Ya hace tiempo que los economistas sabemos de la existencia de la economía de las constelaciones. Es decir, de un mundo en el que personas y empresas con habilidades especiales –no siempre ganadas con esfuerzo, mérito y competitividad– dominan cuotas crecientes del poder de mercado.
También sabemos que, con la transformación digital, los efectos de red y plataforma (es decir, la capacidad para generar valor a través de la conexión entre un número creciente de usuarios) dominan los modelos de negocio y la ventaja competitiva de las empresas digitalizadas.
Estos dos fenómenos se han interrelacionado hasta el punto de que, en la mayoría de los sectores de la economía, unas pocas empresas dominan el negocio. Se calcula que hay en el mundo 400 grandes empresas superestrellas, globales y digitalizadas, que ejercen un poder de mercado de tal magnitud que supera ampliamente el ámbito económico y extiende peligrosamente sus conexiones al ámbito político e institucional.
Ahora que acabamos de pasar la semana de Sant Jordi, tengo una recomendación para los escépticos: lean La paradoja del beneficio, el último y excelente libro de Jan Eeckhout, uno de los más prestigiosos economistas académicos del mundo en temas de poder de mercado.
Estrellas súperpoderosas
De lo que ya no éramos tan conscientes los economistas, y sobre lo cual quiero llamar la atención en este artículo, es sobre la posibilidad de que la irrupción de una nueva oleada digital lleve a las superestrellas y al poder de mercado hacia un nuevo mundo virtual, sin límites.
En la economía de los datos masivos y la inteligencia artificial, los rendimientos crecientes del tamaño están dando un salto cuántico. Si los datos y el valor de predicción son el petróleo del siglo XXI, cuantos más datos obtengan y procesen las empresas, mejores algoritmos y mejores predicciones podrán realizar, lo que redundará, a su vez, en más eficiencia y poder de mercado.
Shoshana Zuboff, profesora emérita de Harvard, plantea en su obra La era del capitalismo de la vigilancia que se ha puesto en marcha un círculo vicioso de modificación de la conducta a través de los llamados mercados de futuros conductuales, en los que se venden predicciones desde sobre el comportamiento de los ciudadanos hasta sobre la producción de bienes y servicios. Si no hacemos nada, al final solo habrá unas pocas empresas ejerciendo un dominio de mercado y una influencia política poco compatible con una verdadera democracia económica y política, digitalizada y representativa.
Innovación destructiva
Alguien podría pensar que esta dinámica de concentración podría llegar a ser beneficiosa para el empleo. ¿Cuál es el peligro para la creación de empleos de calidad que 400 empresas globales, digitalizadas y supereficientes dominen los mercados? ¿Por qué preocuparse por los efectos de la innovación tecnológica y la destrucción creativa? Al fin y al cabo, ¿no es la transformación digital el motor de la eficiencia, el crecimiento económico, el empleo y la prosperidad material de las personas? Bueno, a tenor de los datos más recientes, los investigadores de la transformación digital ya no estamos tan seguros de ello.
Hemos comprobado que esta segunda oleada digital, basada principalmente en la inteligencia artificial, está impulsando aumentos de productividad, empleo y bienestar en muchas empresas y ramas de actividad, especialmente cuando funcionan las relaciones de complementariedad con el capital humano y la innovación organizativa.
Al mismo tiempo, otras personas, empresas y sectores están quedando desplazados por la destrucción creativa. Muchos piensan que con la capacitación adecuada y las capacidades necesarias en las empresas, los puestos de trabajo perdidos serán compensados con más emprendimiento, innovación y dinamismo económico que creará la IA. Sin embargo, algo está fallando.
Contrariamente a las opiniones comunes, la investigación reciente nos dice que, en esta época digital, el emprendimiento va a la baja, que la destrucción creativa no es lo suficientemente dinámica, que las superestrellas utilizan la innovación sobre todo en términos defensivos y de protección, o para ampliar su poder de mercado (a lo que llamo creación destructiva), que la movilidad laboral desciende y que el crecimiento económico ya hace tiempo que tiene muchos problemas para mantener ritmos de avance sostenido.
Todo, en un contexto de consolidación de una insoportable desigualdad laboral y social. En este último registro, están apareciendo nuevas e insospechadas formas de discriminación como la divergencia entre empresas, nuevas formas de fatiga o aislamiento social en el trabajo digitalizado, o el advenimiento de un nuevo océano de problemas de salud vinculados con la nueva obsesión del siglo XXI: una creciente adicción social a experiencias efímeras, datificadas y digitalizadas.
Digitalización peligrosa
Así, en el luminoso mundo de las pantallas no es oro todo lo que reluce. Todo parece indicar que nos encaminamos hacia una especie de capitalismo asimétrico, en el que la simbiosis entre transformación digital-artificial y poder de mercado podría generar un amplio y persistente entramado de dificultades,, empezando por todo tipo de discriminaciones y desigualdades en el empleo.
Los peligros van mucho más allá de las típicas advertencias sobre la necesidad de modular el cambio, formar a las personas o capacitar dinámicamente a las empresas. Habrá que reorganizar el capitalismo digitalizado de las empresas a favor de un capitalismo digitalizado de los intercambios con propósito, aunque no siempre a través de mercados competitivos.
En la nueva sociedad digital de mercado habrá que proteger a la digitalización del principal agente digitalizado: la gran corporación superestrella con un inmenso poder de mercado. Va siendo hora de digitalizar a la teoría del valor y las políticas de competencia.
Joan Torrent-Sellens, Catedrático de Economía, Estudios de Economía y Empresa, UOC - Universitat Oberta de Catalunya
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.