Nadav Klein es investigador post doctoral en la facultad Harris Public Policy, Universidad de Chicago.
Vivimos en una era de la información. En teoría, podemos enterarnos de todo sobre cualquier persona o cosa con un mero clic. Toda esta información debiera permitirnos tomar todo el tiempo decisiones basadas en excelente información y datos.
Pero la generalizada disponibilidad de información no significa que uno haga en realidad uso de ella aún cuando la tenga. De hecho, décadas de investigaciones en psicología y ciencia de la conducta muestran que la gente hace de inmediato juicios precipitados basados en poca información, en distintas situaciones.
La gente se hace impresiones duraderas de los otros en el lapso de milésimas de segundo, las juntas encargadas de evaluar a los maestros juzgan a los docentes en menos de un minuto en tanto que los consumidores toman decisiones de compra basadas en escasa deliberación. Hasta las decisiones a la hora de votar pueden aparentemente basarse en impresiones formadas durante períodos de tiempos increíblemente cortos.
Si estos hallazgos le parecen increíbles, investigaciones recientes realizadas por mi colega y por quien esto escribe sugieren que usted no es el único. La inmediatez del juicio humano sorprende a la gente por lo general. Los individuos no tienen prevista la poca información que ellos y otros usan a la hora de tomar decisiones.
Y esta desconexión puede tener consecuencias en la vida cotidiana: después de todo, el hecho de reconocer qué tanta -o tan poca- información utiliza en realidad la gente para hacer juicios y tomar decisiones podría influir en lo que compartimos con otros. La candidata a un empleo debiera tener idea de qué tanto van a leer de su CV sus posibles empleadores de modo de priorizar sus esfuerzos acorde con ello.
Y ayudaría cuando uno está decidiendo qué tanta información tener al tomar nuestras propias decisiones. ¿Cuánto tiempo, por ejemplo, debemos probar un servicio de subscripciones antes de decidir si nos gusta lo suficiente como para pagarlo? ¿Cuánto tiempo debiéramos salir con una persona que nos interesa como pareja antes de decidir si nos comprometemos o no?
Comparando predicciones y la realidad
En nuestra investigación, mi coautor Ed O’Brien y yo evaluamos si la gente es capaz de anticipar con exactitud qué tanta información usan tanto ellos como los otros a la hora de hacer distinto tipo de juicios. Descubrimos de forma sistemática que la gente se sorprende de la rapidez con la que hacen juicios y de la poca información en la que se basan para hacerlo.
Preguntamos a los participantes en uno de los estudios que se imaginaran teniendo interacciones agradables o desagradables con otras personas. A modo de comparación, preguntamos a otro grupo de participantes que anticiparan cuántas de esas interacciones necesitarían ellos para determinar el carácter de alguien. Descubrimos que la gente pensaba que necesitaba muchas interacciones para poder hacer esa apreciación, cuando, de hecho, el primer grupo necesitaba nada más que unas pocas.
En otro estudio les preguntamos a estudiantes de MBA (Master of Business Administration o Maestría en Administración de Empresas) que escribieran solicitudes para hipotéticos puestos administrativos y le pedimos luego a gente de Recursos Humanos que leyera los materiales. Nuestros candidatos escribieron y compartieron mucho más material del que se preocuparon en leer los profesionales que contrataban.
Le pedimos también a gente que nunca había estado casada que vaticinara, después de conocer a su futuro cónyuge, cuánto tiempo le llevaría decidir si esa persona era el amor de sus vidas. Un 39 por ciento de esta gente que nunca había estado casada dijo necesitar salir con esa persona durante más de un año antes de poder sentirse lista para pasar el resto de su vida con él o ella. En cambio, la gente casada dijo haber hecho ese juico con mucha mayor rapidez -sólo el 18 por ciento indicó que le había llevado más de un año llegar a esa conclusión.
Vaticinios equivocados similares tienen lugar cuando se evalúan los servicios de subscripción basados en períodos de prueba, cuando se prueban bebidas nuevas o cuando se evalúan rachas de suerte, rendimientos atléticos o notas académicas. En todos los casos, la gente dijo creer usar más información de la que usó en realidad.
Malinterpretando esta tendencia humana
Existen varias razones por las que la gente tendría la impresión equivocada sobre la velocidad con la que ellos y otros hacen apreciaciones.
Una posibilidad es la creencia de que la mente humana procesa la información progresivamente. Una perspectiva ingenua podría imaginar que la información nueva se apila arriba de información vieja hasta que se llega a algún umbral mental para la toma de una decisión. Sin embargo, lo que sugieren las investigaciones preliminares es que el agregado de información se acerca mucho más a una función exponencial; las primeras informaciones pesan mucho más que las últimas.
Otra posibilidad es que la gente no logra darse cuenta de lo rica e interesante que es cada pieza separada de información. En psicología esto se denomina brecha de empatía. Pensemos en la pregunta de cuántas interacciones son necesarias para que decidamos si nos gusta y confiamos en alguien. Sería tentador pensar que uno va a evaluar racionalmente cada interacción al igual que haría con una estadística en seco. Pero los encuentros sociales son vívidos y cautivantes, y la primera experiencia puede simplemente resultar tan maravillosa como para inclinar nuestro juicio de manera irrevocable, volviendo innecesarias las futuras interacciones.
Reconociendo el apuro para juzgar
No está claro que las decisiones rápidas sean siempre malas. A veces los juicios apresurados son llamativamente exactos y pueden llegar a ahorrarnos tiempo. Sería devastador tener que revisar toda la información disponible sobre un tema cada vez que tuviéramos que tomar una decisión. Sin embargo, el hecho de no entender bien cuánta información utilizamos de hecho para hacer nuestros juicios es algo que tiene importantes implicancias más allá de tomar buenas o malas decisiones.
Tomemos el caso de las profecías autocumplidas. Imaginemos una situación en la que un gerente se forma una opinión tentativa sobre un empleado que luego deviene en una serie de decisiones que afectan toda su trayectoria profesional. Un gerente que ve a un subordinado dar un pequeño paso en falso en un proyecto insignificante podría evitar asignar proyectos interesantes para el futuro que, a su vez, podrían paralizar las perspectivas profesionales de este empleado. Si los gerentes no son conscientes de qué tan dispuestos están a hacer juicios iniciales veloces y basados en poca información, serán menos proclives a cortar de raíz estos destructivos ciclos autocumplidos.
Otro ejemplo sería la tendencia humana a apoyarse en estereotipos a la hora de juzgar a otras personas. Si bien uno puede creer que tendrá en cuenta toda la información disponible sobre otra persona, la gente tiene más probabilidades de considerar muy poca información y dejar que los estereotipos entren subrepticiamente. Sería un error comprender la rapidez con la que se hacen juicios que vuelven tan difícil la exclusión de la influencia de los esterotipos.
La tecnología moderna permite que virtualmente toda decisión tomada hoy esté más informada que la misma decisión tomada hace algunas décadas. De todos modos, la confianza humana en apreciaciones rápidas podría frustrar esta promesa. En la búsqueda por una toma de decisiones basada en mayor información, los investigadores necesitarán analizar formas que alienten a la gente a aminorar la velocidad de los juicios.
© The Conversation
Traducción por Silvia S. Simonetti