A Vicente Godoy todos lo conocen por su sobrenombre: Cusico. Nació hace 60 años en el Impenetrable, “una zona olvidada de Chaco, sin caminos ni escuelas. De hecho, aprendí a leer en el ejército, cuando hice el servicio militar”, cuenta. Su familia tenía campo en el monte y se dedicaba a la recolección de algodón y a la cría de caprinos, entre otras actividades rurales.
En el año 2000, cuando esos trabajos dejaron de darle dinero, Vicente comenzó a trabajar en la construcción y en el comercio, en la ciudad de Miraflores, situada en el límite de esta región del bosque chaqueño. “Pero yo siempre creí en el campo y pocos años después arranqué con la apicultura, con 10 colmenas. Fui el primer productor de Miraflores”, afirma.
Para 2014, los productores, que ya eran un grupo de seis a los que el Gobierno local les dio capacitaciones, comenzaron a gestionar la documentación para construir una sala de procesamiento de miel y así poder garantizar la trazabilidad de su producción. También constituyeron la Asociación Civil Montes Nativos que hoy nuclea a más de 34 productores que generan por año hasta 240 tambores de 300 kilos, que en su mayoría se exportan a los Estados Unidos o a países de Europa, como Francia o Alemania.
En la actualidad, Vicente vive exclusivamente de su producción apícola. Tiene 150 colmenas orgánicas certificadas, más 50 o 60 que producen miel convencional y que él usa para capacitar a otros apicultores o criar abejas.
Además, es uno de los catorce técnicos a los que el Estado provincial contrató para que ayuden a hacer crecer la apicultura en la provincia.
“Con las colmenas logré tener cosas que nunca antes tuve, como comprar un vehículo cero kilómetro o una moto para recorrer los cientos de kilómetros de caminos de tierra hasta el campo. También hacerme mi casa, alambrar mi campo de 100 hectáreas con quebrachos y palmas, entre otros árboles, a los que preservo porque son indispensables para la producción apícola”, dice.
La historia de Vicente no es una historia aislada. La subsistencia de gran parte de los habitantes de la provincia de Chaco depende del trabajo que da el Estado —a través de la posibilidad de formar parte de la policía o los sistemas de salud y educativo— y, en menor medida, de la venta de madera al talar los árboles del monte o de la producción y venta de ladrillos. Pero muchas de las personas que viven en parajes alejados de los centros urbanos cuando no consiguen incorporarse a alguno de estos trabajos terminan engrosando el número de habitantes de barrios vulnerables de las ciudades chaqueñas.
En busca de fuentes de trabajo sustentables, el Gobierno provincial comenzó a impulsar fuertemente la actividad apícola entre 2012 y 2013. Incorporó a pequeños productores a la cadena productiva con el fin de dinamizar las economías regionales con alto impacto social local. “De esta manera, en 2017, con la certificación de orgánico incorporamos al Impenetrable”, cuenta Marta Soneira, ministra provincial de Ambiente y Desarrollo Territorial Sostenible.
El Gobierno promovió la apicultura y a través de la Red de Técnicos, que junto a la Red de Organizaciones Apícolas de Chaco, la Asociación Civil de Jóvenes del Impenetrable Chaqueño y el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA) consiguieron incrementar la producción de miel en general y de miel orgánica para exportación, en particular. Para la producción orgánica, la provincia consiguió financiamiento del Banco Mundial.
De esta manera, Chaco exporta cada año entre 2.500 y 3.000 tambores. De los cuales, 912 son de miel orgánica que producen unas 98 familias —80 % de ellas vive en el Impenetrable o sus alrededores; las demás, en Tres Isletas y en los humedales de General San Martín.
En 2021 la miel chaqueña se exportó 60 % a los Estados Unidos y 40 % a la Unión Europea. Los productores y las productoras de miel orgánica consiguieron hasta 100 pesos de diferencia respecto a la común: 360 pesos en un caso, 260 en el otro.
La Argentina es el tercer país productor de miel en el mundo, detrás de Estados Unidos y China, y el segundo exportador. En el país hay poco más de 15 mil productores que tienen unos 3,5 millones de colmenas, según el registro nacional de productores apícolas (RENAPA). De acuerdo a estimaciones de la Coordinación de Apicultura del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación (MAGyP), de una producción total que ha superado las 70.000, un volumen cercano a las 6.000 toneladas (poco menos del 9 %) es destinado al mercado interno.
Chaco, por su parte, tiene 823 productores inscriptos en el RENAPA, “que tienen unas 81.000 colmenas registradas, número que queremos duplicar a partir de agosto de este año, en las que se producen unas 1200 toneladas”, informa Soneira.
La miel orgánica se logra en equipo
La miel orgánica chaqueña se produce en una zona boscosa de tres millones de hectáreas que se transita por caminos de tierra y donde casi no hay electricidad ni posibilidades de conectarse a internet. Por eso, “la agrupación de los productores es indispensable para llevar adelante la producción y comercialización. Más aún cuando, si bien hay una empresa que exporta los tambores, los propios productores deben estar inscriptos para cumplir con la trazabilidad necesaria en la certificación”, explica Pablo Chipulina, coordinador de la Red de Técnicos de la provincia.
Para cumplir con esta documentación, detalla Chipulina, “muchas veces es necesario empezar tramitando el documento nacional de identidad (DNI) de la persona”.
La Asociación de Jóvenes Apicultores, por ejemplo, que tiene tres sedes: una en paraje Tartagal, otra en El Sauzalito y otra en Pozo del Gato, cuenta con dos plantas habilitadas para procesar la miel orgánica que se produce en la zona.
Los productores llevan ahí los panales que se ponen en el extractor que por fuerza centrífuga saca la miel, que luego se envasa en tambores homologados por SENASA y queda lista para la exportación.
Ahora, para que esto ocurra, explica Chipulina, “todo productor debió haberse inscripto en el RENAPA, tener una clave fiscal y haberse dado de alta en el sistema informático de trámites aduaneros (SITA). A su vez, las salas tienen que estar habilitadas e inscriptas en un sistema de trazabilidad de SENASA que hace que cualquier comprador en el mundo, escaneando el código del tambor, sepa desde el nombre del productor y su localización hasta la empresa que lo exportó. A esto se suma el protocolo de orgánico que requiera el país importador”.
Es un proceso que lleva mucha documentación, que hay que tramitar la mayoría de las veces desde parajes donde no hay electricidad. Es ahí donde la red de 14 técnicos que coordina Chipulina acompaña, gestiona y capacita para que se puedan concretar desde la producción hasta la exportación.
El impacto
Luis Romero es de El Sauzalito, un pueblo a 300 kilómetros de la ciudad de Castelli. Tiene 34 años y es apicultor. Aprendió la actividad cuando era chico, ayudando a otros apicultores. Pero ni ellos ni su familia podían aumentar la producción porque estaban muy lejos de los centros urbanos y los fletes eran caros.
En 2017, “éramos unos 15 productores —seis de El Sauzalito, seis de Tartagal y tres de Paraje Pozo del Gato— que sabíamos que nuestra miel era orgánica, que tenía ese valor agregado, pero no teníamos la certificación. Por eso, conformamos la Asociación de Jóvenes Apicultores para tramitarla juntos”, cuenta Luis.
Arrancaron a producir con 33 cajones que a lo largo de ese año se transformaron en colmenas. Pero no tenían tambores ni una sala habilitada para extracción que les permitiera sostener la trazabilidad. A conseguir las salas, entre otras muchas cosas, los ayudó la Red de Técnicos de la provincia.
También obtuvieron un aliado comercial, un productor y exportador. Así, Mieles de Chaco es la marca que les compra la producción y la exporta a nombre de cada productor. “Porque al ser orgánica, por trazabilidad, se vende a nuestro nombre”, explica Luis, que hoy ya tiene 300 colmenas, mientras la asociación ya nuclea a unos 70 productores que generan casi 400 tambores por año.
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“En otros lugares, la apicultura es una actividad secundaria. Acá no, los jóvenes se suman porque no tienen opciones de trabajo. Si no son apicultores, se dedican a talar el monte y vender la madera o se van a una ciudad. Con la apicultura ven que pueden adquirir cosas que de otro modo no lograrían”, describe Luis.
Además, cuenta que donde hay apicultores no se corta un solo árbol, porque saben de la importancia de tener árboles. Explica: “Sin árboles no hay flores y sin flores no hay néctar que alimente a las abejas. El algarrobo, que es uno de los árboles más importante en nuestra zona, a su vez permite alimentar a vacunos y cerdos con sus chauchas”.
Luis tiene dos hijas de 16 y 13 años y un hijo de 8. Lo que gana le permitió, entre otras cosas, comprarles una moto para que fueran a la escuela, que queda a cinco kilómetros, y hacer una casa. “Yo no supe hasta hace poco qué era un aire acondicionado y ellos hoy tienen uno en cada habitación. Y si quieren seguir estudiando puedo ayudarlos para que lo hagan. Eso sí, hay que aprender a administrarse porque el dinero entra una vez al año”, aclara Luis.
Chaco podría ampliar la zona de producción orgánica. “En el Impenetrable, desde la ciudad de Castelli hacia el norte; en la zona este de la provincia, los humedales de Margarita Belén y General San Martín; y la zona de bajos submeridionales, casi en el límite con la provincia de Santa Fe”, son, según Chipulina, las zonas donde es posible hacerlo.
Para eso, detalla, se necesita financiación —cada colmena en producción requiere una inversión de entre 20.000 y 30.000 pesos—, gestión de la documentación y que los productores entiendan que lo orgánico —miel, carne caprina, etcétera— puede ser sustentable y genera mayores ingresos, lo mismo que la denominación de origen.
Sigue Chipulina: “Se necesitan más políticas públicas porque la presión del sistema agrícola es muy fuerte. También se necesita hacer foco en la integración de los sistemas productivos con diferenciación que existen en la zona, los cuales permiten mayores ingresos a los productores, al mismo tiempo que garantizan la conservación del ambiente y la sostenibilidad de los procesos. En este contexto una camioneta puede hacer la diferencia”.
Además, que la planificación de estos programas, que muchas veces se hace en centros alejados de los territorios, “tenga en cuenta las características del lugar y la cultura, en este caso de los pueblos originarios, los criollos y de los que vinieron de afuera y se instalaron”, resalta el técnico.
La provincia exporta el 98 % de la miel que produce. “Para lograrlo, contamos con 30 organizaciones apícolas que nuclean a los productores locales y que funcionan de manera comunitaria. A su vez, cada organización dispone de la infraestructura necesaria para envasar la miel en tambores. Luego, venden todos juntos, por lo que consiguen mejores precios y previsibilidad”, dice Soneira.
Otro tema es la fuente de trabajo para las mujeres que representa la apicultura. Ellas generalmente se ocupan de la administración, el armado y la limpieza de los marcos, que son actividades que se hacen en las casas. La inserción de las mujeres en el sector creció tanto que hoy algunas administran o presiden las organizaciones.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN, y fue publicada originalmente el 13 de junio de 2022.
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