aleister Reid, un gran traductor y un hombre bohemio. Y está el asunto de la guerra de Vietnam, a la que yo me rehusé.
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¿Hablaste con Borges sobre la guerra de Vietnam?
Sí. Él no tenía una opinión demasiado fuerte. Estaba como conflictuado. Por un lado, tenía una idea heroica sobre el lugar de su familia en la historia argentina; por otro, estaba muy en contra de Perón. Así que creo que tenía sentimientos encontrados respecto de la guerra.
¿Cómo es que tuviste la inteligencia para no ir a la guerra?
Yo tenía pánico de ir. Y conocí a un tipo que estudiaba en Escocia y me dijo: “¿Por qué no vas a estudiar ahí? Vas a estar seguro”. En esos días no había bases de datos poderosas. Yo era un activista y estaba en contra de la guerra de Vietnam, y en contra de estas guerras imperialistas que Estados Unidos hace viajando largas distancias y desconociendo el territorio. El mismo problema que tuvimos en Irak y en Afganistán. Pienso constantemente en estas guerras y en el rol de Estados Unidos: mira el daño que hacemos adonde quiera que vayamos. Me gustaría ver a los soldados ayudando a la gente, no matándola. La mayoría de los estadounidenses no quieren a sus tropas en países extranjeros, sino de regreso en casa.
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¿Cómo es leer a Borges en el siglo XXI?
Para mí, lo único que ha hecho fue crecer. Cada vez que leo sus cuentos, y los leí muchas veces, me impresiono del poder que tienen. Mi favorito es “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, y luego muchos otros. Uso “Pierre Menard, autor del Quijote” en mis clases. Es interesante dar clases sobre Borges: sus obsesiones con los laberintos, las bibliotecas, el doble... Tiene pocas técnicas e imágenes pero las usa una y otra vez, y tiene una voz difícil de imitar, erudita, maravillosa. Borges es su propio universo: en sus manos no hay distinción entre filosofía y narrativa.
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Silvina Ocampo, Manuel Puig, Ernesto Sábato, Julio Cortázar...
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Y antes de despedirnos, una curiosidad borgeana: El Aleph es el libro más traducido de la Argentina. Lo podés leer en más de 25 idiomas, según este mapa ??que indica cuál es el libro más traducido de cada país.
Bueno... por ahora lo dejamos acá. Podemos seguir la conversación por mail [sieteparrafos@redaccion.com.ar] o en las redes [@redaccioncomar]. Y también podés contactarme en Twitter [@sinaysinay].
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Nos vemos,
Javier