En esta edición quise hablar con algunas de las firmas más atractivas en lo que va del año. Son tres chicas y un chico muy jóvenes y publicaron libros muy buenos. ¡Hora de escuchar!
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Tres preguntas a Andrea Abreu. Con Panza de burro, su novela debut, se convirtió en una revelación de 2020. Nacida en 1995 y criada en las Islas Canarias, cuenta en este libro las experiencias de dos amigas que viven en un barrio popular en Tenerife: pérdidas, desigualdad, búsquedas de identidad. Está escrita con un tremendo slang. Abreu había publicado antes el poemario Mujer sin párpados y el fanzine Primavera que sangra.
- ¿Qué tiene que tener un texto tuyo para que funcione?
Musicalidad, ritmo. Nunca me siento a escribir hasta que la primera frase no funcione perfectamente dentro de mi cabeza. La repito y la repito hasta que me suena a frase de canción, como cuando me inventaba canciones de niña chica. Busco siempre combinar diferentes velocidades a través del exceso de puntuación o a la ausencia de esta, también alterno frases muy cortas con torrentes de diálogo interno. Creo que el ritmo es mi gran obsesión en la escritura.
- Panza de burro usa un lenguaje muy local. ¿Por qué creés que se lee también en otros países?
Supongo que esos otros países de los que hablas tienen conciencia de la gran variabilidad de las formas del español a lo largo del mundo. Yo amo leer a autoras como Selva Almada, Pilar Quintana, Fernanda Melchor o Rita Indiana. A veces hay palabras de sus libros que no comprendo, pero eso me hace sentir felicidad, que el habla es un campo inmenso de diversidad y belleza y que no es necesario forzar la escritura hasta el punto de que no se sepa demasiado bien desde que variante del español se está escribiendo. El español neutro al que nos habíamos sometido en el mundo de la literatura cada vez se nos parece más con una jaula demasiado estrecha dentro de la que se nos están clavando los barrotes. La universalidad de una historia no se limita por el hecho de que esa historia sea muy local en la ambientación o el lenguaje. De hecho, cuanto más específica y local sea una historia, mayor será el proceso de identificación con el lector. La verosimilitud se logra a través de la concreción y no de la abstracción.
- ¿Qué fue lo mejor que leíste últimamente?
Yo siento que tengo mucha suerte cuando leo. Rara vez me encuentro con lecturas que me desagraden. De entre las cosas que más me han gustado últimamente está No es un río, de Selva Almada.
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Tres preguntas a Matías Fernández Burzaco. Ya había mencionado en SIE7E PÁRRAFOS a este periodista de 22 años, que es una de las dos personas en la Argentina que tiene fibromatosis hialina juvenil, una enfermedad muy poco frecuente (en todo el mundo sólo hay unas 65 personas que la padecen).
“Qué raro que soy, qué deforme, y lo voy a contar todo”, escribe él en Formas propias: Diario de un cuerpo en guerra. Es su primer libro y ahí, con una sinceridad valiente, cuenta sobre la enfermedad, los cuidadores que lo ayudan y también los que son freaks, la madre, el padre y los amigos, la marihuana, el sexo y el despertar hormonal.
- ¿Qué le aportó la escritura a tu vida?
Un montón de herramientas literarias para canalizar los pensamientos y para retratar —con mis formas propias: todos tenemos formas propias del cuerpo y de la palabra— un montón de imágenes y de personajes que me generaban curiosidad. Y de pronto me di cuenta de que mi cuerpo era como un personaje dentro mío. Me di cuenta de que yo tenía que saber todo sobre mi cuerpo antes de escribir. La escritura me aportó soledad, privacidad, independencia, tiempo y confianza para convertir un mundo tan singular en algo universal.
- ¿Qué descubriste, a través del libro, sobre tu enfermedad?
Descubrí que me estaba haciendo el distraído y que por algún motivo (no saber el motivo me daba miedo) no quería mirar y pensar el cuerpo. Y descubrí que era necesario estacionar frente al espejo y hacerme preguntas de una vez por todas. Descubrí que jamás voy a descubrir todo-todo. Descubrí que no se hizo el estudio molecular y que no se sabe cuál es el gen exacto de la enfermedad: la patología se diagnosticó por descarte. Descubrí que antes estaba realmente a ciegas y que después de hacer el libro no terminé de entender algunos datos ni por qué “aguanté” tanto. Descubrí que mi médica estaba preparada y que no era tan estúpida como pensaba: cada decisión que tomaba ella tenía su justificación. Y descubrí el deseo de coger, de tener una vida sexual sin pensarla en términos de penetración, deseo de penetrar (también), de besar y de poder sacarme fotos o nudes y mandárselas a pibas. Deseo de sumergirme en el vértigo y escribir más y más. Deseo de vivir solo, de dejar de depender de mis padres. Deseo de darle trabajo a mis amigos y de devolverles el amor y el cuidado que tuvieron conmigo.
- ¿Qué fue lo mejor que leíste últimamente?
Yo fui un pornostar y otras crónicas de lujuria y demencia, un libro viejo de [Emilio] Fernández Cicco. Me lo pasó hace poco. Me maté de la risa y me encanta lo salvaje que es su escritura. No le importa nada. Me representa mucho él. Su mirada. Re crudo y con un poder de humor tremendísimo.
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Tres preguntas a Antonella Saldicco. Cuál es el pez que tiñe el mar, su primera novela, enhebra las aventuras un poco melancólicas de una actriz en una residencia de teatro en Kioto, Japón. Con una escritura poética y dedicada, Saldicco —protagonista de la película La muerte no existe y el amor tampoco, de Fernando Salem (basada en la novela Agosto, de Romina Paula)— se arriesga ahora a la autoficción.
- ¿Qué oportunidades de escritura abren los viajes?
Quizás lo fecundo es el estado de desacomodo. O la posibilidad de dejar atrás enlaces, ataduras y creencias que nos da la idea de lo extranjero. Incluso sin necesidad de pisar literalmente tierras foráneas. A veces alcanza con correrse un poco de los lugares de pertenencia para sentirse extranjero o extrañada. Me gusta pensar que lo que convoca apertura es cierto grado de soledad, porque ahí las experiencias se disponen de otra manera. Como si el almacenamiento de la memoria se activara de un modo especial, con más permeabilidad o sensibilidad, y nos viéramos dispuestos y dispuestas a hacer experiencias para contar a nuestro regreso. Un poco como los japoneses, que supuestamente sacan tantas fotos en estado de viaje, para compartir luego, con quienes no pudieron viajar.
- ¿Qué tiene de literario Japón?
Por empezar creo que los kilómetros que se trazan entre puntos. Las distancias me parecen conmovedoras. Sobre todo por lo que conlleva trasladarse hasta ahí, todo lo que pasa el medio. El jetlag, los olores nuevos, todo es estímulo. Pienso en la distancia y en el recorrido como una especie de peregrinación heroica: viajé a un país marciano y no morí en el intento. Los miedos también pueden componer literatura. Y Japón tiene mucho de eso: los ideogramas ilegibles, el cruce de religiones, su cocina, y de nuevo, la distancia.
- ¿Qué fue lo mejor que leíste últimamente?
Creo estar repitiéndome, pero sin dudas Una familia bajo la nieve, de Mónica Zwaig. Editó Blatt y Ríos.
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Tres preguntas a Manuela Martínez. Mientras estudia Artes de la Escritura en la Universidad Nacional de las Artes, esta actriz y escritora nacida en 1995 (hija de Mercedes Morán y de Oscar Martínez), presenta su novela: El último hombre perfecto, una historia en primera persona autoficticia sobre el acto, a veces doloroso, de romper el cascarón y crecer.
- En una entrevista dijiste: “Todos tenemos historias interesantes para contar. Lo importante es saber escribirlas”. ¿Cómo elegiste la historia de El último hombre perfecto?
Creo que la clave está en encontrar en lo propio algo universal. Algo con lo que todos, de alguna forma, podamos identificarnos más allá de la anécdota. En mi caso, tenía que ver la desilusión y la aceptación de los padres. Con el duelo propio de toda narración de aprendizaje, la pérdida de la inocencia, la desidealización del mundo adulto. En ese sentido, el argumento es lo de menos. De hecho no diría que lo que narro en la novela es mi historia. Es una historia, que es verdadera en cuanto a los sentimientos pero que en el pasaje al acto dista mucho de lo real, porque me concentré en tomar distancia y en reordenar en función de una narrativa, un tema, un mensaje puntual.
- ¿Dónde se pone el límite entre realidad y ficción en una novela de autoficción?
Lo que más me atrae de la autoficción tiene que ver con la manera en la que los límites se diluyen. Si bien escribí desde lo que me pasaba, en el proceso las anécdotas y los personajes mutaron, se deformaron hasta volverse irreconocibles. A diferencia de la autobiografía, en la autoficción hay mucho invento, mucha mentira deliberada. Hay cosas que me pasaron, cosas que le pasaron a mis amigas, cosas que escuché por ahí o que inventé. La vida personal fue solamente un punto de partida. Creo que es algo que pasa siempre que escribimos. Cuánto hay de real y cuánto de ficción: para mí es indistinto. Me parece que cuando ponemos el foco ahí hay algo que está fallando, nos olvidamos que al final todo es literatura.
- ¿Qué fue lo mejor que leíste últimamente?
Estoy leyendo Pequeñas labores, de Rivka Galchen, a la par de El libro de la almohada, de Sei Shônagon, que no lo había leído y me parece espectacular. Galchen mete unos guiños divinos en torno al clásico y es hermoso leerlos juntos y verlos.
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El domingo recibimos la noticia triste de que el escritor, traductor y editor Juan Forn murió. Se debió a un infarto, tenía 61 años. Forn fue uno de los fundadores del suplemento Radar (de Página 12), escribió libros muy buenos (como Frivolidad, María Domecq y Nadar de noche), hizo de las contratapas un género como nunca nadie lo había hecho antes en la Argentina (luego publicadas en la saga Los viernes) e impulsó, en su rol de editor, a escritores como Rodrigo Fresán, Mariana Enríquez y Camila Sosa Villada, entre otros (fue quizás el gran descubridor de narradores emergentes de los últimos tiempos). Vivió varios años en Villa Gesell y ahora estaba dirigiendo la colección Rara Avis, de la editorial Tusquets.
Tuvo una vida plena de literatura; los lectores lo vamos a extrañar.
Hoy mencionamos 5 libros en SIE7E PÁRRAFOS:
1⃣ Panza de burro, de Andrea Abreu.
2⃣ Formas propias: Diario de un cuerpo en guerra, de Matías Fernández Burzaco.
3⃣ Cuál es el pez que tiñe el mar, de Antonella Saldicco.
4⃣ El último hombre perfecto, de Manuela Martínez.
5⃣ Los viernes, de Juan Forn.
Bueno... por ahora lo dejamos acá. Podemos seguir la conversación por mail [sieteparrafos@redaccion.com.ar] o en las redes [@redaccioncomar]. Y también podés contactarme en Twitter [@sinaysinay].
- Si querés recomendarme libros, autores o temas para tratar, o contarme si leíste algo de lo que mencionamos, ¡adelante!
Nos vemos,
Javier