La pandemia puso los relojes en una olla a presión. Colapso, burnout, sobrecarga de tareas: ¿te suena? La cuestión es que debemos vivir con eso, luchando contra eso, acomodándonos a las nuevas agendas, pero, de nuevo: con eso. Y entonces, ¿de dónde sacar tiempo para hacer lo que nos gusta?
Ya convertido yo en un usuario del 1.5x en velocidad de audios de WhatsApp, le pregunté a cinco autores cómo se hacen un poco de tiempo para escribir.
Plus: un libro recrea las obsesiones de Ayrton Senna, un campeón ocupado en romper cronómetros.
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“Es esto de estar siempre corriendo”, dijo, en un episodio de FOCO sobre la aceleración de los audios de WhatsApp, Pablo Martín Fernández (coautor junto a Martina Rúa de La fábrica del tiempo y Cómo domar tus pantallas). “Todo tiene que ser rápido, todo tiene que ser ya, termina una serie y ya me está mostrando que viene otra en diez segundos”.
Hace un año la historia era otra. En los meses de la cuarentena obligatoria el tiempo era una cuestión difícil de administrar: a algunos las horas se les pasaban volando; a otros les parecían eternas. Y a casi todos los que estábamos adentro de casa nos cambió la percepción del tiempo. Eso también les pasa todavía a las monjas de clausura, a los presos y a los científicos de la Antártida.
- Sobre ese cambio de percepción, el autor del libro Por qué el tiempo vuela, Alan Burdick (que además es editor en la sección de Ciencia de The New York Times; y exeditor y actual colaborador en The New Yorker) me dijo en una nota de abril de 2020 que las búsquedas en Google de “what day is today” (“qué día es hoy”) casi se habían duplicado en Estados Unidos en pocas semanas.
Ahora sabemos que a todo ese desconcierto inicial siguió esta aceleración: negocio y ocio, todo mezclado en jornadas con horarios laborables que habrían escandalizado a los anarquistas de los años ‘20. ¿Y el 1.5x de WhatsApp? “No es que inventa la ansiedad”, dijo Pablo Martín Fernández en FOCO, “sino que la promueve”.
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“En este momento de mi vida, la mayor dificultad para escribir, diría la única, es la falta de tiempo”, dice Juan Sklar (autor de Nunca llegamos a la India y creador del taller de escritura El cuaderno azul). El problema de muchos, planteado sin vueltas.
“Tengo las ideas, tengo los temas, tengo los textos”, sigue Sklar, “pero la pandemia con dos hijos y con una pareja que es personal de salud complica muchísimo encontrar tiempo para sentarse a escribir, y también encontrar cierta voluntad, porque paso la mayor parte del día en reuniones de Zoom y escribir significa mantenerme encerrado un poco más”.
Explica entonces que para tener tiempo para escribir… “básicamente, pago: le pago a alguien que cuida a mis hijos”. Y escribe en su tiempo libre, los sábados y los domingos a la mañana, tres o cuatro horas. Lo hace sin prisa: a mano, en cuadernos que luego pasa a computadora, imprime y vuelve a teclear. “Es un proceso increíblemente lento”, dice.
- Como se ve, si sos madre o padre, el tema se pone bravo. Romina Paula escribe, actúa, dirige teatro y cine (la película De nuevo otra vez es de 2019), y es la madre de Ramón. Desde que él nació, ella acomoda sus tiempos de escritura a él: “Es decir: escribo cuando él no está. Sus horarios de escuela son mi tiempo de hacer todo lo que hago sin él, con la prioridad de escribir porque es realmente casi lo único que no puedo hacer si él está en la casa. Eso me organiza bastante”. Así crea sus deadlines personales.
Mauro Libertella (cuyos últimos libros son Un hombre entre paréntesis: Retrato de Mario Levrero y la compilación Laberintos en línea recta) tiene una hija y un hijo. “Ahora casi no tengo tiempo para escribir lo que no significa, misteriosamente, que no escriba”, dice.
¿Cuándo lo hace? “Todo el tiempo y nunca, o al menos esa es mi impresión paradojal. Escribo cuando tengo unos minutos, cuando el bebé duerme, cuando mi hija mira la tele, cuando me quedo una hora solo. Escribo así, de manera fragmentada, en pedazos, y luego quizás con esas piezas logre darle forma al rompecabezas, o no”.
Y su escritura se adaptó a eso: “No he escrito textos largos, solo artículos y cositas, como si la elección de un género no fuera producto de un programa literario sino el efecto irremediable de una coyuntura doméstica”.
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? Casi un siglo después, el tremendo prólogo a Los lanzallamas, de Roberto Arlt, parece haberse derramado sobre toda una generación de autores. Es de 1931 y habla de escritura, de oficio, de velocidad, de presión:
“Estoy contento de haber tenido la voluntad de trabajar, en condiciones bastante desfavorables, para dar fin a una obra que exigía soledad y recogimiento. Escribí siempre en redacciones estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana.
Digo esto para estimular a los principiantes en la vocación, a quienes siempre les interesa el procedimiento técnico del novelista. Cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier parte. Sobre una bobina de papel o en un cuarto infernal. Dios o el Diablo están junto a uno dictándole inefables palabras.
Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales…”
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“No creo que para un escritor el problema principal sea tanto la falta de tiempo como la de concentración”, dice ahora Martín Felipe Castagnet. Hace poco fue incluido entre los 25 mejores narradores en español menores de 35 años seleccionados por la revista Granta. No le sobra el tiempo, tiene un hijo de dos años y muchos trabajos.
“Pero en mi experiencia”, dice, “los momentos de mayor producción no fueron cuando estaba desocupado sino cuando estaba en pleno quilombo”. Escribió sus dos novelas (Los cuerpos del verano y Los mantras modernos) junto con sus tesis de licenciatura y de doctorado.
“Me parece que al tener que coordinar con otra actividad importante, uno se obliga a ordenarse”, sigue. “Pero incluso esa frustración es buena, porque cuando finalmente tenemos un hueco nos volcamos a la escritura con una mente más clara. Ese es mi método, en pocas palabras: escribir con la mente cuando no puedo escribir, y cuando advierto que se abre una ventana de tiempo suficiente, utilizar esa frustración a mi favor y lanzarme como clavadista para intentar teclearla lo más rápido posible”.
? Castagnet trabaja mejor de noche (cuando no hay apuros ni interrupciones: lo sé porque también soy búho) y luego de las tres de la madrugada empieza a cerrar su jornada… “Aunque no hay mayor felicidad que estar llegando al final de una novela y quedarse hasta cualquier hora porque es el último empujón”.
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¿Pero cuánto tiempo lleva escribir algo decente? “Pienso en el cangrejo de Chuang Tzu, el mítico filósofo chino de la antigüedad, que también era dotado para el dibujo”, responde el cineasta y escritor Andrés Di Tella, que viene de publicar Cuadernos, un libro fascinante de pensamientos y experiencias (comentado en SIE7E PÁRRAFOS).
- “En una ocasión, Chuang Tzu fue convocado por el emperador para dibujar un cangrejo. Chuang Tzu dijo que necesitaba cinco años y una casa con doce sirvientes. Pasaron cinco años y todavía no había ningún dibujo. “Necesito cinco años más”, dijo Chang Tzu. El emperador le otorgó cinco años más. Después de diez años, al límite de su paciencia, el emperador exigió el dibujo sin más dilaciones. Chuang Tzu tomó su pincel y, con gestos rápidos, dibujó en un instante un congrejo, el más perfecto cangrejo nunca visto. La pregunta es: ¿cuánto tiempo le llevó a Chuang Tzu dibujar el cangrejo?”.
Di Tella (cuya nueva película es Ficción privada) fue fundador y director del BAFICI y la Fundación Konex lo seleccionó dos veces entre los cinco documentalistas más destacados de la década. “Durante años, después de dejar a mis hijos en el colegio, me sentaba a tomar un café con leche y abría el cuaderno, que llevaba siempre encima”, dice ahora sobre Cuadernos.
“El cuaderno realizó todo el trabajo. Yo sólo tenía que estar ahí, disponible. Por cierto, ese momento de concentración con el cuaderno hacía de mí alguien más receptivo, más abierto, más sensible. Lo importante no es lo que yo llegaba a escribir durante ese tiempo, sino el sólo hecho de dedicarle ese tiempo al cuaderno”.
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O sea que la mente limpia es fundamental; sin esa claridad, no hay tiempo que valga. En eso coinciden todos estos creadores. “Necesito estar muy despejada para poder escribir. Necesito estar descansada para poder escribir. Necesito que la casa esté muy calma para poder escribir”, enumera Romina Paula.
Escribe casi siempre en la mesa del living o en la de la cocina; y mejor si es a la mañana o a la tarde. “Disfruto mucho de esos momentos ‘entre’ de los días de escritura que es cuando entre una y otra sesión de computadora, me hago de comer, como, me baño, cuelgo la ropa o dormito. Me gusta en esos ratos seguir elaborando lo que estoy escribiendo, elaborar, asociar, encontrarle la vuelta”.
Mauro Libertella, que es editor en Ñ, cuenta que escribe rápido pero que pide bastante tiempo preparase emocional y físicamente. “Doy muchas vueltas, pongo excusas. La luz tiene que ser la correcta, tengo que haber dormido bien, tengo que tener realmente muchas ganas de escribir, tengo que saber que dispongo de al menos una hora limpia por delante”.
Así, cuando por fin teclea, Libertella ya no se detiene. “Tengo la loca superstición de que una vez que empiezo no puedo interrumpir el proceso de lo que estoy escribiendo: es un motor que se calienta y no hay que apagarlo a mitad de la ruta, porque quizás no vuelva a encenderse”. ¿Cuántos minutos necesita ese viaje? “Un texto para un medio me suele llevar una hora; una novela, medio año”, dice.
Y ya concluyendo todo esto, un vistazo a los rituales de Juan Sklar, que parecen ser bastante poderosos para limpiar una mente y ponerla a crear: “Salir de casa, si voy a escribir a mano, e irme a un bar. Y si me quedo en mi casa, preparar una infusión, hacer una tirada de tarot con la cual escribo un pequeño poema o un pequeño texto como precalentamiento, y poner música a un volumen muy alto”.
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¿Tiempo, creación, velocidad y presión? Hay un libro cautivante: La última noche de Ayrton Senna, del periodista italiano Giorgio Terruzzi. Con la trama centrada en el sábado 30 de abril de 1994, en la suite 200 del Hotel Castello, esta crónica reconstruye la complejidad de Senna, el origen de su mito y la rivalidad con otros pilotos (Piquet, Prost, el enfant terrible Schumacher). Y te mete en la cabeza de un campeón enfrentado a su propio talento y a los rectores de la Fórmula 1, a punto de correr su última carrera: el Gran Premio de San Marino.
- Una muestra: «No puedo conducir, todo está rígido, el coche salta a cada momento. Parece una silla eléctrica.» Estas habían sido sus palabras al llegar a Imola, y en eso pensaba —cual animal encerrado en una jaula— poco antes de aquella carrera que sabía que debía ganar a toda costa, al tiempo que iba cobrando conciencia de que quizá no lo conseguiría, encallado como estaba en un rompecabezas técnico aún por resolver.
? Leé más sobre La última noche de Ayrton Senna en esta nota de El País.
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La mujer de la foto es Norma Osnajanski, la madre de Iván, mi tía. Muy generosa. Me ayudó, con paciencia y tiempo, en mis inicios adolescentes en el periodismo. Norma falleció el 27 de junio.
Es un invierno duro para muchos... y yo la quiero recordar a ella especialmente ahora porque nos dejó un hermoso último libro, Escritura meditativa, donde hay pistas hacia lo que buscamos: un poco de tiempo amable para hacer lo que nos gusta.
Bueno... por ahora lo dejamos acá. Podemos seguir la conversación por mail [sieteparrafos@redaccion.com.ar] o en las redes [@redaccioncomar]. Y también podés contactarme en Twitter [@sinaysinay].
- Si querés recomendarme libros, autores o temas para tratar, o contarme si leíste algo de lo que mencionamos, ¡adelante!
Nos vemos,
Javier