Eman y Zeban, la pareja que escapó de la guerra en Siria y ahora hace barbijos para el Hospital de Niños de Tandil- RED/ACCIÓN

Eman y Zeban, la pareja que escapó de la guerra en Siria y ahora hace barbijos para el Hospital de Niños de Tandil

 Una iniciativa de Dircoms + RED/ACCION

Dejaron Alepo por el conflicto civil y llegaron a la Argentina con el apoyo del Estado y de una iglesia evangélica. En plena crisis sanitaria, quisieron devolver la ayuda recibida: aprovecharon el taller de ropa que tienen en Tandil para hacer barbijos y batas para los médicos, enfermeros y camilleros.

Eman y Zeban, la pareja que escapó de la guerra en Siria y ahora hace barbijos para el Hospital de Niños de Tandil

Intervención: Pablo Domrose

Después de 2 años, Zeban dijo: “No puedo más”. Entre 2011 y 2013, este sastre sirio (por entonces de 37 años) y su esposa Eman (24 en aquel momento) habían visto de cerca, desde su casa de Alepo, los horrores de la guerra que se libraba en su país.

“Escuchábamos bombas de zonas cercanas, en nuestra calle murió gente”, recuerdan. Aunque tenían cierta comodidad económica –con un próspero taller donde él hacía vestidos de fiesta y una bonita casa– ambos miraron a Mido (tenía 3 años) y Lulú (una bebé de algunos meses), sus hijas, y entendieron que ellas no podían seguir creciendo entre tanto peligro.

Más de 7 años después, Zeban (que suele pronunciarse “Divan”, al menos para los occidentales), e Eman (se pronuncia “Imán”) viven en Tandil. Y aunque ya no escuchan bombas, en días de coronavirus sí palpan el peligro, sienten de cerca el sufrimiento. “Esta es una guerra más difícil, porque es contra un enemigo invisible”, dice ella. Ambos, movidos por la empatía, ponen hoy su grano de arena para vencerlo.

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Zeban junto a sus hijas Midu y Lulú cuando todavía vivían en Siria.

El plan de Zeban e Eman en ese 2013 era viajar junto a sus hijas al Líbano, donde ambos tenían parientes. Zeban dejaría a las tres mujeres y volvería a Siria a trabajar en su taller, del cual temía le robaran. Cuando el peligro mermara, llevaría a su familia de regreso.

Con una valija pequeña subieron a un bus que debía dejarlos en 3 horas en la frontera. Pero la ruta se desvió varias veces “para evitar gente mala”. El viaje duró 17 horas.

En el Líbano, los planes cambiaron. “Yo quería volver a mi negocio, mi casa. Pero después de una noche de dormir tranquilo, de no escuchar bombas ni aviones, ya no podés volver”, recuerda Zeban.

La familia se instaló en Trípoli, donde Zeban trabajó al mismo tiempo en 3 lugares: por la mañana en un negocio de indumentaria femenina, por la tarde en uno de arreglos de ropa y en la noche hacía cortinas.

Pero la guerra se había extendido hasta Trípoli, donde las calles comenzaron a ser cortadas cada vez más seguido. Se mudaron a Beirut, a la casa de la madre de Zeban. En esa vivienda de dos ambientes convivieron con otros familiares: eran 14 personas.

Muchos sirios habían llegado al Líbano escapando de la guerra. Y asistirlos se había convertido en la misión de una iglesia evangélica de Beirut. Un pastor que conocía a la madre de Zeban se interiorizó de la situación y les acercó colchones: hasta entonces dormían en el piso.

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Un festejo de cumpleaños cuando ya estaban radicados en Tandil.

“Aceptamos un desafío grande”, dice Daniel Delavanso, pastor de la Iglesia Peniel, una congregación evangélica de Tandil. El desafío del que habla fue el de apoyar la llegada de dos familias de refugiados sirios, en alianza con la organización mundial Juventud Con Una Misión (JUCUM).

En Argentina, JUCUM trabaja con el Programa Siria, un plan del gobierno nacional surgido en 2014 para traer a quienes escapaban de la guerra del país de Oriente Medio, y que cuenta con el apoyo de la ONU.

Daniel, en nombre de Peniel, se ofreció como “llamante” o “patrocinador”, una figura que en el modelo de patrocinio comunitario implica el compromiso de apoyar (logística y económicamente) la llegada e integración de las familias sirias a la sociedad argentina durante un año.  

El Estado, por su parte, se encarga de los visados humanitarios y de los vuelos para traer a los sirios, quienes previamente deben estar anotados en el registro de ACNUR (la agencia de la ONU para los refugiados).

Desde la creación del programa, 259 sirios llegaron como refugiados a la Argentina. Uno de ellos fue Eddy, cuya historia contamos en esta nota. Los sirios son hoy el segundo grupo más grande de refugiados en el país, solo superados (el año pasado) por los venezolanos

Mientras que en Peniel se preparaban para recibir familias sirias, en el Líbano, Eman (que al igual que Zeban es musulmana) frecuentaba aquella iglesia que les había dado los colchones. No tanto para recibir ayuda, sino más para ayudar a conseguir y distribuir donaciones para decenas de otras familias sirias.

Allí conoció a un pastor de JUCUM que le habló de la posibilidad de migrar a la Argentina.

“Era muy difícil trabajar en el Líbano y creímos que era una puerta mejor, sobre todo para el futuro de las chicas”, recuerda Zeban. El bienestar de los hijos suele ser el motor para emigrar, explica aquel pastor de JUCUM.

Un año y ocho meses, el 12 de abril de 2018, después de ese contacto, Zeban y su familia se encontraron en Ezeiza con Daniel y un grupo de fieles de Peniel.

“Hola”, “chau”, “buen día”, era todo el español que sabían Zeban y su familia, que al principio se comunicaron en inglés pero que, rápidamente, con la ayuda de mucha gente de la iglesia, aprendieron español.

En Tandil, les habían preparado una casa amoblada y equipada, con las alacenas llenas. También comenzaron a darles un dinero mensual. Entre otras ayudas, apoyaron la integración de sus hijas a un colegio privado (que eligieron para facilitar su adaptación y, cuyos gastos, claro, corrían por cuenta de la iglesia).

“Fue difícil para ellos adaptarse, pero a su vez les llamaba mucho la atención estar en un ambiente de paz”, cuenta Daniel. “¿Se puede salir por la calle a caminar de noche?”, les preguntaban, sorprendidos.

 “Se suponía que el primer año era para adaptarse, pero Zeban no puede estar sin trabajar: le dolía la cabeza y no dormía bien”, recuerda Eman.

Una persona de la iglesia le regaló a Zeban una máquina de coser. “Era vieja, pero le dio esperanza”, dice su esposa. Él comenzó a trabajar y, con ayuda de la congregación, compró otras dos máquinas, esta vez industriales. “Quiere que su taller vuelva”, aclara Eman, a quien su marido enseñó el oficio para que la ayudara (en Siria trabajaba como maestra).

En Tandil, Zeban y su esposa empezaron haciendo vestidos, pero luego ampliaron su oferta: también hacen trajes de novio, otros tipos de ropas, arreglos y hasta barbijos. También se asoció con la Municipalidad y confeccionaron guardapolvos y cartucheras para los colegios locales.

“La iglesia nos sigue ayudando como el primer día”, dice Eman, pese a que el compromiso era solo por un año. Los fondos para ayudar a la familia de Zeban y a la otra familia de refugiados sirios (Jigar, su esposa Faten y sus dos hijos) provienen de ofrendas voluntarias de los miembros de la congregación.

El taller de Zeban se aceitaba cuando, al igual que a tantos otros, el coronavirus les paró el negocio. Pero la pandemia no frenó su solidaridad.

“Sabemos cómo sufre la gente en una situación así”, les dijeron al pastor de Peniel, retomando el paralelismo entre el virus y la guerra. Y agregaron: “Así como la iglesia nos ayudó hasta ahora, queremos ayudar”. Aunque no tenían dinero, tenían su taller y su oficio.

Daniel conocía fieles de la iglesia que trabajaban en el Hospital de Niños Debilio Blanco Villegas, de Tandil. Su plan era donar batas y barbijos. Pero, ante el ofrecimiento del matrimonio sirio, decidieron  comprar la tela y que Eman y Zeban se encargaran del resto: confeccionaron más de 250 kits sanitarios compuestos de batas, cofias, zapatitos y barbijos.

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“Nunca nos sentimos discriminados. A diferencia de lo que nos pasó en el Líbano, la gente ha sido muy amable: en la calle nos paran y saludan, nos pregunta por el idioma y la cultura”, dicen. Reconocerlos es por demás sencillo: sobre todo porque Eman usa la hiyab, el velo con el que las mujeres musulmanas cubren su cabeza.

“Por eso no quiero volver nunca”, remarca Zeban, quien anhela traer a su hermano (hoy en Líbano), para que lo ayude en su taller.

Para Daniel, ayudó que “Zeban tiene una actitud muy positiva y es muy extrovertido”.

La familia disfruta de la vida en la Argentina. A Mido (en 5° grado), le gusta practicar violín. A Lulú (3°), danza.

Acá, Eman y Zeban adaptaron una costumbre que traían de Siria: comenzaron a tomar mate en grupo y no cada uno con su mate. “Pero ahora, con el coronavirus, todos somos sirios”, bromea Eman. 

Los domingos, Eman y Zeban, al igual que Jigar y Faten, todos musulmanes, participan de las reuniones espirituales en Peniel.

“Es muy enriquecedor compartir con ellos los principios de Dios, como el amor y la paz”, señala el pastor. Precisamente, amor y paz es lo que Eman y Zeban encontraron en la Argentina. Y, con su trabajo, buscan devolver la ayuda que recibieron.