Espinacas. Cereales y yogures sin azúcar. Alguna fruta. Todo iba a la basura. Cuando hace dos años la Municipalidad de Pilar decidió mejorar la calidad de los alimentos que ofrecía en los comedores escolares, se evidenció un problema distinto a la falta de buena comida (que tantas veces falta): los niños y niñas desconocían aquellos alimentos y por eso no los comían.
La manera en la que comemos los argentinos arroja estadísticas preocupantes. En septiembre de 2019, la Encuesta Nacional de Nutrición y Salud señaló que el 41,1% de la población de entre 5 y 17 años tiene sobrepeso u obesidad. Y entre los adultos, la prevalencia del exceso de peso alcanza el 67,9%. Cifras que, además, tienen una tendencia creciente.
Además, la cuarta Encuesta Nacional de Factores de Riesgo, de abril del año pasado, remarcó que apenas el 6% de la población llega a las cinco porciones diarias recomendadas de verduras y frutas. En contrapartida, se consumen muchos ultraprocesados. Por ejemplo: un 36,7% de la población consume bebidas artificiales con azúcar al menos una vez al día, pero entre niños, niñas y adolescentes el porcentaje asciende al 46%.
El exceso de peso y los malos hábitos se asocian con problemas como diabetes, enfermedades cardíacas o hipertensión.
En este contexto, está pendiente en Diputados el tratamiento de la ley de etiquetado frontal, que ya tiene media sanción del Senado. Esta medida, implementada en otros países de la región como Chile y México, consiste en advertencias bien visibles en el frente de los paquetes de alimentos que son altos en azúcares, sodio, grasas, calorías y edulcorantes artificiales.
Mientras la ley —en medio de las presiones de grandes empresas para evitarlo— busca ver la luz sin modificaciones, surge una pregunta: ¿este paso, necesario, es suficiente para mejorar la manera en la que comemos? Dos de nuestros miembros co-responsables creen que, además de informar, es necesario educar. Y empezar por las bases.
“Está buenísima la propuesta del etiquetado, pero no entiendo por qué a la vez siguen dando desayunos nada sanos en los jardines y escuelas públicas (todo azúcar y harina) y así van mal educando y alimentando a generaciones de niños. Sería más fácil y efectivo empezar por ahí”, contó Max, a raíz de cuyo comentario comenzamos a pensar esta nota.
Mercedes, por su parte, cree “que es urgente implementar la educación nutricional, no solo desde las escuelas, sino también desde los comedores o merenderos, que son los lugares que alimentan prácticamente a diario a millones de personas en todo el país”. Y considera que es algo importante, incluso en un contexto de crisis.
La importancia de la escuela
Max tiene dos hijos que van a jardines de infantes públicos. Y le preocupa que (en días de clases presenciales), el desayuno consistiera en galletitas dulces, saladas, muffins con mucha azúcar. “En casa tratamos de cocinar mucho y cuando voy al supermercado busco productos más naturales, con menos ingredientes”, dice. Pero cree que ese tipo de alimentos en jardines y escuela no ayuda. “Falta educar: es importante enseñar a los chicos comer bien, se empieza con la costumbre. Pero también hay que enseñar a los grandes, porque mucha gente no tiene consciencia y es difícil cambiar los hábitos adquiridos en la juventud”.
“Sin dudas es más fácil empezar a introducir estos temas desde las escuelas, haciendo también que lxs niñxs lo transmitan a sus familias”, aporta Mercedes.
Una mirada similar tienen en la Fundación Educacional, un grupo de profesionales de la salud que brinda capacitaciones a grandes y chicos para que tengan una vida más sana, con la educación alimentaria como pilar fundamental. El foco de su trabajo está en las escuelas primarias y el nivel inicial.
“La escuela permite transmitir mensajes a más personas con menos recursos: en un aula les hablás a 25 familias, por lo menos. Además, va en línea con que la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda: poder trabajar los hábitos cada vez desde más temprano. Los chicos están construyendo hábitos, por lo que es una forma de proteger la salud a futuro”, explica Amalia Aimaretti, nutricionista encargada de las acciones educativas de la organización.
En los programas, se brinda la información oficial de las guías alimentarias. Pero Aimaretti aclara que estas son “orientaciones que a veces son difíciles para muchas familias; es importante que ellas conozcan y sepan cómo implementarlas de acuerdo a sus posibilidades”.
En la pandemia, los talleres presenciales para docentes o alumnos se volcaron a capacitaciones virtuales y apoyo a los docentes. Y siempre en busca de poder bajar a la práctica lo aprendido: por ejemplo, ahora esperan las recetas que alumnos y alumnas de una escuela de San Fernando (Buenos Aires) van a preparar.
“Cuando la escuela acompaña el mensaje, los chicos se lo lleva mucho más. Cuando lo trabajan desde los compañeros, con docentes, les das la información, empiezan a hacer campañas… se sienten empoderados”, dice Aimaretti. Como mantienen el contacto con las escuelas, hay maestros y maestras que les cuentan cómo niños y niñas tradujeron los saberes alimenticios en mejores hábitos a medida que avanzaban de año.
En marzo de 2019, el Ministerio de Salud sacó una resolución para promover “entornos escolares saludables”. En la misma, propuso una guía para establecimientos educativos para brindar opciones saludables e información sobre buenos hábitos a sus alumnos. Las mismas se basan en la Guía Alimentaria para la Población Argentina. Uno de sus pilares es que, la mitad del plato, debe contener verduras y frutas.
A propósito de las frutas, hay iniciativas que buscan fomentar su consumo entre los más chicos. Una de ellas es Fruteá tu escuela, un concurso federal que va por su cuarta edición y que insta a alumnos y alumnas a aprender sobre las frutas. Este año ya participaron más de 17 mil personas. Podés conocer más acá.
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El 16 de octubre, el Día Mundial de la Alimentación, el Ministerio de Desarrollo Social lanzó el programa Alimentar Saberes, mediante el cual busca fortalecer la educación alimentaria, facilitando la implementación de acciones y capacitaciones, dando asesoramiento técnico a equipos municipales y provinciales (luego se aspira a abrirlo a organizaciones civiles).
“Busca poner a disposición información”, resume Mercedes Paiva, directora de Políticas de Seguridad Alimentaria, quien trabaja en el programa. Y explica: “No es un programa enlatado que va a bajar contenidos iguales. Tiene una estructura de contenidos mínimos que vamos a transmitir, pero en un contexto de diálogo”.
Tres contenidos básicos de los módulos de Alimentar Saberes son soberanía alimentaria, limitación de consumo ultraprocesados y aumento del consumo de frutas y verduras, sobre todo la producida por agricultura familiar. Sobre este último punto, la funcionaria remarca la intención de que más comedores escolares incorporen frutas, algo que la pandemia dificultó. Pero aclara que esto también depende de los ministerios de Educación de cada provincia.
Paiva también destaca que desde el Estado entienden a la alimentación como un proceso complejo que no solo tiene una arista nutricional. Por eso, en el equipo también trabajan otros profesionales, como trabajadores sociales o antropólogos.
Antes de la pandemia, junto con la entrega de la tarjeta Alimentar, cuenta Paiva, se hacían capacitaciones a los usuarios que retiraban la tarjeta. Hoy, Alimentar Saberes trabaja para llegar de manera virtual incluso a quienes tienen menos conexión (por ejemplo, mediante grupos de WhatsApp).
Comer bien no siempre es caro
Ok, hay que comer más sano. Pero eso es caro, ¿no? No necesariamente. Hay estrategias de las que hablamos con las especialistas en nutrición para alimentarse bien incluso en tiempos difíciles.
- Productores locales. En los supermercados las frutas y verduras suelen ser más costosos. Los bolsones agroecológicos, que se hicieron más conocidos en el último tiempo, son una buena opción. “Hay que invertir tiempo en ver dónde están esos circuitos”, destaca Paiva.
- De estación ?. “Si el ají y el tomate están caros, es porque no es la época. Entonces significa que no hace falta comer ají y tomate y se puede reemplazar por otros alimentos”, señala Paiva.
- Usar legumbres. Son una buena fuente de nutrientes, como proteína y hierro, y bastante económicas. Combinadas con otros alimentos (como cereales) brindan proteínas de igual calidad a las de origen animal, explica Aimaretti. También se pueden usar para preparar hamburguesas, pastas como el hummus de garbanzos o snacks.
- El huevo ? es otra forma económica de incorporar proteínas. Las guías de alimentación actuales consideran seguro un consumo de un huevo diario.
- Agua ?. Aun en épocas de pocos recursos, muchas familias acostumbran a tomar bebidas azucaradas. El agua corriente es más barata y es una mejor manera de hidratarse.
- Cocinar ??????. Aprender a cocinar “con lo que hay” es una opción para no desperdiciar, según enfatiza Natalia Kiako, periodista y autora de libros sobre cocina. Y en la creatividad aparecen opciones de mejor calidad que las que compramos hechas, sin gastar más.
De los ultraprocesados a la comida casera
En los grupos de WhatsApp en los que desde el Ministerio de Desarrollo Social buscan capacitar sobre alimentación salidable, cuenta Paiva que “se hacen intercambios sobre prácticas culinarias, indispensables para repensar la alimentación”.
Para Kiako, “hubo un ‘boom’ de interés en la cocina al comienzo de la cuarentena argentina”. Ella brinda talleres en los que enfatiza la necesidad de volver a la cocina casera. “Para mí, la forma de repensar las compras que planteó la cuarentena inicial era una tierra fértil para que la gente empiece a hacerlas de una mejor forma: pensando rotación de ingredientes en casa, cómo hacer durar todo, cómo cocinar con ‘lo que hay’ y lograr algo rico. También dio lugar a que mucha gente revise sus hábitos, al quedarse en casa o convivir todo el día se volvieron evidentes costumbres o repeticiones que quizás no elegían, sino que repetían y cuestionaban”.
Kiako no cree que sean necesarios conocimientos de nutrición para comer bien, pero sí lo es cocinar. “Es un derecho y una obligación: es imprescindible para comer bien y para poder relacionarnos con un sistema alimentario más justo, sano y digno para todos sus involucrados. Necesitamos volver a las raíces: dejar de depender de paquetes y de sustancias de laboratorio, y recuperar alimentos con nombres que conocemos desde el jardín de infantes”.
En este sentido, tanto ella como Aimaretti y Paiva valoran el etiquetado frontal, pero entienden que no es la panacea: la comida más natural no suele venir empaquetada y un producto puede no tener sellos de exceso de azúcares o calorías pero no ser recomendable para uso diario.
Evitar los ultraprocesados fue uno de los temas que nuestra audiencia señaló a la hora de preguntarles por sus intereses sobre alimentación.
Claro que muchas personas no son conscientes de ello. Paiva cuenta que en encuestas que hacen a la población, hay quienes aseguran que el día anterior comieron “casero”. Cuando se les pregunta, la tarta estaba conformada de masa comprada, vegetales empaquetados, huevo en polvo…
El peligro de la sobreinformación y la publicidad encubierta
“Mi interés creció en la cuarentena, en parte por estar más tiempo en redes. Hay mucha información disponible buena… si sabés a quien seguir”, cuenta Sonia, una de nuestras lectoras. Y su aclaración final es relevante: la alimentación se volvió tema de influencers. Y hay de todo. Ella, sigue las cuentas que su nutricionista le recomienda.
“Hay una sobreinformación en redes. Muchas personas que no son profesionales de la salud hablan. Hay mucha recomendación de artistas descontextualizada”, se preocupa Aimaretti. Paiva, por su parte, cree la hora de escuchar información nutricional no solo es importante saber si quien habla es profesional: hay muchos conflictos de interés. “Hay publicidad disfrazada de información que confunde. Hay profesionales contratados por la industria para publicitar alimentos y esto, cuando ocurre, tiene que saberse”.