Para Cris* irse de su casa significó tener la libertad de explorar sin miedo las posibilidades de su identidad de género. Cris fue identificado como hombre al nacer, pero desde su adolescencia sintió que la identidad masculina que hasta entonces llevaba impresa ya no lo hacía sentir a gusto en su propia carne. Por eso, cuando vio la posibilidad de irse de la casa de sus papás, no lo dudó, sabía que esa sería la oportunidad de usar sus faldas sin tener que esconderse y de poderse maquillar por más de un par de horas.
Entonces llegó la cuarentena y con ella, Cris tuvo que retornar a la casa de sus papás. Su recién explorada libertad duró cuatro meses.
“Ha sido muy duro. Gran parte de la razón por la que yo no estaba viviendo con mis papás era para poder explorar otro tipo de vestuarios, otras formas de expresarme verbalmente, cómo me muevo. Otro tipo de vida. Esta era mi primera oportunidad para hacerlo y todo se dañó porque mis papás no son los más conservadores pero tienen cosas de otra generación que se notan cuando hablamos de cosas muy suaves en comparación a lo que sería hablar de esto abiertamente. Entonces cuando volví me tocó encaletar [ocultar] mis faldas, el maquillaje que tenía, mis esmaltes. No me volví a poner nada de eso para que no se tuviera que lavar, para que no haya preguntas incómodas”, cuenta.
Cris es una de las personas, en su mayoría jóvenes, que con la cuarentena se encontraron en el escenario de enfrentar su orientación sexual o su identidad de género con su entorno familiar. Para elles, la cuarentena no solo trajo las preocupaciones y ansiedades que trajo para el resto de nosotres, también trajo las ansiedades y preocupaciones de decidir si esa parte de su identidad tendría que ocultarse o hacerse pública ahora que el aislamiento imponía una vivencia sin interrupciones con nadie más que su familia.
“Cuando empezó la cuarentena, como todos, pensé que sería algo de un par de semanas. Donde vivía tenía contrato hasta agosto y en marzo me parecía imposible que para agosto no hubiera pasado todo. Me fui donde mis papás pensando que volvería en un par de semanas, por eso ni siquiera me llevé todas mis cosas. Pasó mayo, junio, y ahí me di cuenta de que podía pasar mucho antes de poder volver. Ni siquiera era seguro si el semestre se iba a hacer virtual o no. Ahí dije, no, ya paila”, asegura.
Cris sigue en la universidad, tiene 21 años y ya se acerca al final de su carrera. Los cuatro meses que vivió de independiente lo hizo gracias al apoyo de sus papás, quienes estuvieron de acuerdo en que su recorrido diario era muy largo y era mejor que Cris viviera en el centro, cerca a su universidad. Vivir en otra parte no solo le ahorró las horas que pasaba en Transmilenio [sistema de transporte público], también tener que andar con las manos en los bolsillos cada vez que se pintaba las uñas o pedirle a sus amigas que lo dejaran quedar en sus casas cuando el maquillaje le quedaba especialmente bien y no se lo quería quitar. Cuando quiero maquillarme me toca hacerlo de noche, por eso empecé a dormir de día un montón. Me cambió la vida al revés.
Pero en cuarentena, ya no había justificación para que Cris siguiera viviendo fuera de su casa. Entonces volvió a vivir con sus papás y su hermano y por ahora, de alguna manera, tuvo que volver a meterse en el clóset.
“Cuando quiero maquillarme o hacer algo por ese estilo me toca hacerlo de noche, por eso empecé a dormir de día un montón. Empecé a maquillarme antes de irme a acostar, entonces echo llave en el cuarto para que por la mañana no se vayan a dar cuenta de nada. Ese tipo de cosas. Me cambió la vida al revés”.
Lina Cuellar, cofundadora y directora de la Fundación Sentido que trabaja por los derechos de la población LGBT, asegura que historias como las de Cris se vienen repitiendo desde el inicio de la cuarentena. Nombra algunas de ellas: una chica trans que volvió a vivir con su mamá y su padrastro y tuvo que volver a vestirse de hombre porque a su padrastro no le gusta que sea trans, mientras su mamá guarda silencio; una chica lesbiana a la que sus papás le quitaron el celular para que no se pudiera comunicar con su novia.
“Sí ha habido un impacto. Obviamente esto no está medido ni hay cifras, pero hablando con otras organizaciones, particularmente con Colombia Diversa, con el Gaat y con It Gets Better Colombia, que son organizaciones aliadas, sí nos han llegado personas que están pasando por este tipo de situaciones. Hay algunas para las que simplemente no es una opción salir del clóset, porque hay mucha violencia de por medio: violencia psicológica, violencia económica. Una persona que sabe que si sale del clóset la echan de la casa, no solamente se queda en la calle sino se queda en la calle con el Covid en el mundo. Es un doble riesgo”, afirma Cuellar.
Cris cuenta que todos los días se pregunta si debería o no contarle a su familia el proceso que ha estado llevando lejos de su mirada. Asegura que ha tenido conversaciones con ellos sobre los derechos de las personas LGBT en las que no se muestran tan cerrados, pero cree que de tener esas conversaciones conceptuales a ponerse a sí mismo como sujeto de la discusión hay un paso gigante que no se ha atrevido a dar.
“A veces pienso que tengo que decirles porque qué tal yo toda la vida vistiéndome de una forma cuando voy a su casa y vistiéndome de otra por fuera. Hay momentos en que creo que ya tengo que contarles. Pero después escucho a mi papá haciendo chistes sobre gente trans y es como, no, marica, me voy a ir del país. Mi única opción es irme de acá. Pero va y viene. Otras veces pienso que es mejor decirles para no hacer todo escondido, eso también me da mucho estrés. Pero en este momento aún no sé qué hacer. Me gustaría poder hacerlo desde una posición más cómoda, creo que si estuviera viviendo por fuera de la casa y alguna vez tenemos esa conversación sé que si sale mal puedo volver a mi casa y no quedarme encerrado con ellos cinco meses, como ahorita. Es que ese también es el miedo, que no puedo ir para ningún lado”, dice Cris.
Cuellar asegura que ese tipo de situaciones como la que atraviesa Cris es un escenario que le ha tocado en la pandemia sobre todo a los jóvenes y que, por el momento, no tienen otra opción que seguir viviendo con sus papás. Por eso con el fin de la cuarentena no se puede esperar tan fácilmente que se resuelva la situación de muchos de ellos, pues todavía rigen varias de las restricciones que limitan la expresión de su identidad: colegios, universidades y espacios de encuentro como bares cerrados.
“Tengo la sensación de que la identidad LGBT también se construye mucho fuera de la casa: socializando, conociendo personas y aprendiendo de ellas. Las chicas trans que aprenden a treparse y a maquillarse con otras chicas, por ejemplo. La identidad LGBT también funciona mucho en términos de las redes de apoyo que se forman al conocer gente por fuera de los círculos sociales en los que uno ha crecido. Entonces, por un lado, creo que está la parte familiar pero también está afectada la parte de socializar, de no poder encontrarte con tus amigos que ya saben que eres LGBT”, asegura Cuellar.
La privación de esos espacios y de poder estar afuera es algo que Felipe, un joven gay de 27 años, ha sentido como una afectación directa de la cuarentena y que lo llevó a tener que volver a salir del clóset con su familia. Hace unos siete años le había contado a su mamá que era gay, entonces la respuesta de ella no fue la mejor: criada en un entorno costeño de ideas machistas su primera reacción fue el rechazo. Con el tiempo, y después de pensar en tener que irse de la casa y de un par de conversaciones más con ella, el rechazo de su madre se volvió aceptación, pero en su casa siguió reinando un silencio sobre el tema. Se sabía pero no se hablaba.
“Yo sentía que igual había algo que yo no quería mostrar para evitar de nuevo un problema como el que habíamos tenido. Ya había una primera puerta abierta de ese clóset, ella ya lo sabía, pero había una segunda puerta que yo había sido incapaz de abrir, que era la de mostrar públicamente que yo podía estar en una relación con un hombre y traerlo a la casa, por ejemplo, o hablar abiertamente de mi vida sentimental sin sentir miedo a una reacción similar a la de antes, a que me dijeran que me tenía que ir de la casa”, cuenta Felipe.
Antes de la cuarentena, hasta cierto punto ese silencio fue manejable: había otros lugares, fiestas, amigos, moteles, en los que podía darle espacio al mundo afectivo de pareja que dentro de su casa parecía no tener. Pero ahora en cuarentena el único espacio que podía habitar era su casa, y con un novio al que llevaba meses sin ver y al que quería ver sin tener que mentir, tomó la decisión de hablar y abrir la segunda puerta del clóset.
“Esta cuarentena lo enfrenta mucho a uno a la posibilidad de la muerte y a la necesidad de consolidar los vínculos afectivos del lugar donde vive, porque es básicamente el único mundo que uno habita más allá de internet. Entonces tuvimos una conversación en la que le dije que necesitaba sanar esa vieja herida y sentir que, pasara lo que pasara, mi casa era un lugar seguro en el que podía abrirme tranquilamente y recibir amor y no violencia. También le dije que a pesar de que ya supiera que era gay, necesitaba poderme sentir tranquilo de contarle abiertamente sobre mi vida, de contarle que estaba saliendo con alguien, que quería verlo y que me quería sentir acompañado por ella. Eso fue otro largo proceso de abrazos largos, de llanto duro. Ella de nuevo me pidió disculpas por la forma en que reaccionó la primera vez. Hablarlo fue una liberación muy grande después de estar tres meses en aislamiento teniendo conversaciones con mi novio en una esquina del cuarto”, cuenta.
Fue la cuarentena la que lo llevó a tener esa conversación que hace tiempo tenía pendiente. Pero también reconoce que, en medio de todo, es privilegiado: sabe que hay otras personas con orientaciones sexuales o identidades de género diversas que enfrentan mucha más violencia en sus casas cuando deciden salir del clóset. A él, dice, le fue muy bien.
“Hemos visto casos de personas que cuentan que no aguantaron más y que durante la cuarentena salieron del clóset con su familia. Son personas que han ido abonando el terreno y que simplemente están dándose cuenta de que el encierro iba a durar mucho más de lo que se imaginaban y que eso había que resolverlo. Siento que en la cuarentena se ha presentado el tema de tener esas conversaciones difíciles reiteradas, de personas LGBT que tienen que recordarle a los papás que son gays o lesbianas y los papás se han tenido que volver a enfrentar a una realidad que de pronto estaban evitando porque no vivían con el hijo o porque no hablaban del tema”, asegura Lina Cuellar.
Al igual que Felipe, Lina Cuellar reconoce que hay personas que se enfrentan a entornos mucho más violentos que otros al decidir si salen o no del clóset con su familia. Y aunque los impactos son distintos, asegura que los efectos de enfrentarse a la decisión de si salir del clóset los sufren unas y otras.
“Una persona que no puede salir del clóset en su entorno tiene efectos en su salud mental: ansiedad, estrés, afectación del sueño, que son cosas que le están pasando a mucha gente por el Covid en general y que tendrán consecuencias que tristemente vamos a ver más adelante. Ese sentimiento de cuando no haber salido del clóset genera mucha ansiedad, y ahora, cuando llevas seis meses encerrado con personas que no te aceptan pues el sentimiento es mucho peor. Hace poco hablaba con una persona que los papás sabían de su orientación sexual pero creían que 'se le había quitado' y ella ahora en cuarentena siente que está jugando a ser alguien que no es. Ocultar su identidad es algo que hace sentir a la gente muy incompleta”, asegura.
Pero propone estrategias para hacer la situación más llevadera: ahora en aislamiento, dice, la promesa de que internet nos conecta más con otros es una promesa que puede cumplirse para quienes se sienten solos dentro del clóset. La posibilidad de seguir en contacto con amigos que conocen y aceptan la identidad de género o la orientación sexual resulta clave para encontrar el apoyo que no hay dentro de casa. Incluso tener la posibilidad de “Tinderear”, asegura, permite salirse un poco de la asfixia que se puede sentir en el entorno inmediato.
Ese contacto virtual con otres ha sido fundamental para Cris y le ha permitido compartir las expresiones corporales que por el momento no siente la libertad de tener con su familia. “En un punto de la cuarentena, cuando decidí que quería volver a maquillarme y a ponerme falda, fui por esas cosas a la casa en la que vivía antes. Y luego empecé a llamarme con una amiga a practicar cosas, ella me decía que me había quedado lindo el delineador, cosas así, siempre de noche. Era el espacio en que podía hacer eso”.
Pero además de mantener esas redes de apoyo, Lina Cuellar resalta estrategias para cuando la situación se pone un poco más dura: la línea diversa en Bogotá, la línea salvavidas de la Fundación Sergio Urrego, la Hora Segura de It Gets Better Colombia, incluso la hora segura de It Gets Better Chile a la que puede llamar una persona en cualquier país. Todas son líneas telefónicas de apoyo a personas LGBT que pueden ofrecer la red de apoyo que tal vez no se tenga en otros espacios.
“Y obviamente en el caso de que haya mucha violencia, sí hay que mantener a alguien alertado de la situación. En general creo que mantenerse conectado con lo que realmente le importa a uno ayuda muchísimo. Y hay que recordar que esto va a pasar en algún momento, que es algo que creo que mucha gente no puede ver y por eso se angustia al pensar que así va a ser su vida quién sabe cuánto tiempo más. Por eso son importantes los amigos y las redes de apoyo y mantener ese contacto, saber que hay gente que se preocupa por uno pero saber también que uno puede ser el apoyo para ellos. Ayuda también cuidar a los demás”.
Si toca estar en el clóset, por ahora tener un teléfono en la mano podría hacerlo menos solitario.
*El nombre fue cambiado a petición de la fuente.
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Esta nota fue originalmente publicada en el medio Cerosetenta, de Colombia. Y es republicada como parte de la Red De Periodismo Humano.