El intercambio en el grupo de WhatsApp duró dos días. El primer día, el miércoles 22 de septiembre, dos mujeres, Anabella y Noelia, iniciaron una discusión por algún motivo que a esta altura ya no importa, pero que rápidamente llevó a Noelia a escribirle a Anabella: “¿Vos me estás hablando a mí?”. “Y ahí le digo: ‘Sí, a vos te estoy diciendo’”, contó después Anabella. “Y me empezó a hablar de mala manera. Me mandó un audio en el que me hablaba de muy mala manera, como yo jamás hablé”.
Anabella y Noelia son las madres de dos niñas de 4 años, compañeras en el jardín de infantes del Instituto Evangélico Americano (IEA), un colegio de Caseros, en el partido bonaerense de Tres de Febrero. El grupo de WhatsApp se llama “Sala Roja I.E.A.” y se convirtió en un campo de batalla.
“No, flaca, te re confundiste”, le dijo en un audio Anabella a Noelia. “¿Sabés qué? Yo con mamás luchonas no converso”. Mamá luchona: la que no se ocupa de sus hijos; la que, como dice una cumbia de El Retutu titulada “Mamá luchona”, “se compra zapatillas, se compra pantalón/ se gasta en el baile toda la asignación”.
“¿‘Mamá luchona’ me decís a mí, con la cara que tenés de frígida?”, respondió Noelia, y después agregó varios insultos. “Ya nos vamos a ver y más te vale que me lo digas en la cara. Pedazo de p**, ¿quién te pensás que sos, que te comés el mundo? Hablame por privado. ¿Tenés miedo?”.
“Me empieza a mandar mensajes privados para decirme que su mamá es docente [del mismo colegio] y que tuviera conducta porque si no mi hija en algún momento la iba a tener de maestra”, contó luego Anabella. Noelia la continuó hostigando en el chat: “Tampoco contestás la llamada que te estoy haciendo. Así somos todos vivos, hablamos y después nos escondemos […] Más te vale que me lo digas en la cara, eh. Contestá al privado, ¿por qué contestás por acá? No tenés que llevar tus quilombos para que te defiendan los demás. Contestame al privado”.
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Trolls más hostiles que un T-Rex con gastritis
Leo ahora una columna en La Nación donde Ariel Torres —periodista especializado en divulgación científica y tecnológica— se pregunta por qué son tan tóxicos los grupos de WhatsApp y se responde que no estamos preparados para estos espacios donde habitan “malandras irrespetuosos, sociópatas verbales y trolls sin vida, pero más hostiles que un T-Rex con gastritis”.
Dice: “Lo que no vimos a tiempo, y por eso explotó todo, es que […] en los grupos de WhatsApp nos conocemos personalmente. […] Suena bien, pero sobre los intereses comunes pueden surgir pujas que escalan hasta la guerra de exterminio. Los grupos de la escuela donde van nuestros niños es un ejemplo de manual”. WhatsApp no es 100% virtual, dice Torres, ese es el gran dilema.
Algunos estudiosos del comportamiento virtual explican que se producen muchos malos entendidos en la comunicación vía WhatsApp, siempre, porque son un reflejo de los problemas de la comunicación cara a cara, no algo distinto.
Y en esta nota de RED/ACCIÓN (y en nuestro podcast FOCO), hay consejos de Bautista Logioco —especialista en diálogo, transformación de conflictos y sostenimiento de la paz— frente a los conflictos en chats: conversar sobre las ideas y no sobre las personas; mostrar interés por el otro y escuchar lo que tiene para decir; tener curiosidad para conocer y ejercer una escucha activa del otro; y estar abierto a las posibilidades que puedan surgir.
? Sí, pero… ?
Al día siguiente de su intercambio con Noelia en WhatsApp, Anabella fue al jardín de infantes para plantear el conflicto, pero le dijeron que era de puertas para afuera y que no iban a intervenir. Cuando volvió a su casa, recibió un llamado. Un número que no conocía. Era Noelia.
“Me dice que por qué no hablaba con ella”, contó Anabella, “y me dice: ‘Mañana a la salida del colegio te cago a trompadas’”. Dicho, chateado, planeado. Hecho. Noelia fue al día siguiente con su padre, un kiosquero de 52 años: Alberto M. (abuelo de la alumna del jardín; esposo de la docente mencionada en la discusión —preservamos su identidad para no identificar a las niñas). Pero fue ella misma, y no su padre, quien buscó a Anabella y la encontró con un puño al pómulo.
Entonces la clave es entender qué nos ofrece la virtualidad como espacio para la agresión. “El espacio virtual hace lo que hace la distancia en cualquier discusión”, me dijo Miguel Espeche —coordinador general del Programa de Salud Mental Barrial del Hospital Pirovano—, “al no existir una cercanía, las personas se habilitan una mayor agresividad porque no tienen la devolución de esa agresión y no sienten una amenaza física, que es un mecanismo para aminorar la dosis violenta. Largan todo lo que sienten, no hay resortes restrictivos en el plano de lo violento. Es algo parecido a lo que pasa en los insultos de auto a auto”.
Siguió Espeche: “En ocasiones, el espacio virtual se solapa con el real y todo el voltaje violento pasa al nivel cara a cara, y las personas que tienen dificultad para manejar sus impulsos tienden más a las peleas porque han sentido esa violencia a través del campo virtual”.
Hablé también con Esteban Dipaola, doctor en Ciencias Sociales (Universidad de Buenos Aires) e investigador del CONICET. “Puede decirse que las redes ofrecen un espacio de inmediatez, y con esto digo de poca razonabilidad”, me dijo. “Allí se puede decir cualquier cosa porque se supone que no existen las mediaciones morales que vivimos en las relaciones tradicionales. El efecto de esto es la indignación y agresividad como forma de vinculación. Es lo propio de lógicas reactivas y defensivas”. ¿Cómo evitarlas o detenerlas? “Creo que ya se conformó un dispositivo cuyo funcionamiento es sostenido en esa moral despreciativa. No sé si es posible erradicarlo, sí puede transformarse, como ocurre con cualquier práctica social”.
Efecto de escalada y malentendido
Argentina es el séptimo país del mundo con más usuarios de WhatsApp: lo utiliza el 57% de los adultos con acceso a Internet y el 93% de los usuarios de smartphones: 26 millones de personas (según cifras de 2018). En 2020, una investigación de Accenture y Facebook mostró que WhatsApp es la aplicación de comunicación más popular en el país, utilizada por el 99% de los encuestados.
Pregunté a nuestra comunidad de lectores y lectoras en qué medida las peleas por chat o en redes sociales despiertan furia, y cómo podríamos manejarlas…
… y las respuestas fueron variadas y elocuentes:
- “No me meto en grupos, son un infierno y mucha gente aprovecha que ‘solo es Whatsapp' para decirte cualquier cosa. Solo estoy en donde no se puede dar opiniones ni sugerencias, solo es como para pasar info y contactos, y se elimina a quienes no cumplen. Me parece sano porque he sufrido cyberbullying por esos grupos espantosos. Hasta en el de la familia pusimos reglas” — Paula Acunzo [Facebook]
- “Por qué la virtualidad genera ese efecto multiplicador: (1) no nos escuchamos a nosotros, se pierden matices, es pura proyección. Al leer los mensajes, nosotros ponemos el tono en nuestra mente, (2) se desacopla el mensaje del contexto, (3) hay un efecto de escalada y de malentendido superpuesto muy peligroso” — Cecilia Plano [miembro co-responsable de RED/ACCIÓN]
- “Este año desbloqueé el nivel pelear en el chat de mamis. Porque avisé que mi hijito tenía fiebre y cerraron la burbuja del jardín. 'Te voy a pasar mi cbu, se cagan en la gente que labura', decía la otra. En fin, si no hubiera sido la protagonista, habría sido la mejor anécdota del jardín del año” — Kiti López [Facebook]
- “No medís ni la intensidad de las palabras ni los gestos, todo suena más duro y agresivo de lo que realmente es. Con mi compañera tenemos la regla de que por Whatsapp no se discute” — @piladelibros [Instagram]
- “Las peleas por chat, mail o redes sociales son parte de la violencia cotidiana que vivimos. Por otro lado, hay dificultades en el chat. El tono de la conversación lo pone el otro. ‘El mensaje viene del otro en forma invertida’, sostiene Lacan y ahí es donde se adjudican significados que imaginamos nosotros. Sin el cuerpo presente es más fácil agredir. Lo que se dice de modo virtual es difícil luego de sostener de cuerpo presente. Pasa con las peleas y también con lo sexual por ejemplo (sexting). La comunicación tiene mucho de malentendido y el chat o las redes sociales lo incrementan” — Diego Quindimil [Instagram]
Por qué el insulto no es gratuito
En el jardín de infantes, entre padres y niños y después de recibir un puñetazo de Noelia, Anabella, aturdida, decidió entrar al colegio. No la ayudaron ahí. Llamó a su marido. Cuando este —comerciante, 46 años, nombre: Esteban B.— llegó al rescate de Anabella, lo recibieron los dos M.: el padre kiosquero y la hija crispada en WhatsApp. “Veo a esta mujer [Noelia] enfrentarse con mi marido”, contó Anabella, “y él a los gritos pidiendo que llamen a la Policía. En eso el padre de la chica [Alberto M.] golpeó a Esteban. Lo hizo con un anillo que se había puesto para pegarle”.
Resultado: sangriento, desgarrador. Esteban B. perdió la visión en su ojo izquierdo (los médicos lograron salvar el globo ocular). Y los M. terminaron acusados: Noelia, de lesiones leves; Alberto, de lesiones graves —y preso—. “Brutal pelea en la puerta de un colegio por los audios del chat de mamis”, tituló al día siguiente un diario.
Al final de la conversación, le pregunté cómo evitar estos conflictos a Miguel Espeche —del Hospital Pirovano—. Me dijo: “No usar al otro como tacho de basura de nuestras propias broncas. El insulto no es gratuito porque también nos daña a nosotros mismos entrar en ese circuito. Hay un mito que dice que cuando uno larga violencia, se descarga. No es así. Es al revés: uno se carga más de violencia si no administra esa bronca por canales menos violentos”.
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