Correr por correr: qué pasa por la mente de quienes, paso a paso, descubren una forma de conectar consigo mismos- RED/ACCIÓN

Correr por correr: qué pasa por la mente de quienes, paso a paso, descubren una forma de conectar consigo mismos

 Una iniciativa de Dircoms + RED/ACCION

Para algunas personas es una forma de alejarse de los problemas o verlos en perspectiva. Para otras, un momento de intimidad personal y hasta de meditación. Algo que se parece a una necesidad o a una búsqueda sin respuestas definitivas.

Dibujo de una mujer que corre mientras deja su mente "en pausa".

Ilusración: Julieta de la Cal.

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Todos los seres vivos fuimos editados por la evolución. Aquello que no nos servía para sobrevivir, fuera. Aquello que nos hacía más fuertes, más resistentes, más inteligentes, en cambio, lo fuimos mejorando a lo largo de miles, millones de años, en un azaroso juego de prueba, error, cambio. 

Cuando los homínidos bajaron de los árboles perdieron la capacidad de trepar pero se irguieron sobre sus dos patas y caminaron. Y cuando hubo que huir de los depredadores, corrieron. Quién habrá sido el antepasado que saltó del susto frente a los colmillos o los cuernos de aquello que quería comérselo y, al hacerlo, activó su aparato locomotor para agrandar la distancia con el peligro en el menor tiempo posible. Y quién  habrá sido el primero que, cuando vio que su alimento se alejaba, pensó que podía seguirlo, que poseía la destreza y la habilidad para apurar el paso y recorrer la sabana en unas horas, una tarde, un día entero. 

Eso que nuestra especie logró gracias al hueso ilíaco más ancho que el de los chimpancés, a los músculos glúteo mayor, mediano y menor capaces de alinearse lateralmente a lo largo de íleon para permitirnos movilidad y estabilidad; a la elasticidad del talón de Aquiles; a la fascia plantar que actúa como muelle reduciendo la energía del impacto del pie contra el suelo; a la estructura que forman columna, cadera, piernas, capaces de soportar los impactos de la carrera; al aparato vestibular del oído que nos garantiza el equilibrio; todo eso nos llevó a la cima de la escala evolutiva. Porque podíamos correr.

Hasta que un día todo cambió. 

Hubo un ser humano, un día, que dijo: "Voy a correr". Pero no debía huir de nada y tampoco necesitaba perseguir nada. Seguramente quien estaba con él o con ella, preguntó: "¿Y para qué?". Porque correr tenía un objetivo: salvar la vida, conseguir alimentos. "Voy a correr porque tengo ganas de correr", habrá respondido el primero. Y entonces aquel diseño maravilloso que nos legó la biología adquirió nuevo sentido.

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"Corro porque me da placer hacer ejercicio al aire libre, es fácil, gratis y en una hora quedo hecho". Lector de RED/ACCIÓN.

¿Qué es lo que busca la gente cuando dice que quiere correr? Diego Berardi, uno de los entrenadores del grupo Irlanda Running Team que se reúne en la plaza Irlanda de la ciudad de Buenos Aires, responde: "La gente se acerca a correr con diferentes objetivos. Están aquellos que nunca corrieron o siempre les costó y buscan una guía, alguien que les estructure el entrenamiento y los motive a correr y sostenerlo. Están aquellos cuyo objetivo es mejorar su salud física y mental o su rendimiento. Y, por último, están los que buscan un grupo de pertenencia".

Apto médico mediante, entrenar, parece, es para todos. ¿Pero por dónde se empieza?

Berardi explica: "El entrenamiento para correr  debe respetar el principio de individualidad biológica, es decir ninguna persona es igual a otra. Lo que para una  persona funciona para otra puede que no, pero en general lo primero que se hace es trabajar la combinación de trotes  cortos y caminatas en una determinada distancia, luego ampliarla y luego ir reduciendo los tramos de caminata paulatinamente. A su vez esto va acompañado de un fortalecimiento del abdomen y piernas en forma específica, y en forma general del resto del cuerpo. Y hay un entrenamiento mental. A medida que se va incrementando la distancia se va ganando confianza y se estimula a la mente a aceptar un peldaño, un paso o un desafío más".

Carolina Moore, en una carrera de aventura.
Carolina Moore, en una carrera de aventura.

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"Correr es mi forma de meditar". Lectora de RED/ACCIÓN.

El 4 de octubre de 1903, en Buenos Aires, 30 atletas corrieron la primera maratón organizada en la ciudad. Las estadísticas previas a la pandemia, por su parte, hablan de 75 eventos por año de entre 5 y 42 kilómetros y 800.000 corredores inscriptos. Las carreras, media maratones y maratones se multiplican en el país y, luego del encierro, regresan con fuerza. "Recorre Córdoba", "Rosario Maratón", "Gesell corre de noche", "San Silvestre", "Maratón del desierto-Pinamar". Un corredor entusiasmado podría atravesar el país pasando de una a otra carrera.

Pero el objetivo de esta nota no es hablar de la moda de los runners ni del running como evento masivo. Volvamos a el corredor, el que está solo, el que se anota o no se anota en maratones, el que corre porque corre.

Levantarse de la silla, ponerse ropa cómoda, zapatillas adecuadas, salir a la calle haga frío o calor, empezar de a poco, estirar los músculos, trotar, seguir. Dar vueltas a una plaza, avanzar cuadra tras cuadra de alguna ciudad o aprovechar alguna pista de atletismo, sumarse a una maratón. Los sedentarios del mundo observan con curiosidad a la variada fauna de atletas urbanos que corren porque corren. ¿Qué los empuja?

Carolina Moore, profesora de Biología, cuenta: "Llegué al país de chica, de Nicaragua, era muy tímida y me costaba el hecho de sentirme distinta, de no pertenecer. Corriendo descubrí un lugar, ser parte del equipo de atletismo me devolvió la autoestima que había perdido, competir me hacía bien. Terminé el colegio y seguí corriendo. Frente a una crisis cazaba las zapatillas, el desgaste físico me sacaba la energía del conflicto y me devolvía una distinta que me servía". 

"Cuando avanzaba en la universidad —continúa Moore— empecé a fumar y dejé de correr. No corrí por 20 años, en el ínterin me casé, tuve cuatro hijos, varias mudanzas, cambios de trabajo. Un día quise dejar de fumar pero volvía a hacerlo, hasta que una vez salí disparada al kiosco a comprar un paquete y me encontré con mi hija, de 16 años en ese entonces. Le pedí sus zapatillas (ella volvía de hockey y calzamos lo mismo), me las dio y ahí mismo salí a correr. Corrí 1.000 metros. Casi me muero. Me quedé sin aire. Me dolía todo. Pero me volví a enamorar de esa locura que una vez había abandonado. A partir de ahí salí a correr cada día. Fui aumentando los kilómetros. Corrí una carrera de 5K, después 10K, vinieron los 21K, comencé a entrenar para los 42K de Buenos Aires y al año lo logré. Hasta la maldita pandemia nunca paré de correr. Hoy tengo 52, estoy volviendo de a poquito".

Como buena profesora de Biología, Moore explica: "Correr tiene enormes beneficios. Entre ellos, segregás endorfinas, las hormonas que anestesian el dolor y nos permiten recorrer largas distancias. Estas endorfinas además causan sensación de placer, lo que se conoce como euforia del corredor. Por otra parte —sigue—, el ejercicio físico moderado (no correr maratones necesariamente) es beneficioso para el sistema circulatorio: un corazón más entrenado es un corazón más eficiente, se acumulan menos grasas y hay menor chance de desarrollar diabetes por la movilización de glucosa. Sin embargo, llega un momento en que las piernas  no dan más. En las maratones hay un punto que se conoce como el muro, más o menos en el kilómetro 37. Ya corrimos mucho, la acumulación de ácido láctico hace que nos duela todo pero falta muy poco. Esos últimos 5 km son eternos. Ahí a las piernas solo las mueve la cabeza, es una orden continua tras otra: un paso más y ahora otro".

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"Salgo a correr para tener un momento de intimidad conmigo misma". Lectora de RED/ACCIÓN.

En 2007 el escritor japonés Haruki Murakami escribió una de sus obras más personales y preciosas: "De qué hablamos cuando hablamos de correr". Allí cuenta que cuando comenzó a escribir debió enfrentarse a su condición física. Pasaba gran parte del día sentado, fumaba, empezaba a engordar. "Si en adelante quería llevar una larga vida como novelista, tenía que encontrar un medio adecuado para mantener mi peso y mi fuerza física". Así es como comienza a correr todos los días y escribe: "Correr tenía algunas grandes ventajas. Para empezar, no hacen falta compañeros ni contrincantes. Tampoco se necesita equipamiento o enseres especiales. Ni hay que ir a ningún sitio especial. Con un calzado adecuado y un camino que cumpla unas mínimas condiciones, uno puede correr cuando y cuanto le apetezca".

En Argentina tenemos, también, nuestro escritor atleta: Sebastián Vargas, autor de obras para chicos y jóvenes, entre ellas Tres espejos, Luna y Espada, Pingüinos, Graymoor. Vargas comenzó a correr por la misma causa que Murakami. El ejercicio de la literatura deja volar la cabeza pero mantiene el cuerpo en la silla, suplicando algún tipo de actividad física. ¿Qué le pasa al escritor cuando corre? ¿Cómo invitaría Sebastián Vargas a un no corredor, a acompañarlo en su entrenamiento?

"Correr es una actividad bien distinta de otros deportes”, dice él. “No competís (salvo con tus propios límites), no ganás ni perdés (salvo cuando cumplís o no los objetivos que te pusiste a vos mismo). Correr requiere solo tener ganas de hacerlo. Y como pasa también con muchas otras actividades, es muy fácil entender su encanto cuando uno las practica, pero es más difícil explicarlo a quien nunca corrió. Creo que usaría este argumento: correr es romántico. Te permite estar un momento a solas con vos misma/o, atendiendo solo a tu propio cuerpo, a tu propia respiración, pendiente de vos misma/o, sin pensar en nada más ni en nadie más y sentir, en ese momento, que sos lo más importante del mundo para vos. Correr no siempre es 100% placentero, pero uno nunca queda insatisfecho cuando sale a correr".

Escribe Murakami, sobre correr: "Solo por correr una hora por la ribera del río Charles (...) la mente se me nubla. No consigo pensar nada coherente. Pese a todo, si le echo ganas y consigo acabar la carrera, entonces brota de mi interior una intensa sensación de frescura y renovación, que tiene también algo de autoabandono, como si me hubiera conseguido exprimir por completo".

Escribe Vargas, sobre correr: "En las carreras largas (en especial las ultramaratones, cuando uno puede estar largas horas corriendo) a uno le pasa algo que es muy difícil que te suceda en el resto de tus actividades: llegás a tu límite físico. Pero llegás de verdad a tu límite físico real, un punto en el que no es que decís no doy más, sino que realmente tu cuerpo no da más (algo difícil de experimentar, porque somos mucho más resistentes y fuertes de lo que pensamos). En ese momento, dejás de correr con el cuerpo y empezás, como decimos los runners, a correr con la cabeza, dialogando y discutiendo con tu propia mente, dejando de escuchar las quejas y dolores del cuerpo. Correr mejora tus sensaciones mentales: te sentís más liviano, más luminoso, cuando te movés".

Vargas corre en plena naturaleza.
Vargas corre en plena naturaleza.

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"Cada vez que corro me reconcilio con mi cuerpo". Lectora de RED/ACCIÓN.

Los corredores que cruzamos a diario no son atletas profesionales. Son profesoras de Biología, son escritores, son empleados de comercio, son trabajadoras independientes, son jubilados, son estudiantes. No corren para competir, aunque puedan hacerlo en algunas circunstancias. No corren para ganar. Corren, tal vez, para mantener enfocado todo lo demás que hay en sus vidas. 

Le damos, otra vez, la palabra a Murakami: "Para mí, correr, al tiempo que un ejercicio provechoso, ha sido también una metáfora útil. A la par que corría día a día, o a la vez que iba participando en carreras, iba subiendo el listón de los logros y, a base de irlo superando, el que subía era yo. O, al menos, aspirando a superarme, me iba esforzando día a día para conseguirlo".

¿Es un hobby, correr? Si nos atenemos al significado de la palabra: "Actividad u ocupación que se realiza meramente por placer durante el tiempo libre", se puede decir que sí. Sin embargo, correr, para los corredores, parece ser mucho más. Una filosofía, tal vez. Un estilo de vida. Algo que puede parecerse a la meditación, a la trascendencia, al dominio sobre el cuerpo. A una necesidad o a una búsqueda sin respuestas definitivas.

Carolina Moore lo cuenta así: "A veces uno se larga a correr con una mochila cargada de problemas y siempre, indefectiblemente, esa mochila se vacía; y si quizás quedó alguno, ya no viene en la mochila, puede que ahora esté en la mano, visto, recorrido y analizado por todas las aristas, y listo para ser encarado con una nueva energía, distinta". Y se pregunta: "¿Será que correr te da tiempo para ver los conflictos y filtrarlos? ¿Serán las endorfinas? ¿Será un poco de todo eso? No lo sé, pero que se siente bien, seguro. La sensación de que tengo todo el tiempo del mundo por delante, sola, sin que nadie me jorobe, y sin ninguna otra cosa para hacer, la sensación de que lo único importante es dar un paso atrás de otro, de que lo único que importa es seguir corriendo, la sensación de que el resto del mundo duerme y de que nada grave va a suceder mientras yo siga corriendo es, sencillamente, maravillosa".

Sebastián Vargas, por su cuenta, dice: "Para mí, que estoy con la cabeza llena de cosas durante mi vida cotidiana, correr me permitió algo que es difícil de lograr con otras actividades: poner la mente en blanco. Pasar un tiempo (a veces, horas enteras) sin pensar en nada, pero de verdad sin pensar en nada, sin nada en la mente salvo tus pasos, tu respiración. Es una sensación refrescante, diría, y aunque en una forma no convencional, muy placentera".

Y Murakami: "A menudo me preguntan en qué pienso cuando estoy corriendo (...) Ciertamente, los días que hace frío, pienso un poco en el frío. Los días que hace calor, pienso un poco en el calor. Cuando estoy triste, pienso un poco en la tristeza. Cuando estoy alegre, pienso un poco en la alegría. (...) Mientras corro, simplemente corro. Como norma, corro en medio del vacío. Dicho a la inversa, tal vez cabría afirmar que corro para lograr el vacío. Y también es en el vacío donde se sumergen esos pensamientos esporádicos. (...) Los pensamientos que acuden a mi mente cuando corro se parecen a las nubes del cielo (...) Algo que pasa de largo y se dispera. Y solo queda el cielo".

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"(Correr) me refresca la mente. Correr en el parque me ayuda a despejarme y conectarme con la naturaleza". Lectora de RED/ACCIÓN.

Según una encuesta realizada por la marca deportiva New Balance durante las carreras que organizó en 2018, más de la mitad de la gente que corre es mayor de 40 años. Los jóvenes de entre 25 y 29 son apenas el 8%. El 3% supera los 60. El 37% son mujeres. Prefieren, la mayoría, las pruebas de 21 kilómetros en adelante. El 50,8% entrena entre tres y cuatro veces por semana previo a las carreras y maratones. 

Si correr significa dar un paso detrás del otro aun cuando el cuerpo dice basta, es lógico pensar que el corredor que disfruta quiere más. Más velocidad, más distancia, más entrenamiento, más resistencia.

En 2019 Sebastián Vargas buscaba algo más; así lo cuenta: "Correr, en especial, carreras de aventura te deja grabados en la mente momentos y paisajes increíbles, porque pasás por lugares por los que nadie más pasa, en momentos del día en los que nadie lo hace. Por ejemplo, cuando corrí 100 km en los Andes patagónicos, me llevó un día entero completar la carrera (24 horas y 26 minutos, exactamente), corriendo largas horas de noche en las montañas, con temperaturas bajo cero, ya sin piernas en los últimos veinte kilómetros. Pero cuando llegué a la meta me estaban esperando mis amigos del equipo de running, alentándome en el kilómetro final, y fue un momento muy emocionante".

El mismo año también Carolina Moore fue por la aventura. Cruzar los Andes en tres días, 100 km en total, aproximadamente 30 cada día, partiendo del sur argentino. "Puede hacer calor, frío, puede llover o haber viento —cuenta ella—. Te toca subir montañas, bajarlas, andar entre piedras sueltas, cruzar ríos, mallines, cruzar por nieve dura, nieve blanda, barro que te hundís. Al principio vamos todos juntos, después la gente se va espaciando. Nunca la hice sola. Siempre con una amiga. Una vez con mi hermana. La última vez con mi hijo mayor, emocionante. Muchas veces, la mayoría del recorrido estás enfrentando a un vasto e imponente paisaje que abruma un poco pero que de tan inmensamente lindo una no puede más que sentirse conmovida por la suerte de poder estar ahí. A la largada del último día llegamos casi como rengueando, parece que no pudiera dar un paso más. Sin embargo, largamos, nos damos ánimos y empezamos a correr. Este cuerpo castigado y dolorido todavía responde y así seguimos. Falta poco pero falta una vida. La distancia a la meta es eterna, y cuanto más cerca, cada vez se ve más lejos. Hasta que increíblemente llega. Y sabe más a gloria que nada".