Los talibanes tomaron el control de Kabul, una ciudad que no pisaban desde 2001. Ahora, los occidentales y los opositores huyen en masa de Afganistán: se ven escenas de caos y terror, calles desiertas, negocios cerrados, mujeres sin derechos y militantes armados con Kalashnikov. El asunto puede entenderse mejor leyendo tres libros que hoy te recomiendo.
Plus: Cómo trabaja Jon Lee Anderson, el gran cronista internacional.
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“Estados Unidos se suma a una línea de predecesores notables [que no pudieron dominar Afganistán], entre ellos Gran Bretaña, en el siglo XIX, y la Unión Soviética, en el XX”, escribe esta semana Jon Lee Anderson en la revista The New Yorker. “Esos precedentes históricos no hacen que la experiencia estadounidense sea más agradable. En Afganistán —y, en realidad, también en Irak— no es que los estadounidenses simplemente no hayan aprendido de los errores de los otros; en realidad no aprendieron de sus propios errores, cometidos una generación antes, en Vietnam”.
Anderson es uno de los periodistas más relevantes de nuestra era: staff writer de The New Yorker, corresponsal de guerras y de terremotos, maestro de la Fundación Gabo y autor de —entre muchos libros— la monumental biografía Che Guevara: Una vida revolucionaria. Un gran editor me dijo una vez que, al lado de Anderson, Hemingway parecía un niño de pecho.
Jon Lee cubrió la invasión de Afganistán en 2001, y sus envíos periodísticos desde el frente fueron recopilados en La tumba del león. En esos tiempos que hoy parecen remotos, llegó a Afganistán diez días antes de que los bombarderos estadounidenses comenzaran a atacar a Al Qaeda y a los talibanes. Seguirlo a él es un modo de entender por qué lo que pasa hoy en Kabul importa a nivel global.
Según leemos en La tumba del león, Anderson presenció la caída de Kunduz, uno de los bastiones talibanes, e hizo un viaje espeluznante a través del Hindu Kush hasta Kabul, donde el gobierno interino estaba tomando el poder con torpeza. En Kandahar descubrió que los talibanes no eran simplemente los hombres austeros y abnegados que decían ser. Anderson se comunicaba con The New Yorker por email a través de un teléfono satelital que funcionaba con un generador a nafta, y sus textos hablaban de warlords (señores de la guerra), políticos astutos y combatientes con una lealtad no occidental.
Volvemos a 2021. En su artículo actual, Anderson explica que el sonado regreso talibán llevó 20 años pero es un ejemplo clásico de una guerra de guerrillas de desgaste, y —dice— involucró una campaña sigilosa de ataques militares, asesinatos selectivos para desmoralizar a los adversarios y actos de terror que debilitaron al gobierno. Siguió una campaña pública de negociaciones con el gobierno (y con Estados Unidos) para promover la idea de que, como fuerza, los talibanes no son realmente extremistas. “Pero los talibanes”, escribe Anderson, “por su propia naturaleza, son fundamentalistas, creyentes en un estricto credo coránico”.
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Hay otros libros para asomarnos a la vida de Afganistán antes, durante y después de los talibanes. Uno que me parece muy especial fue escrito por Juan Pablo Villarino, un argentino que recorrió más de 180.000 kilómetros en 91 países y que fue considerado por The New York Times como “el mejor mochilero del mundo”. En Instagram es @acrobatadelcamino.
- Leé en SIE7E PÁRRAFOS: Viajes en Instagram y en libros: la vuelta al mundo al alcance de la mano
Su libro es Vagabundeando en el Eje del Mal: Un viaje a dedo en Irak, Irán y Afganistán. Tiene 350 páginas, 200 fotografías, 16 láminas a color y seis mapas, y vendió más de 12.000 ejemplares. Villarino recorrió Afganistán en 2005, aldea por aldea, a lo largo de 1.385 kilómetros. “Mi libro no niega la existencia de grupos terroristas”, escribe en este posteo en su blog, “sino que demuestra la solidaridad de los afganos comunes y corrientes, a pesar de los primeros”.
“Sus páginas”, lo presenta, “recogen los episodios y las vivencias compartidas a lo largo de mi caminata, mochila al hombro, con los pobladores locales. Maestros afganos, vendedores del bazar de Aleppo, amables clanes beduinos de Siria, granjeros que absortos en su Sahara me preguntaban si en Argentina también había estrellas o miembros de la inteligencia siria encargados de perseguirme”.
- Ahora, a propósito del regreso talibán, Villarino acaba de escribir en Instagram: “Hoy una facción rural, casi analfabeta y sin graduados universitarios entre sus filas, asume el liderazgo de un país que llevaba 20 años intentando florecer. Uno ya no sabe dónde buscar culpables. Me duele por esa parte de los afganos que sí están listos para vivir en libertad”.
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Por otro lado, el periodista y viajero argentino Fernando Duclos (@periodistan en Twitter y en Instagram) también estuvo en Afganistán mientras recorría la Ruta de la Seda.
- Hace unos días armó tres hilos muy interesantes en Twitter para explicar el retorno de los talibanes.
En uno de sus tweets, Duclos recomienda Guerra, un libro fantástico del periodista estadounidense Sebastian Junger —de Vanity Fair—, quien compartió quince meses la vida con un pelotón en un lugar remoto de Afganistán. A Junger no le interesaba —leemos en el libro— lo que sucedía a nivel político, sino las experiencias y los sentimientos de unos soldados que se enfrentaban al riesgo de la muerte cada día: la violencia del combate, el miedo ante una emboscada, el aburrimiento en los momentos de inactividad y la confianza que se establecía entre hombres cuya supervivencia dependía del compromiso de cada uno.
- Un subrayado: “La mayoría de los hombres rondaba la veintena y muchos no conocían nada más que la vida en casa de sus padres y la guerra”.
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Hace poco entrevisté a Jon Lee Anderson. Fue antes del regreso de los talibanes, así que no tocamos ese tema. Le pregunté sobre su método de trabajo. Quería saber cómo se escribe una de esas crónicas reporteadas en lugares remotos o riesgosos (a veces ambos) y destinadas a convertirse en clásicos.
“La mayoría de las piezas que publico en The New Yorker las planteo yo”, me dijo. “A veces me las plantean ellos y me preguntan si tal o cual historia me interesa. Si les digo que sí, voy detrás de la historia. A esta altura conozco gente en muchos lugares, sobre todo en América Latina, que es donde me he enfocado más en los últimos años, y entonces comienzo por enterarme de la situación y me acerco y empiezo con las entrevistas”.
Últimamente vuelve a su casa, en Inglaterra, para escribir. “Casi siempre me demoro unas tres semanas en lograr un primer borrador de 10.000, 11.000 o 12.000 palabras”, me contó. “Yo intento establecer mi noción de la historia: recurro a libros y a datos durante la creación de la pieza. Hay una parte creativa, que es: ¿cómo comienzo? Por supuesto intento cierta creatividad en la estructura, pero también hay una parte fáctica y ahí recurro a Internet o a libros para estar seguro de que mis facts están bien; eventualmente hago llamadas a fuentes para asegurar ciertas cosas. Lo entrego a mi editor. Luego él lo estudia y me manda de vuelta, me dice 'genial’ o no, o lo que sea. […] Todo demora como tres meses, a veces más, a veces menos”.
Me pregunto si Jon Lee Anderson ya estará viajando hacia Kabul… De un modo u otro, sus lectores pronto lo sabremos...
* Leé acá la entrevista completa (vía Relatto)
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Nos vemos,
Javier