“Teclear”, escribió Eduardo Halfon en su libro Biblioteca bizarra, “no es escribir; escribir es mucho más cercano a la música, a respirar, a caminar sobre el agua”. Y así lo hace él: un borrador puede llevarle tres meses; luego vienen dos años de pulir el lenguaje. Canción, su nueva novela, es una obra maestra de 119 páginas que explora el secuestro de su abuelo en 1967, en el contexto de la guerra civil en Guatemala. Y créeme: es un libro poderoso.
A través de una mixtura compleja de ficción, memoria y crónica, Halfon —un ingeniero nacido en Guatemala, educado en Estados Unidos y residente hoy en Francia— se volvió uno de los autores más interesantes de la literatura en español y si todavía no lo descubriste, en la Argentina se acaba de publicar Canción y Biblioteca bizarra. En la entrevista de hoy: todo (técnica & secretos) sobre su método para crear, pieza por pieza, una nueva historia.
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—En Canción y en Biblioteca bizarra escribís sobre tus ancestros, tu familia, tus amores… ¿Cuál es el límite en la narración de lo íntimo?
—No hay un límite. Uno cuenta la historia que pide ser contada. La mayoría de mis libros surgen de una prohibición. Hay algo en lo tabú que me llama poderosamente la atención. El boxeador polaco es una historia privada de la familia, de mi abuelo en Auschwitz; Monasterio es una historia del matrimonio ortodoxo de mi hermana, que no debía de haber hecho pública; en Duelo, es prohibido hablar del niño que hubiese sido el hermano mayor de mi padre y de su muerte; y ahora Canción, la historia prohibida de un secuestro. “No vaya a escribir usted sobre esto”, le dice alguien al narrador.
Ese tipo de intentos por callarme o por ponerme un límite como escritor logra lo contrario. Es ahí, en lo prohibido, en lo íntimo, donde hay que entrar y desnudarse, literariamente, y a veces también literalmente.
—¿Y sobre qué vale la pena escribir en primera persona... y sobre qué no?
—La primera persona es, de nuevo, un recurso que permite la intimidad y la verosimilitud, que son dos tema muy importantes en mis textos, para que algo parezca real, sin serlo. Escribir en primera persona no es más que un artificio o un recurso. Pero puede ser muy poderoso cuando un escritor quiere llegar a una verdad de las emociones, a una verdad extática.
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—¿Cuánto de ficción y de no ficción hay en Canción?
—Todo es ficción. La no ficción no existe. La literatura, aunque parezca autobiografía o memorias, es ficción. Todo lo que escribimos es ficción. Incluso el escritor que se llama a sí mismo como de no ficción está recurriendo a la ficción en las decisiones que toma, en lo que descarta e incluye, en la manipulación de la historia; a fin de cuentas, eso es ficción.
Yo hago un esfuerzo para que la historia que estoy escribiendo parezca no ficción, parezca absolutamente real. El narrador lleva mi nombre. Le presto mi vida para que cuente sus historias. Pero todo es una ficción montada en un escenario autobiográfico. El telón de fondo es mi vida y los accesorios que voy poniendo sobre las tablas son elementos de mi familia, pero el drama es ficción.
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—Canción es un libro corto con una estructura compleja. ¿Cómo fue tu proceso de planificación?
—Mi proceso es siempre a ciegas. No sé en qué estoy trabajando mientras lo hago. Es lo más lejano posible a la ingeniería, por lo menos en un primer momento, en un primer borrador del texto. Luego sí viene el ingeniero e intenta darle un orden a esa estructura compleja. Pero nunca hay planificación previa. Cada libro se va imponiendo o desvelando poco a poco ante mí, y siempre, sin falta, me sorprende.
Así empecé a escribir Canción, sin saberlo. No fue sino hasta que me tropecé con uno de los secuestradores de mi abuelo, quien fue secuestrado por la guerrilla en el ’67, y con su apodo (“Canción”, que de inmediato me gustó mucho) que se me abrió la puerta del libro, por así decirlo. A través de muchos elementos —entrevistas, investigación histórica y ficción— empecé a construir la historia de ese secuestro y de aquel secuestrador. Y en poco tiempo ya tenía las partes del libro sobre la mesa. Entonces viene el ingeniero y hace de todas esas partes un solo viaje literario, con suspenso, con emociones, con un trabajo minucioso sobre el lenguaje. Ese es el oficio. Y esa es la parte del proceso que me lleva más tiempo.
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—En un texto pusiste aquello de que escribir es cercano a la música, a respirar, a caminar sobre el agua (esa idea me encanta). ¿Cómo escribiste Canción? ¿Dónde, cuándo y cómo lo hiciste?
—Como todos mis libros, lo fui trabajando por partes, sin saber incluso que esas partes estaban relacionadas: la parte japonesa, el recuerdo de la infancia y la parte central del libro, que es la del secuestro de mi abuelo y la de su secuestrador. El libro está hecho de pequeños fragmentos, al igual que Duelo, que está construido de una manera similar, con una estructura fragmentaria de elipsis, de saltos, de flashbacks.
Hay, entonces, dos maneras de trabajar. La primera, y quizás la más importante, es considerar cada uno de esos fragmentos un pequeño cuento, independiente y autónomo, que debe ser leído como algo en sí mismo. Trabajo cada fragmento muchísimo, como cuentista. Pero luego ese fragmento o relato tiene que insertarse en algo mayor, y entonces hay un segundo trabajo: la composición y el ordenamiento de todos los fragmentos. Esos dos trabajos, el micro y el macro, son esenciales en mi proceso.
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—Pregunta freak: ¿por qué no usás comillas en los diálogos? ¿Qué ventaja que te da ese recurso?
—En efecto, no uso comillas ni tampoco itálicas, y esto es un tema que se vuelve gordo en las traducciones: tengo que pelearme con cada editor por mantener estos dos elementos estilísticos. Cada nuevo editor o traductor siempre me pregunta por qué escribo así, y yo me he visto obligado, entonces, a tener que explicarlo, a defenderlo.
Creo que yo mismo no lo sabía o no lo tenía claro cuando empecé a escribir así en 2008, con los seis cuentos de El boxeador polaco, pero con el tiempo he llegado a una posible explicación. Aquellos seis relatos son narrados con una voz muy testimonial, y no sólo quiero que el lector escuche esa voz del narrador, sino que la vea de la misma manera en la página, sin esos símbolos o marcas que pueden romper el hechizo testimonial. Ambas, las comillas y las itálicas, pueden ser una interrupción visual.
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—¿Qué lugar ocupa Canción en tu obra?
—Es el sexto libro de un proyecto iniciado en 2008 con El boxeador polaco, sin que yo supiera que iba a ser un proyecto. Los seis cuentos de ese libro son seis episodios en la vida de un narrador, que tanto y tan poco se me parece. Y yo pensé que ahí terminaba todo. Pero luego, en 2010, uno de los cuentos, “Epístrofe”, se vuelve capítulo en La pirueta. Y luego otro, “Fumata blanca”, se vuelve capítulo de Monasterio en 2013. Las andanzas de ese otro Eduardo Halfon —mi abuelo— continúan en Signor Hoffman, de 2015, y en Duelo, de 2017, y ahora en Canción.
Los seis libros se van hablando. Unos surgen de otros. Unos complementan a otros. Seis libros, hasta ahora, que forman un proyecto mayor, o que forman un solo libro en marcha que he ido escribiendo y publicando por entregas, y el cual no sé hacia dónde va ni cuándo termina. Mejor así.
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Y por último, unas palabras de Halfon sobre su libro de relatos Biblioteca bizarra (que tomo de una larga entrevista con Hinde Pomeraniec): “Incluye un poco de todo, son textos muy personales, con narrativa, con experiencia propia pero también con momentos de ensayo y teoría literaria. El título me brincó inmediatamente porque los textos en sí conforman una especie de biblioteca, el libro es un tipo de biblioteca bizarra. La palabra bizarra la estoy usando en sentido anglosajón, de bizarro como extraño”. Recomendadísismo.
Hoy mencionamos 6 libros en SIE7E PÁRRAFOS:
1️⃣ Canción [click acá para empezar a leerlo]
2️⃣ Biblioteca bizarra [leé acá las primeras páginas]
3️⃣ Duelo
4️⃣ El boxeador polaco
5️⃣ Monasterio
6️⃣ Signor Hoffman
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