1.001 palabras valen más que una imagen- RED/ACCIÓN

1.001 palabras valen más que una imagen

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Hay pocas cosas más encantadoras que un libro con imágenes y J.K. Rowling vuelve a la literatura infantil con una novela ilustrada por sus lectores.

1.001 palabras valen más que una imagen

Foto: Unsplash

¡Hola! El nuevo libro de J.K. Rowling incluye ilustraciones de decenas de niños de distintos países. ¿Por qué será, en cambio, que la literatura para adultos es usualmente letra pura y dura?

Si una imagen vale más que 1.000 palabras, quizás 1.001 palabras valgan más que una imagen (lo dijo John McCarthy, uno de los padres de la inteligencia artificial) y hoy vamos a hablar de palabras e imágenes en la era del emoji.

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Foto: Unsplash

Dibujos para J.K. Valentina Valenzuela tiene 13 años y vive en San Luis. Desde que era muy chica usa los lápices: en la primaria se dio cuenta de que le gustaba dibujar y pintar, y ahora estudia en un profesorado de dibujo. Y es buena, muy buena: resultó la única argentina seleccionada entre los ganadores del concurso de ilustración de El ickabog, la nueva novela de J.K. Rowling. Hay pocas cosas más encantadoras que un libro con imágenes.

El libro es un acontecimiento porque marca el regreso de Rowling —autora de la saga de Harry Potter— a la literatura infantil. Sale hoy a la venta, aunque primero se publicó gratis online (los textos ya no están en la web).

Es un cuento escrito hace diez años y desempolvado a causa de la cuarentena y de los millones de niños encerrados a los que Rowling quiso dirigirse. Se trata de dos amigos que luchan contra un monstruo (el ickabog) que amenaza el reino en el que viven, y la autora lo describió como una “fábula política para los pequeños, sobre la verdad y el abuso de poder”.

“Nunca ayudamos a Valentina a dibujar porque es la única artista de la familia”, dice Eugenia Heredia, su madre. “El dibujo fue una idea de ella: en el cuento se describe al personaje y ella lo dibujó teniendo en cuenta sus características”. 

Valentina Valenzuela
Ilustración de Valentina Valenzuela en El ickabog.

Otro de las ganadores es Fabrizio Trujillo Soriano, de Perú. “Como también me gusta la música, desde los 8 años dibujo bandas de pop, y desde que tengo 12 años, dibujo aviones comerciales Airbus, aeropuertos, bandas de rock y orquestas de cumbia”, me cuenta. “Le dedico mi triunfo a mi mamá, Giuliana, porque siempre me enseñó a creer en mí mismo”.

Y Fernanda Zapata Gallardo, de Chile, es otra. Tiene 12 años; antes de los 3 ya había dibujado princesas en muchas de las paredes de su casa. “Cuando llegó el correo diciendo que era semifinalista”, me dice Fernando, su padre, “se quedó sin habla: saltaba, corría y lloraba por la casa… y cuando quedó ganadora su emoción fue enorme, no sabía qué hacer, si reír o llorar. Al final todos lloramos de emoción y orgullo por su logro”. Habían competido 2.000 niños de entre 7 y 12 años.

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Un año difícil. Tweeteó J.K. Rowling hace un mes: “¡Acabo de recibir mi primera copia publicada de #TheIckabog! [...] Ustedes me hicieron recordar cuánto amo escribir para jóvenes”. Y la verdad que El ickabog es el bálsamo de Rowling en un año en el que se contagió de coronavirus y, peor, fue acusada varias veces de transfobia y etiquetada como una TERF («Trans-Exclusionary Radical Feminist»: Feminista Radical Trans-Excluyente).

El asunto comenzó en junio con un tweet en el que la autora dio a entender que solo las mujeres menstrúan, cuando compartió un artículo (“Creando un mundo post-COVID-19 más igualitario para la gente que menstrúa”)… e ironizó con que “solía haber una palabra para esas personas”. O sea, “mujeres”.

Después, en septiembre, Rowling publicó Troubled Blood, la quinta entrega de una saga policial que ella firma con el pseudónimo de Robert Galbraith, y como el asesino se traviste, hubo más críticas (por ejemplo, este artículo de Vanity Fair: “J.K. Rowling demuestra su compromiso con la transfobia en su nueva novela”)... ¿Qué más le espera a J.K. antes de fin de año?

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Todos nuestros emojis. Volviendo al tema original: en la relación entre imágenes y palabras, los emojis son como una utopía alcanzada. La RAE ya está legislando sobre su uso junto a puntos y comas, la Fundación del Español Urgente (Fundéu) los proclamó en 2019 como palabra del año, el Diccionario de Oxford eligió “?” como palabra de 2015, y tenemos un Día Mundial del Emoji (17 de julio) y una Emojipedia que despeja dudas. 

Hay 3.521 emojis en Unicode (el registro oficial). Esto incluye todas las variantes, colores, combinaciones y diseños. Y aunque un análisis en Twitter de Emojipedia muestra que el uso de emojis positivos está disminuyendo, el número total de emojis enviados aumenta:

Fuente: Emojipedia

Pero el hombre que inventó los emojis es un perfecto desconocido para la mayoría de quienes los usamos. Se llama Shigetaka Kurita. Es un diseñador de interfaces y creó un primer grupo de 176 emojis a sus 26 años, en 1999, para la compañía japonesa de telefonía móvil NTT DoCoMo. Trabajó en una cuadrícula de doce por doce pixels y, con SMS costosos y limitados a 250 caracteres, hizo emojis que resultaron un éxito.

Kurita no recibe derechos de autor. Nunca los recibió. “Las letras y los caracteres de los distintos alfabetos no son objeto de derechos de autor”, le dijo a Verne, “así que los emojis tampoco deben serlo. Los creé para que fueran de dominio público y me enorgullece que así haya sido”. En 2016 el MoMA de Nueva York incluyó aquel conjunto inicial de emojis en su colección. En 2017 hubo una exhibición: Kurita se pagó su propio pasaje desde Tokio.

Conjunto original de emojis de Kurita.

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Pop Pino. La muerte de Pino Solanas me hizo recordar cuánto flasheé cuando vi La hora de los hornos, su documental clandestino de 1968 sobre el imperialismo en la Argentina. Es una película de más de cuatro horas, dividida en tres partes, muy discursiva y sin embargo también muy pop. 

La hora de los hornos es imagen + palabra y tiene muchas placas como ésta, que van apareciendo junto a la voz en off:

Para Diego Lerer (periodista, crítico de cine y programador de festivales), esta película es un retrato de época. “No solo desde la elección de los temas sino desde la forma, la manera en la que Solanas trabaja el montaje a partir de la relación entre la voz en off, los intertítulos y las imágenes”, me dice. 

“En cierto modo lo que hace es resignificar ciertos códigos de la publicidad que él traía de sus experiencias previas utilizándolos de un modo propagandístico. Los objetivos pueden parecer muy diferentes, pero en el fondo no son tan distintos. Es un cine que se constituye desde la idea de generar en el espectador la sensación de una falta, de un deseo y de ahí hacerlo pasar a la acción concreta. En este caso: la revolución”.

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Tres preguntas a Inés Ulanovsky. En Las fotos, una colección de crónicas y relatos sobre fotografías, consigue plasmar toda su sensibilidad de fotógrafa (ayer profesional, hoy aficionada) y construir historias alrededor de imágenes. El libro fue una de las sensaciones indie de esta temporada. 

  • ¿Una imagen vale más que mil palabras? 
    No creo mucho en esa idea. Habría que ver de qué imagen y de qué mil palabras hablamos, pero me parece que no. El vínculo entre la fotografía y la escritura data desde los primeros intentos por lograr aquello que parecía imposible: imprimir una imagen en un papel. En esas primeras pruebas Joseph Nicéphore Niépce necesita de las palabras para explicar lo que la técnica todavía no logra: una imagen clara. Por eso pensaría en la idea de sumar más que en la de tener que elegir uno u otro lenguaje.
  • ¿Qué es, qué significa, qué valor tiene hoy una foto en papel?  
    Creo que es un objeto de enorme valor y que lamentablemente tiende a desaparecer. Personalmente siento devoción por las fotos de papel desde siempre. Me interesa la materialidad, las marcas que les deja el paso del tiempo y la historia de ese objeto-foto. La foto impresa en papel era un acontecimiento. Eso no ocurre con una foto digital que ya es una extensión de nuestros cerebros. 
  • ¿Qué fue lo mejor que leíste últimamente? 
    Estoy leyendo poco, el confinamiento me tiene desconcentrada pero lo mejor que leí estos meses es Los suicidas del fin del mundo, de Leila Guerriero, que lo tenía pendiente y Desierto sonoro, de Valeria Luiselli. Dos maravillas.

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Libro o ebook. La semana pasada hablábamos en SIE7E PÁRRAFOS sobre esa cuestión (¿dicotomía falsa o verdadera?) y ahora quiero agradecer por todos los mails que llegaron con opiniones, hábitos y anécdotas:

  •  “Yo leo en papel y en ebook. Me sirve todo. Y subrayo y tomo notas en libretas y cuadernos y fichas” — Josefina Delgado.
  • “Tengo desde hace dos años un kindle y explota. ¿Qué prefiero? un mix” — Verónica Bonacchi (¡gracias por la foto!)
  • “Por lo general leo primero en Kindle. Si me gusta el texto, compro el papel” — Maxi Bongiovanni
  • “En cuarentena me auto-regalé un Kindle. No reemplaza los libros físicos, pero la verdad es que leí muchísimos libros que si no hubiera tenido el kindle, nunca hubieran llegado hasta mis manos” — Guadalupe Llorente
  • “La lectura en digital es más rápida, o por lo menos así me parece. No tenés noción de donde estás en el libro y de pronto, ¡lo terminaste!” — Ana Padovani
  • “Tengo una hija de 3 años y sé que buena parte de la tarea de trasladar el hábito de la lectura consiste en que te vean leyendo, así les dan ganas de imitarte. El tema con los ebooks es que, a los ojos de ella, no hay diferencias entre verte leyendo uno, viendo videos en YouTube o usando redes sociales. Siempre sos vos frente a la pantalla. No sé todavía cómo se resolvería eso…” — Juan Martínez

¿Y yo? Sigo juntando papel. Y aunque no tengo un kindle, tampoco reniego del formato digital: leo ebooks en mi teléfono sin decir ni mú.

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Javier

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Sobre libros y escritores. Todos los martes, por Javier Sinay.

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