—No todos los trabajadores de la psicología son considerados esenciales y muchos solo pueden atender por videollamadas. ¿Es una complicación para algunos pacientes?
—Lamentablemente, es así. La psicología no está comprendida como una actividad esencial y por el momento solo se están pudiendo hacer teleterapias, sin ningún tipo de marco normativo ni apoyo para los profesionales. Sólo las instituciones que tienen servicios de emergencias y en dispositivos de tipo cerrado (internaciones) cuentan con psicólogos. Esto es una gran paradoja porque esta pandemia presenta grandes problemas para la salud mental. Hay pacientes que debieron suspender sus terapias. La vulnerabilidad por la incertidumbre genera síntomas como ansiedad y angustia, que pueden llegar a cuadros depresivos y ansiedad, y ni hablar de patologías preexistentes. Y las personas incluidas en las actividades esenciales necesitan soporte o asistencia. Por eso, los psicólogos son una pieza fundamental en el equipo interdisciplinario de salud mental, y por lo tanto deberían poder trabajar a la par en los equipos de salud.
—El aislamiento obligatorio, en los lugares donde rige, o las políticas de distanciamiento, ¿complican o hacen que se interrumpan tratamientos psicológico y psiquiátricos?
—Sí. Hay pacientes que debieron suspender sus terapias, sin mediar ningún tipo de análisis sobre la gravedad de lo que padecían. Esto genera aún más vulnerabilidad en ellos. Pacientes con trastornos de ansiedad, pánico o trastornos depresivos, por ejemplo, necesitan desarrollar su terapéutica con acompañamiento profesional. Personas con patologías con una complejidad distinta, con requerimientos de asistencia y supervisión para actividades básicas de la vida diaria, como pacientes con Alzheimer, trastornos neurocognitivos, del espectro de la esquizofrenia y otros trastornos psicóticos, la están pasando aún peor. También sus familiares. Debemos contemplar la gravedad de estas circunstancias y abordarlas con la asistencia que requieren. Lamentablemente y como siempre, los sectores sociales marginados son los que más lo padecen.
—Sos coordinador de guardia del Hospital Borda y pasás muchas horas ahí. Entiendo que en mayo tuvieron un primer caso de COVID-19 y ese paciente fue derivado a otro hospital. ¿Cómo impacta la pandemia en un hospital psiquiátrico que tiene atenciones ambulatorias e internaciones?
—Se han complejizado los formatos de trabajo en todos los dispositivos (consultorios externos, internaciones, guardia) del hospital. Si bien en mayo tuvimos el primer caso, de ahí en más se han sucedido varios casos positivos más. En cada circunstancia se han ido adaptado los servicios para proteger a pacientes y profesionales. La afluencia de pacientes es mucho menor y se otorgan turnos más espaciados. Se da medicación por más tiempo, lo que implica mayores riesgos también. Actualmente tenemos muchos servicios en aislamiento y en cuarentena, de acuerdo a donde aparecieron los nuevos casos. Hay también un pabellón específico para que pacientes COVID-19 positivos asintomáticos o leves con trastornos en salud mental puedan ser atendidos en el dispositivo de internación.
Primer censo de salud mental: hay 12 mil personas internadas
—Muchas personas en tratamiento no pueden cumplir el aislamiento, no lo entienden. Entiendo que muchos "rompen" ese aislamiento o distanciamiento y a veces terminan detenidos durante lo que va de la pandemia.
—En efecto, siempre decimos que a diferencia de los pacientes del resto de las especialidades, “nuestros pacientes caminan”. Muchos tienen alterada la conciencia de realidad y su capacidad de autocuidado: entran y salen del hospital, a veces duermen en las calles y son traídos por la policía. Algunos vuelven intoxicados por alcohol u otras sustancias tóxicas fáciles de adquirir. Esto nos ocurre con mucha frecuencia en la guardia, y cuando se suman conductas disruptivas de tipo delictivo, tenemos que hacer psicoeducación y psicoprofilaxis a personal de seguridad. Otro fenómeno que se está dado, es que personas que están privadas de la libertad en las distintas comisarías del AMBA y con tratamientos, son traídas a la guardia para evaluación, ya que no se cuenta con profesionales para tal fin.
—La última pregunta es sobre un tema menos "urgente" pero muy importante. La ley de salud mental, que tiene más de 10 años, propone pasar de un modelo manicomial hacia uno centrado en la comunidad. Es decir, reemplazar los manicomios en una red de salud mental con base comunitaria. ¿Es factible cumplir la ley sin dejar en la calle a pacientes que no tienen familia? ¿Qué es lo primero en lo que hay que trabajar para avanzar en el cumplimiento de la ley?
—Considero humildemente imposible llevar a cabo lo propuesta de la Ley 26.657 con la red de salud mental con la que contamos en la actualidad. Y esto se debe a muchos factores: la falta de inversión en salud mental y de políticas que estimulen y adapten los dispositivos para tal fin, pero también a una importante falta de interés social y cultural en la salud mental, con alto grado de estigmatización social que agravan la posición del paciente como sujeto social. En esto tenemos un alto grado de responsabilidad los profesionales de salud mental. Muchos se resisten aún a abandonar el modelo médico hegemónico, y muchas prácticas manicomiales (paternalismo, tratamientos centrados en la medicación, internaciones prolongadas) sostienen una posición inflexible por falta de interés en los nuevos aprendizajes y formas de trabajo, inter y transdisciplinarias.
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