¡Hola, amigos y amigas! Hoy, un tema apasionante. La literatura creyó durante muchos años en el amor, le rindió su tributo y seguro que ustedes alguna vez se enamoraron como en las novelas... pero después llegó un tema mejor: el divorcio.
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Divorcio de película. ¿Alguna vez te rompieron el corazón? O peor, ¿alguna vez lo rompiste? El año se terminó con una película que partió corazones al ritmo del declive de una pareja casi perfecta. En Historia de un matrimonio, de Noah Baumbach, Adam Driver se deja divorciar por Scarlett Johansson ¡Qué triste es separarse! Lloré y a él lo amo, pero no soy fan de la peli. Como sea, el año que terminó nos dejó dos libros diferentes que, juntos, funcionan a la perfección. ¿Qué los une? El desamor.
- En la literatura hubo divorcios “sonoros”. No es la primera vez, por supuesto, ya que es prácticamente el tema predilecto de la literatura del último tramo del siglo XX, pero hubo dos casos muy especiales que, por su diferencias, se unen. Se trata del libro editado en 2019 por Penguin (y que todavía no llegó a la Argentina: ¡atención, traductores!), State of the Union: A Marriage in Ten Parts, de Nick Honrby, y el mil veces citado, editado por Sigilo, de Valeria Luiselli: Desierto sonoro (juré que no te internaba más... mentí).
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Excursus autorreferencial y cholulo. Mi divorcio favorito de la literatura: el de Bette Davis. El 7 de diciembre de 1938 salió una noticia breve, pero que a muchos les llamó la atención. El New York Times anunciaba, sin mucho ruido, el divorcio de Bette Davis, megaestrella del momento, con Hamon Nelson, su ahora exmarido. ¿Las razones? Que la Davis leía demasiado. Según las palabras textuales de Nelson, él se sentaba por ahí mientras ella “leía una cantidad innecesaria”. “Insistía, incluso, en leer cuando tenía invitados”, se quejó el tipo, “fue insoportable”.
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Otra vez Luiselli. Se terminó el año, se terminó enero —casi tan largo como el año— y febrero capitula ante todos nosotros. Ya nos olvidamos hasta de los rankings y la tierra y los ríos de nuestro continente terminaron de asimilar con dignidad sorda lo que ya digerimos nosotros mismos en las fiestas. Y acá estoy, una vez más, con la Luiselli.
Porque cuando dije que me pareció una de las mejores novelas del año, no estaba embromando. ¿Para qué enamorarse si no te vas a dejar perseguir por los efluvios de esa infatuación? ¿Si no vas a errar y desvariar en nombre de ese aturdimiento? Así que acá está, una vez más, al borde de mi boca, esa escritora mexicana o universal. Pero esta vez con un poco de contraste.
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Una pareja, como se dice, despareja. 2019 se fue con dos obras perfectamente diferentes que hablan de un mismo tema: separarse. Y ahí están estos dos libros. Por un lado, Desierto sonoro, el mamotreto de 500 páginas de Luiselli. Una novela montada sobre ese intrincado hilo (un matrimonio en vías de disolverse) que aprovecha el viaje (literalmente) para exponer una realidad que los supera: la crisis migratoria de los Estados Unidos.
Y en el otro extremo está State of the Union: A Marriage in Ten Parts, una obra brevísima, casi enteramente construida con diálogos y descripciones que podrían pasar por didascalias. Pero también hay un telón de fondo, un contexto nacional, una problemática de la opinión pública: el Brexit. (Nota: la nouvelle de Hornby también se transformó en serie para la BBC, con un formato de 10 capítulos de 10 minutos).
- Otra interrupción. Mientras escribo esto, sentada a una mesa en un balcón porteño, en mis auriculares suena, gracias a la mano divina del aleatorio, “Romeo & Juliet”, de Dire Straits. Me entero: en Spotify tiene casi 98 millones de reproducciones. Una bestialidad. Y pienso: No es la excelente y lamentable historia de Romeo y Julieta, acaso, al contrario de lo que creemos, una historia sobre una separación. Quiero decir, al final, ¿no hay una pareja rota por la acumulación frenética de malentendidos? Forzado, pero posible. “Julieta, cuando hacíamos el amor, solías llorar”, canta Mark Knopfler.
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Volviendo a Hornby y Luiselli. Cuando en Desierto sonoro el amor roto es una excusa para contar el drama de una nación, en Hornby los problemas de su país son un argumento para detenerse un rato en el drama de toda pareja. Si la de Luiselli es una densa ópera, con recreos necesarios y oportunos en el rock, Nick Hornby, por otro lado, es una canción pop. Es liviano y alegre, y puede estar hablándote de cómo es que se te parta el corazón, de qué se trata envejecer y dejar de amar, pero ahí está, con su sonido inteligente, su ingenio y su gracia.
Si una no le tiene miedo a los adjetivos y a las descripciones largas, el otro es sucinto, breve y puntual. Si una puede correr el riesgo de empantanarse en las arenas más que traicioneras de la solemnidad, el otro no acepta código que no sea el del humor.
Spoiler. Pero tres cosas las unen, porque, se sabe, los opuestos se atraen. Lo principal es que los dos libros, tan distintos, son hermosos. Y su tema: el divorcio. La aceptación, de algún modo, de ese párrafo fatalista incrustado en todo contrato amoroso: ¡che, sabelo, se puede acabar! Me acordé de una vez que fui a escuchar a Kureishi a hablar sobre Intimidad en una librería de NY con quien entonces era mi marido. Snif.
- Y lo último (y acá va un spoiler): como si fuera un asunto demasiado delicado para revelarse, en ninguna de las dos novelas sabemos, hacia el final, si los amantes se separan. ¿Pero quién le tiene miedo a los spoilers? ¿Y a las separaciones?
Y aquí, los libros de no ficción de la semana:
La risa caníbal, de Andrés Barba, comentado por Miriam Molero. "En nueve ensayos breves Andrés Barba hace un recorrido histórico y temático acerca de la risa: sus resortes de producción, sus efectos deseados e indeseables, sus conos de sombra, sus zonas de exclusión. La risa aparece necesariamente como un campo de batalla religioso, un arma discursiva política e ideológica y, más sutilmente como adormecimiento ante el peligro: ¿es aconsejable reírse del poder aunque el poder esté en manos de alguien tan hilarante como Bush hijo? Dice Andrés Barba: 'Bush hizo de sí mismo una pantalla que escapaba por completo a la interpretación, poniéndose un paso más allá, inalcanzable a la lógica, gracias a la palmaria y espectacular exhibición frontal de su estupidez. Uno podía reírse de él, pero no triunfar sobre él. Sobre el idiota no era posible triunfar porque al fin y al cabo el idiota vivía solo en su cumbre'. La risa pues, a pesar de la buena prensa que tiene, puede ser una trampa, una maniobra de distracción, un enemigo". El comentario completo.
La fábrica de tiempo, de Pablo M. Fernández y Martina Rua, comentado por Sebastián Davidovsky. "La fábrica de tiempo (de Martina Rua y Pablo Fernández) es una guía en estos tiempos. Pero, lejos de serlo en materia espiritual, está llena de consejos prácticos. De aquellos que sirven para identificar problemáticas que tienen que ver con nuestra productividad diaria o que sirven, de forma explícita y práctica, para terminar con esos vicios permanentes. Sirve para evaluarse, pero sobre todo para optimizarse; y no solo en función de la producción, sino todo lo contrario: a favor del ocio. Acá seleccioné algunas partes del libro que, aunque caprichosas (¡y en siete párrafos!), me parecieron super útiles". El comentario completo.
Hasta acá llegamos por hoy, amigos. Espero que les haya gustado el envío de hoy. Los leo siempre, escríbanme a: sieteparrafos@redaccion.com.ar
Fuerte abrazo,
Flor.