Un pedazo de roca, o lo que parece un pedazo de roca, está atravesando el espacio: ¿será este el primer signo de vida inteligente más allá de la Tierra... y tendrá tan poco glamour? Avi Loeb, astrónomo de Harvard, cree que sí. Al mismo tiempo, un escritor francés imagina otro posible encuentro de conquista entre civilizaciones, y un periodista español investiga un aterrizaje ovni en la Unión Soviética para preguntarse, de fondo, por su Madrid de la infancia.
¿Cuánto sobre nosotros esconden las historias de extraterrestres?
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Oumuamua, el ovni. El 19 de octubre de 2017, desde el telescopio Pan-STARRS, emplazado en Hawaii, un grupo de astrónomos vio un extraño objeto alargado que atravesaba el espacio a 30.000.000 de kilómetros de la Tierra. Pensaron que era un cometa; luego un asteroide. Pero su órbita —describió algo así como una hipérbole que, digamos de un modo gráfico, “rebotó” contra el Sol y luego se alejó hacia los confines del universo— era tan rara que finalmente concluyeron que era un asteroide, sí, pero que nunca había estado ligado al sistema solar y que por eso podía ser considerado como un objeto interestelar: probablemente, el primer objeto interestelar que entra en el sistema solar. Le dieron el nombre de Oumuamua: «mensajero» o «explorador» en hawaiano.
El israelí-estadounidense Avi Loeb es un catedrático de astronomía de la Universidad de Harvard que publicó cuatro libros académicos y 700 papers sobre el nacimiento de las estrellas, los agujeros negros, el futuro del universo y la búsqueda de vida extraterrestre. Blasones no le faltan. Y en Extraterrestre: La humanidad ante el primer signo de vida inteligente más allá de la Tierra, su nuevo libro, desarrolla su hipótesis: Oumuamua no es un asteroide, sino un vestigio tecnológico de una civilización inteligente. Basura espacial alien.
La mayoría de los astrónomos prefirieron no seguir a Loeb y optaron por creer que Oumuamua era un objeto natural. “Los científicos han tensado hasta el límite sus teorías acerca del tamaño y la composición del objeto”, escribe Loeb en su libro. “Pero no sabemos de nada parecido que ocurra de forma natural”. El punto, para él, es este: “Cuando Oumuamua se aceleró en su camino alrededor del Sol, su trayectoria se desvió de la que cabría esperar por la mera gravedad de nuestra estrella. No había ninguna explicación obvia del motivo”.
Hace unos días, Loeb dio una conferencia de prensa. Dijo: “Quizás Oumuamua no tenía un propósito definido. Quizás formaba parte de un conjunto para la navegación, quizás fue una sonda o una boya, pero yo creo que más bien es basura espacial. Creo que igual que hacemos arqueología en la Tierra y encontramos vestigios de civilizaciones extintas, se puede hacer lo mismo en el espacio. No necesitamos que la civilización esté viva para hallar evidencias”.
Lo que es un poco decepcionante es que si esta es la presentación en sociedad de los ovnis, no vemos platos voladores ni hombrecitos verdes, sino una roca deforme.
Loeb explicó que hoy la astrobiología sí rastrea vida microbiana extraterrestre: formas relacionadas con el origen de la vida. “Es una búsqueda legitimada, pero buscar signos de vida inteligente no está en la agenda, y esa es mi queja. Nadie busca señales de vida inteligente ni hay financiación para ello y los jóvenes abandonan esa posibilidad porque el clima intelectual es hostil”. Para Loeb, muchos científicos ven amenazado el ego humano cuando escuchan esta hipótesis que plantea la posibilidad de que tal vez no seamos los más listos de este barrio llamado Universo. “Si hay miles de millones de sistemas planetarios en el universo con condiciones de habitabilidad, ya deberíamos estar convencidos de que lo más probable es que no estemos solos y deberíamos estar buscando pruebas de tecnología avanzada”.
Hoy no sabemos ciertamente qué es Oumuamua. Pero el planteo más interesante de Loeb es: astrónomos, abran la cabeza porque… I want to believe.
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El inca y el protestante. Otra forma de encuentro entre civilizaciones, más allá de nuestro desconcierto con Oumuamua, es la que se da entre nosotros los humanos. Y Laurent Binet —de quien leímos HHhH, una investigación sobre el asesinato del oficial nazi Reinhard Heydrich, y La séptima función del lenguaje, un policial sobre la muerte de Roland Barthes— presenta en Civilizaciones, su nueva novela, una idea tan arriesgada como las del astrónomo Avi Loeb: Atahualpa, el último emperador inca, desembarca en Lisboa en 1531 y conquista España y el resto de Europa, territorio al que le da tolerancia religiosa y justicia social.
“La ucronía sirve para recordarnos que lo que ya ha sucedido no se puede cambiar”, dijo Binet en una entrevista con El País, “pero también que faltó muy poco para que las cosas sucedieran de otra manera. Es un género que nos recuerda que había bifurcaciones posibles. Estoy convencido de que el capitalismo nos acabará matando a todos. Avanzamos en un tren a toda velocidad contra una pared que se acerca. La ucronía apunta que hay cambios de agujas posibles”.
Un ejemplo de Civilizaciones es el encuentro casi tragicómico (por la falta de acuerdos) entre Atahualpa y Lutero: “Atahualpa lo escuchaba en silencio […] sin que nada traicionara su incomprensión”.
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Astronautas en la Argentina. Y hablando de exploraciones espaciales, el fin de semana pasado encontré en la tweetósfera esta foto. Dice el epígrafe de Buenos Aires en el recuerdo (@BsAs_recuerdo) que el 2 de octubre de 1969 los astronautas Neil Armstrong y Edwin Collins, protagonistas junto con Michael Aldrin del primer viaje a la Luna, desfilaron por avenida Santa Fe en auto descubierto, ovacionados por los porteños desde veredas y balcones. Eran tiempos de héroes.
La visita fue parte de una gira continental. Poco después, según Télam, el gobierno de Estados Unidos le envió a todos los países que habían respaldado la misión Apolo XI una pequeña muestra del suelo de la luna. Esa pieza hoy está expuesta en el Planetario porteño. En cambio, la muestra de suelo lunar tomada por la Apolo XVII en 1972, que llegó a la Argentina en 1973, se perdió ??♂️
- Lee una crónica sobre la llegada del hombre a la Luna en MONO, la revista impresa de RED/ACCIÓN: La cabeza en la Luna y los pies también
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Tres preguntas a Daniel Utrilla. Periodista español, durante once años fue corresponsal en Moscú y ahora volvió al territorio, fascinado con una historia de 1989, cuando en Voronezh unos niños dijeron haber visto aterrizar una esfera de luz de la que emergieron unos humanoides con tres ojos. De eso va su libro Mi ovni de la perestroika: Un viaje al corazón de Rusia tras la noticia más extraterrestre de la Historia.
- ¿Por qué decidiste dedicarle un libro al episodio ovni de Voronezh?
Aun a riesgo de que suene algo místico, diré que tengo la absoluta certeza que yo no decidí escribir este libro, sino que fue el libro el que decidió que lo escribiera. La semilla de este libro anidaba dentro de mí desde niño. El 9 de octubre de 1989, justo un mes antes de la caída del Muro de Berlín, vi con doce años cómo el informativo de Televisión Española daba la noticia. Aquello me conmocionó como solo conmocionan estas cosas a los niños. Ahí empezó a gestarse mi libro, porque se da la circunstancia de que en algunos dibujos del ovni de Vorónezh que hicieron aquellos niños rusos en 1989 aparecía un signo, una especie de hache tachada con una raya vertical, el símbolo del planeta UMMO, que dio origen al caso ufológico más desconcertante y disparatado en la España de los años 60 y 70, cuando un grupo de investigadores recibió cientos de cartas de los supuestos ummitas. Si hay una imagen que ilustra el caso UMMO es la serie de fotografías del ovni que en 1967 “sobrevoló” los castillos de San José de Valderas, al sur de Madrid. San José de Valderas es el barrio donde pasé mi infancia, adolescencia y primera juventud antes de instalarme en Rusia, donde llevo más de 20 años. O sea, que naciendo donde nací y viviendo donde vivo, no podía no escribir este libro. Durante tres años, Voronezh se convirtió en una obsesión: me lancé a la búsqueda de aquellos niños, cuarentones ya como yo, para atrapar en sus pupilas el ovni, mi ovni.
- Vistos desde Occidente, ¿son los rusos una especie de extraterrestres?
No va muy desencaminada esa comparación irónica. En los años 50, el propio Jung emparentó los platillos volantes, en un nivel subconsciente, con la silenciosa amenaza que durante la Guerra Fría representaban los soviéticos. En general, Rusia siempre ha sido un mundo ignoto para Occidente, y creo que ahí radica la incomprensión y el choque geopolítico que aún vemos a día de hoy. Por otra parte, el cine de Hollywood ha actuado como espejo deformante. O sea, no es que no conozcamos a los rusos, sino que los conocemos al revés de como son. Los conocemos mal. Los rusos son un pueblo orgulloso, sentimental, alegre, vital, místico, apasionado, desconcertante, impulsivo, melancólico, supersticioso, sensible a todo lo artístico... Esa combinación los convierte en personas muy atractivas para los occidentales provenientes de “la Europa tranquila”, como ha quedado reflejado en libros de muchos escritores y viajeros. Sin embargo, la imagen del cine norteamericano los simplificó y los convirtió en seres inexpresivos, sin alma, robóticos y malvados en esencia. Véase Rocky IV. En mi libro intento echar abajo esta imagen con el mismo entusiasmo con el que los alemanes del Este echaron abajo el Muro de Berlín. Lo estamos viendo también ahora con la vacuna Sputnik-V. Cuando Rusia anunció su registro, muchas voces autorizadas se mofaron en Occidente, desacreditándola. Solo ahora, después de que la revista The Lancet le haya dado el visto bueno, aceptan a regañadientes la eficacia del remedio.
- ¿Qué libros sobre ovnis recomendás?
Como pasa con Rusia, creo que el contacto más gratificante con los extraterrestres es aquel que se produce vía literaria. Recomiendo La guerra de los mundos, de H.G. Wells, la piedra fundacional del género, y también el clásico soviético Aelita, publicada por Alexei Tolstoi en 1922, en el que se narra un viaje a Marte protagonizado por dos bolcheviques con la revolución interplanetaria como telón de fondo. También recomiendo Sin noticias de Gurb, de Eduardo Mendoza, el libro más extraterrestre de la literatura española, donde se cuenta con derroche de humor la visita de una pareja de extraterrestres a la Barcelona preolímpica. Y, por supuesto, las Crónicas marcianas de Ray Bradbury. Vaya por delante que no soy ufólogo. Soy un periodista, un escritor, que se ha puesto el disfraz de investigador de lo paranormal para rastrear las huellas de la noticia del ovni de Voronezh.
Espero que hayas pasado un buen Día de San Valentín o Anti-San-Valentín. La semana pasada, SIE7E PÁRRAFOS estuvo dedicado a eso. Y nos preguntamos: ¿qué libros de amor cotidiano, ¡no cursis!, se podrían recomendar?
María Gabriela Losso, una lectora, dejó los suyos:
“García Márquez. Todo. Fue mi primer amor literario. Ya no se lee, pero habla de amor. Y no sé por qué sólo se me ocurren dos libros de desamor, aunque sea otra cara de la misma moneda: La ilusión de los mamíferos, de Julián Lopez; y La única historia, de Julian Barnes. No recuerdo haber leído algo de amor como estos dos libros”.
¡A leerlos! ¡Gracias!
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