¡Hola! En esta edición quisiera que reflexionemos sobre lo que pasa en este centro de salud, sinónimo de credibilidad en Argentina. De él podemos extraer muchas lecciones.
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No es fácil en estos tiempos hablar de credibilidad. Las instituciones, organizaciones, medios, marcas, todos estamos preocupados por ser creíbles. Cuando en Argentina se habla de credibilidad y uno apura a alguien a que diga cinco nombres u organizaciones creíbles, muchos mencionan un lugar totalmente inesperado: el Hospital Garrahan.
El Garrahan es una referencia para un país como el nuestro: se sabe que allí las cosas se hacen bien, que hay profesionalismo, vocación. Es casi una población en sí misma. Poco más de 530 chicos están internados a diario, pasan cada noche. Eso más sus familias. Y, claro, el personal, unas 3.000 personas. Allí hay personas las 24 horas del día, los 7 días de la semana.
Si uno lo visita hay mucho color: religioso, ideológico, muchas ideas diferentes, opiniones muy distintas. Sin embargo, son una suerte de maquinaria de salvar vidas a diario. Ya van casi tres generaciones para las cuales ese es el lugar de refugio para la medicina de un niño o niña.
Sus números tremendos e increíbles lo respaldan. Hay más de 2.000 chicos en el país que fueron trasplantados en el Garrahan. Diariamente hay 1.600 consultas. Por año pasan 600.000 chicas y chicos. De los 530 internados diarios, cada día 70 dejan la internación: son sanados o empiezan su tratamiento. Aproximadamente 30 cirugías por día. Y 12.000 personas que donan voluntariamente sangre por año: es el único centro médico de Argentina que no necesita pedir dadores de sangre. Son números únicos en el país y excepcionales aun a nivel mundial.
Pero su ejemplo trasciende la medicina. Allí, miles de personas —que piensan, sienten y ven la vida diferente— se juntan, reúnen, acuerdan para salvar a un chico o chica más. Hay ahí un ejemplo para cualquier ámbito de nuestro país, algo que habría que replicar. Es un lugar donde es permanente el trabajo por una sociedad mejor. ¿Qué hay allí que no podamos copiar? ¿Cómo podemos replicar esa fórmula?
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Tres preguntas a Rossana Jokmanovich, asistente social y presidenta de la ONG Fotos del Alma [por David Flier]. “Nuestro objetivo principal es la inserción social, educativa y laboral de personas con discapacidad. Y también el rescate de personas con abuso o en peligro de abuso en Corrientes y Chaco”, describe Rossana. Ella es ciega de nacimiento pero, gracias al apoyo de su familia, pudo estudiar y trabajar. Hoy está jubilada. “Desde muy chica me propuse hacer todo lo que estuviera a mi alcance por las personas con discapacidad”, dice.
—¿Qué aprendizajes tuviste al trabajar tantos años por los derechos de las personas con discapacidad?
—Se comprende por qué una persona con discapacidad obra de una manera o de otra. Hay gente muy maltratada, dejada de lado, invisibilizada. Aprendés que nadie es malo porque sí. Por ejemplo, cuando una persona ciega no quiere que la ayudes a cruzar, no es porque es mala: es porque tienen un dolor muy grande. Es necesario observar a las personas con discapacidad, sus dificultades y también sus potencialidades.
—¿Cuáles son los principales obstáculos que enfrentan en su búsqueda de mayor inclusión?
—Por un lado están los obstáculos políticos y de inclusión laboral. Hay muchas personas que son profesionales, capacitadas, pero tienen discapacidad y es difícil que consigan trabajo. Por ejemplo, te pasás un año esperando que salga un contrato en una escuela. Hay que demostrar a la sociedad que sí podés hacer algo: cocinar, lavar, planchar, enseñar. Otro obstáculo es que muchas familias de personas con discapacidad no les dan el lugar que les corresponde: las tratan con lástima. Hay personas de 30 años con discapacidad cuyas familias los tratan como bebés, no les dejan usar la plata de su pensión. Este tipo de cosas les impide crecer.
—¿Qué consejo le darías a una persona que quiere colaboarar con la inclusión de las personas con discapacidad?
—A las personas que quieren colaborar con la inclusión, mi humilde consejo es que primero reconozcan a las personas con discapacidad y que estudien u observen cuáles son sus problemáticas y necesidades. En general, la premisa es trabajo: las personas con discapacidad queremos trabajar. Tenemos las mismas emociones, sensibilidades, sufrimientos. Pero a veces estamos más solos que el resto. A veces las luchas son fuertes y estamos muy solos, porque no tenemos poder económico y cuesta más. Sobre todo diría a quienes quieran ayudar a personas con discapacidad que se acerquen y vean cómo colaborar. Eso es adherirse a la causa de la discapacidad: no hay milagros en esto, hay que hacerlo en forma sencilla, pero permanente.
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En la cultura de la inmediatez en la que vivimos, cada vez nos tomamos menos tiempo para entrevistas profundas. Sin embargo, de ellas se pueden extraer ricas lecciones que no necesariamente se anclan en sucesos de último momento. Un ejemplo es esta entrevista más que recomendable a Rodrigo Aloras, hecha por el periodista Juan Mascardi.
Rodrigo es un artista audiovisual y responsable de un documental que recibió múltiples premios en festivales internacionales en los últimos meses: La llama de la memoria, que cuenta la vida de David Galante. David, quien murió el año pasado, a los 93 años, fue un sobreviviente del Holocausto radicado en Argentina.
En la entrevista Rodrigo cuenta sobre su vida, sobre su encuentro con Galante pero también sobre algo para destacar: su motivación a la hora de narrar en un documental esta historia. “Quise hacer un film que resultara atrapante para un chico de 17 años. Ya los adultos hemos visto y oído de sobra sobre este tema, y no somos en definitiva los que vamos a cambiar las cosas ya. Pero para captar la atención de los jóvenes había que abordar el tema desde una nueva dinámica de relato”, dijo.
La entrevista no tiene desperdicio. Y, quizás, nos ayude a sacar ideas de cómo encausar nuestras pasiones para construir un mundo mejor.
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Hablando de construir un mundo mejor, es bueno reflexionar acerca de que no es importante dónde estemos o qué hagamos, siempre está a nuestro alcance ayudar a otros. Y para tenerlo presente, vamos con dos ejemplos de los tantos que podríamos encontrar navegando con ese propósito en la web.
Uno de ellos es el de Emiliano. Él es peluquero en una zona de bajos recursos económicos de Santa Fe. Cuenta en una nota que se encontró con un viejo conocido de la infancia, Marcos. Y que se sorprendió al notar que pedía limosna. Se conmovió al ver los efectos que había generado la crisis. Y quiso poner su granito de arena: lo llevó a su salón para cortarle el pelo y la barba. Podríamos pensar, ¿tan importante puede ser un simple corte de cabello? Emiliano aclara cómo un simple gesto puede calar hondo: “Conseguimos mucho más que un antes y un después, cuando llegó tenía un perfil cabizbajo, y después se lo nota totalmente cambiado, con más seguridad, alegre”.
Otro caso es el de Franco. Él trabaja como recolector de basura y complementa este trabajo con uno en Seguridad, para llegar a fin de mes. A él, su origen humilde le despertó el deseo de ayudar: “Yo también tuve necesidades. En mi infancia pasé hambre y frío durmiendo en la calle. Necesité calzados y sé lo que es sufrir por la pobreza, lo entiendo bien y no quiero que otras personas lo vivan; mucho menos los niños”, contó en una nota. ¿Cómo ayuda desde su lugar? Notó que muchas personas tiran ropa y zapatos. Entonces, al recolectar los desechos, comenzó a tomar estos elementos, arreglarlos y donarlos a lugares donde se los necesite.
No importa dónde estés. Siempre podés hacer algo por alguien.
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Cerramos esta edición con otra historia ligada a la inclusión de personas con discapacidad. Cuando tocamos el tema, solemos señalar que necesitamos cambiar nuestro paradigma: las personas con discapacidad pueden o no hacer ciertas cosas en función de las oportunidades que la sociedad le brinde. Y de esto da cuentas el ejemplo de Carlos y Emmanuel.
Carlos conoció a Emmanuel en una maratón. Carlos corrió aquella carrera y percibió el deseo de Emmanuel, que tiene parálisis cerebral y se moviliza en silla de ruedas, de recorrer los mismos senderos. Se hicieron amigos y en Carlos quedó el deseo de ayudar. Tanto que pidió favores, aprendió y usó sus capacidades para armarle una silla de ruedas adaptada. Una con la que pudiera sumarse a los corredores en las carreras.
Luego de tres años de aquello, la silla pasó de manos: la familia de Emmanuel quiso entregarla a Martina, una niña de nueve años que tiene un trastorno generalizado del desarrollo y no puede caminar. Porque la solidaridad que comienza en un corazón es el inicio de una cadena. Y está bueno que no se corte.
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