El país tiene un dilema de casi 40 años: como controlar la inflación y generar confianza en el peso. La escalada cambiaria de la semana pasada forzó al gobierno a pedir ayuda al FMI e hizo que volvieran viejos fantasmas.
Dicen que la historia se repite dos veces, primero como tragedia y la segunda vez como comedia. Después de casi 20 años Argentina vuelve a acudir al Fondo Monetario Internacional (FMI) para evitar una crisis financiera.
El presidente Mauricio Macri anunció este martes que el Gobierno está en conversaciones con el Fondo luego del derrumbe del peso, que en los últimos días afectó los mercados de crédito y acciones.
El objetivo es blindar a la economía y ante una posible nueva escalada del dólar, tener los fondos del FMI para dar una señal de estabilidad.
En un mensaje al país, el presidente dijo que su gobierno optó por una política gradualista para equilibrar el desastre de las cuentas públicas que heredó, y que esa política “depende mucho del financiamiento externo”.
“Esto nos permitirá enfrentar el nuevo escenario global y evitar una crisis como la que enfrentamos antes en nuestra historia", dijo Macri al explicar la decisión.
Fue en 1999, durante el gobierno de Fernando de la Rúa, que el gobierno pidió el último de cinco préstamos al FMI para salir de la aguda crisis económica y financiera de azotó a la Argentina a fines de los 90. Esa crisis había comenzado durante el gobierno de Carlos Menem. Hace 12 años, el gobierno de los Kirchner terminó de pagar la deuda y la relación se interrumpió. En septiembre de 2016, con la llegada de Macri a La Casa Rosada, la Argentina volvió a conversar con el FMI.
Los argentinos tienen una relación compleja con el Fondo y un trauma histórico con el dólar. El dilema es de casi 40 años: cómo controlar la inflación y generar confianza en el peso.
El trauma con el dólar
El año pasado 3,6 millones de personas compraron moneda extranjera por un total de US$ 24.400 millones. En su gran mayoría dólares, seguidos por euros y reales.
Si sumamos los que vendieron divisas, el total de personas que compraron o vendieron monedas extranjeras en 2017 llegó a 4,2 millones.
O sea menos del 10% de los argentinos -y en su mayoría hombres mayores de 50- compraron o vendieron dólares el año pasado, según los datos del Banco Central de la República Argentina.
Una encuesta de la consultora D’Alessio Irol, publicada en julio del año pasado, revela que 54% de los argentinos de clase media bancarizados compra dólares.
Sin embargo, el movimiento del dólar parece interesar a los 40 millones de argentinos: el país tiene un dilema histórico con esa moneda, que incluye cómo controlar la inflación y generar confianza en el peso.
Un ejemplo del rol que juega el dólar en la economía: En 2017 el volumen total de operaciones en dólares en el mercado representó más del 95% del PBI, cifra única en el mundo, según un informe del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Otra cifra. A pesar del blanqueo récord, la gran mayoría de los depósitos en dólares en el exterior no fueron repatriados. O sea los argentinos prefirieron declarar la plata, pero dejarla en dólares y afuera.
Una historia amarga
Desde 1975 la sociedad argentina ha desarrollado una obsesión con la moneda norteamericana. Los historiadores responsabilizan al ajuste de 1975, cuando el entonces ministro de Economía, Celestino Rodrigo, implementó un ajuste que significó una devaluación de casi 200% que hizo que los precios se duplicaran, gatillando una severa crisis económica. La inflación entre 1975 y 1990 promedió 325%.
La relación probablemente tuvo su mejor momento durante el “uno a uno”. La Ley de Convertibilidad del Austral duró 11 años y fue una iniciativa del entonces Ministro de Economía de Menem, Domingo Cavallo. Establecía una relación cambiaria fija entre la moneda local y la norteamericana que llegó a un nivel en que un dólar estadounidense equivalía a un peso argentino. El objetivo era contener la inflación. Pero la crisis financiera global de fines de los 90 puso a prueba la política de Cavallo y terminó en una crisis que eventualmente resultó en que se implementara “el corralito”. Por diversos motivos, el experimentos de atar de manera artificial el valor de ambas monedas derivó en una de las más grandes crisis económicas y sociales de la historia Argentina.
En los gobiernos de los Kirchner se impuso el cepo cambiario y “precios cuidados” como políticas para evitar el desplome del peso y contener la inflación.
La obsesión de los argentinos con el dólar llegó a tal nivel que en 2015 la palabra “dólar” se convirtió en una de las más buscadas en Google para los argentinos, según un reportaje de Bloomberg.
El sacudón de la semana pasada
La semana pasada el fantasma del dólar y la amenaza de una inflación fuera de control volvió a apoderarse de la agenda política y de la tapas de los diarios.
El peso argentino se desplomó y las expectativas inflacionarias se dispararon. El viernes el gobierno se vio obligado a sacar los cañones y lanzó una respuesta coordinada junto al Banco Central para recuperar la confianza de los inversionistas y demostrar que el gobierno de Mauricio Macri se toma en serio la lucha contra la inflación y el déficit fiscal.
La reacción del mercado no fue exactamente lo que esperaba el gobierno y de ahí la decisión de acudir al FMI.
El peso está bajo presión desde diciembre ante la creciente preocupación de que el “gradualismo” de Macri está generando políticas incoherentes que no logren contender la inflación ni controlar en forma significativa el gasto fiscal.
Un reportaje de Bloomberg dice que las últimas semanas “ha sido una decepción para los inversionistas que vieron la elección del presidente Mauricio Macri en 2015 y sus promesas de brindar previsibilidad y atraer al capital extranjero como un punto de inflexión” para la economía argentina.
Clave habría sido la decisión de diciembre pasado del presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, de flexibilizar la meta inflacionaria bajo presión de la Casa Rosada.
En enero, el banco recortó las tasas en 1,5 puntos porcentuales, aun cuando la inflación anual, que rondaba el 25 por ciento, no mostraba señales de disminuir. Desde entonces la inflación se ha acelerado.
Y ahora la realidad es que Argentina sigue con una inflación que está entre las más altas del mundo y con una tasa de política monetaria de 40%.
Pero la responsabilidad no es toda del gobierno. Hay factores externos que le han dado una renovada fortaleza al dólar y eso ha generado una salida generalizada de inversiones financieras de mercados emergentes.
Para los analistas extranjeros, el gobierno tiene un duro desafío por delante.
“Si bien prevemos que esas medidas ayudarán a reducir la volatilidad cambiaria, el reciente debilitamiento del peso refleja una mayor percepción de riesgo para activos argentinos. Esto constituye un acontecimiento negativo en términos crediticios para Argentina, que depende de flujos de capital externos para financiar el déficit fiscal y el de cuenta corriente”, dijo Gabriel Torres, vicepresidente de Moody's
Goldman Sachs, el influyente banco de inversión norteamericano, dice el gobierno debe restablecer su credibilidad tomando medidas audaces y comunicando una estrategia clara al mercado.
En un informe que envió a sus clientes el viernes por noche, Goldman señaló las metas inflacionarias del gobierno y el Banco Central han perdido credibilidad.
“El Banco Central aún enfrenta un escenario desafiante. Las medidas que tomó en los últimos días fueron audaces y van en la dirección correcta, pero no garantizan que serán suficientes para estabilizar las dinámicas del mercado cambiario.”
Señala que el costo de no haber hecho nada hubiese sido mayor. “Después de todo, la literatura económica ha establecido que las señales de política monetaria para ser creíbles deben ser relevantes, verificables y costosas.”
Desafío para Macri
Domar la inflación ha sido una prioridad del gobierno de Mauricio Macri desde que llegó a la Casa Rosada. El Presidente está entre los que coinciden que la inflación tiene un efecto desproporcionado sobre el nivel de vida de los más vulnerables.
En general los economistas coinciden que actúa como un impuesto que afecta el poder adquisitivo de los más pobres, ya que ellos destinan un mayor porcentaje de sus ingresos a comprar alimentos.
Cuando Macri llegó a la presidencia los precios aumentaban a un ritmo por sobre el 40% anual. El año pasado cerró en 24,8%. Pero en el mercado ya nadie cree la meta de 15% para 2018.
De acuerdo a las cifras oficiales, hasta hace 3 semanas el indicador M2, que rastrea el efectivo en circulación y los depósitos en cuenta corriente, está creciendo a casi el doble de ese ritmo. En una situación normal esa cifra debería expandirse ligeramente por encima de la meta oficial.
M2 es una de los datos que monitorean más de cerca los economistas para hacer sus estimaciones y para ellos el rápido crecimiento de la oferta dinero es una preocupación y lo ven como un problema para el objetivo de Macri de contener la alta inflación.
Una de las pocas certezas en la que la gran mayoría de los economistas acuerdan es que para frenar la inflación no hay secretos: hay que subir las tasas y ajustar los gastos. Pero esa receta no combina muy bien con el gradualismo. Podría haber llegado la hora de la verdad para el Gobierno.